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Por Mónica Caruso. Tapiales
La reseña biográfica de la semana es sobre James Hilton (n. 9 de septiembre de 1900 – f. 20 de diciembre de 1954), un escritor británico conocido sobre todo por su obra de ficción de 1933, Horizontes perdidos, donde describía un utópico paraíso tibetano que él denominó “Shangri La“, nombre de su invención convertido al poco tiempo en sinónimo de lugar edénico.
Nacido en Leigh, Lancashire, Inglaterra, Hilton era el hijo de John Hilton, el director de la Chapel End School en Walthamstow. Fue educado en The Leys School, Cambridge, y luego en el Christ’s College de Cambridge, donde escribió su primera novela y recibió una licenciatura en literatura inglesa.
Comenzó a trabajar como periodista, primero para el Manchester Guardian, luego revisó ficción para el Daily Telegraph. Escribió sus dos libros más recordados, Lost Horizon y Goodbye, Mr. Chips, mientras vivía en una casa en Oak Hill Gardens, en Woodford Green, en el norte de Londres.
La casa sigue en pie, con una placa azul que marca la residencia de Hilton. Para 1938 se había mudado a California, y su trabajo se conectó más con la industria cinematográfica de Hollywood.
Mientras estaba en California, Hilton también fue anfitrión de una de las antologías de drama de prestigio de la radio, Hallmark Playhouse, desde 1948 hasta 1952.
Se casó con Alice Brown, una secretaria de la BBC, justo antes de que se fueran a Estados Unidos en 1935, pero se divorciaron en 1937.
Luego se casó con Galina Kopernak, pero se divorciaron ocho años después. Se convirtió en ciudadano estadounidense en 1948
Gran fumador, Hilton tuvo varios problemas de salud cuando hizo una visita de despedida a Inglaterra en 1954, y en diciembre murió en su casa en Long Beach, California, de cáncer de hígado, con su ex esposa reconciliada a su lado.
Su obituario en The Times lo describe como “un hombre modesto y abrumado por todo su éxito; era un alpinista entusiasta y disfrutaba de la música y los viajes”.
Hilton encontró el éxito en la literatura a temprana edad. Su primera novela “Catherine Herself”, fue publicada en 1920.
Varios de sus libros fueron bestsellers internacionales e inspiraron exitosas películas. Sobre todo “Horizontes perdidos”, novela que había ganado el premio Hawthornden, y que fue llevada al cine por Frank Capra; muy conocida es también otra de sus novelas, Goodbye, Mr.
Chips de 1934, que cuenta con dos famosas adaptaciones al cine; otra conocida novela de Hilton es Niebla en el pasado (Random Harvest) (1941), adaptada al cine en 1942 por el director Mervyn LeRoy.
Novelas
La primera novela de Hilton, Catherine Herself, se publicó en 1920, cuando aún era un estudiante universitario.
Los siguientes once años fueron difíciles para él, y no fue hasta 1931 que tuvo éxito con la novela And Now Goodbye.
Después de esto, varios de sus libros fueron éxitos de ventas internacionales e inspiraron exitosas adaptaciones cinematográficas, en particular Lost Horizon (1933), que ganó un Premio Hawthornden; Adiós, Mr Chips (1934); y Random Harvest (1941).
Después de esto, continuó escribiendo, pero las obras no se consideraron de la misma calidad que sus novelas más conocidas.
Los libros de Hilton a veces se caracterizan como celebraciones sentimentales e idealistas de las virtudes inglesas.
Esto es cierto para el Mr. Chips, pero algunas de sus novelas tenían un lado más oscuro. Las fallas en la sociedad inglesa de su época, particularmente la estrechez mental y la conciencia de clase, eran con frecuencia sus objetivos.
Su novela We Are Not Alone, a pesar de su título que suena inspirador, es una historia sombría de un linchamiento legalmente aprobado provocado por la histeria de los tiempos de guerra en Gran Bretaña.
Freud, uno de sus primeros admiradores (aunque consideraba a The Meadows of the Moon), llegó a la conclusión de que Hilton había desperdiciado su talento al ser demasiado prolífico.
Ganador del Oscar
Hilton, que vivió y trabajó en Hollywood a partir de mediados de la década de 1930, ganó un Premio de la Academia en 1942 por su trabajo en el guión de Mrs. Miniver, basado en la novela de Jan Struther.
Presentó seis episodios de Ceiling Unlimited (1943) y presentó The Hallmark Playhouse (1948–1953) para CBS Radio. Una de sus últimas novelas, Morning Journey, fue sobre el negocio del cine.
