Número de edición 8481
Cultura

Dossier sobre el libro ‘Obras completas en verso hasta acá’ de Rolando Revagliatti

Dossier sobre el libro ‘Obras completas en verso hasta acá’ de Rolando Revagliatti

“La realidad, el lenguaje”, texto de Luis Benítez, a modo de Introducción de la primera edición del libro “Obras completas en verso hasta acá” de Rolando Revagliatti (Ediciones Filofalsía, Buenos Aires, 1988).

 

La realidad, el lenguaje

 

El acto de extender penosamente la memoria y la imaginación a unos signos y a unos sonidos que, repetidos, serán su representación, como lo estoy haciendo ahora, aparece cuando somos capaces de hablar de ese proceso, como algo ya instalado e, incluso, cuando ya hemos olvidado, con gran frecuencia, el esfuerzo que ese logro comportó. Sin embargo, para la historia de la humanidad, ese trabajo confiado al azar de la costumbre y a la urgencia de la necesidad implicó cuarenta mil años de aprendizaje, desde que los cazadores errantes por lo que después sería Francia y España, confiaron a unas imágenes y a unos gruñidos probables la misión desesperada de acercar la comida a las manos que pintaban y a la boca que profería.

Signo y sonido, pese a ello, no hacían otra que iniciar su camino y podemos decir que el hombre no hizo, en su transcurso, otra cosa que poner los pies sobre las pisadas de uno y otro: cuando el vasto universo todavía no albergaba la idea de que sujeto y objeto eran posibles de distinguir, el lenguaje –oral y escrito- se hizo necesario para esa operación, a la que estimo no menos mágica que la atracción de un animal o el alejamiento de un meteoro. Ya entonces, en lo remoto, surgió esa lenta comprensión de la posibilidad de vocación de lo distante por el solo hecho de nombrarlo y la otra, simultánea, de una vez hecha la evocación, presentarla a la imaginación con todo