Novelas
Catherine Herself (1920)
Storm Passage (1922)
The Passionate Year (1924)
Dawn Of Reckoning (U.S. title: Rage in Heaven) (1925)
Meadows of the Moon (1926)
Terry (1927)
La llama de plata (U.S. title: Three Loves Had Margaret) (1928)
Murder at School (U.S. title: Was It Murder?), published under the pen-name Glen Trevor (1931)
Y ahora adios (1931)
Contango (Ill Wind) (1932)
Rabia en el cielo (1932)
Caballero sin armadura (U.S. title: Without Armor) (1933)
Horizontes perdidos (1933)
Adios Mr. Chips (1934)
No estamos solos (1937)
Niebla en el pasado (1941)
So Well Remembered (1945)
Nada tan extraño (1947)
Viaje matinal (1951)
Time and Time Again (1953)
No-ficción
Mr. Chips Looks at the World (1939)
La historia del Dr. Wassell (1944)
H.R.H.: La historia de Philip, Duque de Edimburgo (1956)
Cuentos
“The Failure” (1924)
“Twilight of the Wise,” published as a novella in 1949 (1936)
“The Bat King” (1937)
“It’s a Crazy World” (1937)
“From Information Received” (1938)
“The Girl Who Got There” (1938)
To You, Mr Chips! (collection) (1938)
“You Can’t Touch Dotty” (1938)
Obras de teatro
Y ahora adios (con Philip Howard) (1937)
Adios Mr. Chips (con Barbara Burnham) (1938)
Guiones
Camille (1936)
We Are Not Alone (1939)
Lights Out in Europe (1940)
Foreign Correspondent (dialogue) (1940)
The Tuttles of Tahiti (1942)
Mrs. Miniver (1942)
Forever and a Day (collaboración) (1943)
Fuente: Wikipedia / EPdLP
Fragmento
Horizontes perdidos. James Hilton
“Y se hizo el silencio, porque el argumento había alcanzado indudablemente un punto muerto. A Conway, la historia de Le-Tsen le tenía sin cuidado; la pequeña manchú se hallaba tan quietecita en los pliegues de su cerebro, que ni siguiera se daba cuenta de que estaba allí.
Pero al mencionarla, la señorita Brinklo levantó los ojos de la gramática tibetana que estudiaba sobre la mesa del comedor (como si no dispusiera de toda una vida para hacerlo, pensó Conway).
Las conversaciones sobre muchachas y monjes le recordaban aquellas historias de los templos hindúes, que los misioneros varones referían a sus esposas y que las esposas transmitan a sus colegas solteras.
-Desde luego -dijo ella con los labios apretados-, la moral de este establecimiento deja mucho que desear, aunque ya lo debíamos haber previsto.
Y se volvió al americano, como invitándole a adherirse a su opinión, pero Barnard hizo una mueca irónica. Dijo:
-No creo que ustedes estimen mucho mi parecer sobre moralidades.
Luego añadió secamente:
-Pero me atrevo a decir que las rencillas son mucho peores. Puesto que hemos de estar tanto tiempo juntos, me parece que debemos refrenar nuestros nervios y no amargarnos la vida.A Conway le pareció acertadísimo, pero Mallison exclamó implacablemente:
-Tengo la seguridad de que usted encontrará todo esto mucho más confortable que Dartmoor,
Barnard levantó las cejas.
- ¿Dartmoor? ¡Ah, sí! ¿Allí es donde tienen ustedes instalado el presidio? Lo comprendo. Pues bien, tiene usted razón, no he envidiado jamás a los huéspedes obligados de esos establecimientos. Además, voy a decirle otra cosa.
No me molesta lo más mínimo que hable así. Piel de elefante y corazón de niño. Ésa es mi naturaleza.
Conway le lanzó una mirada de simpatía y a Mallinson le hizo un gesto de amonestación.
Luego se dio cuenta de que todos ellos eran los personajes de un larguísimo drama, cuyo argumento solo conocía él; y este conocimiento tan incomunicable le hizo desear con todas sus fuerzas quedarse solo.
Hízoles un saludo con la cabeza a todos y salió silenciosamente al patio. A la vista del Karákal se desvanecieron todas sus preocupaciones, y los escrúpulos de conciencia que sentía a causa de sus compañeros se esfumaron ante la misteriosa acogida de un mundo nuevo, que se hallaba tan lejos de la imaginación de todos ellos.
Había veces, díjose a sí mismo, en que la extrañeza de todo hacía extremadamente difícil darse cuenta de la extrañeza de algo; entonces, había que aceptar las cosas porque sí, pues el asombro habría sido tan tedioso para él como para los otros”.
Queridos lectores espero que les haya gustado este pequeño vuelo literario.
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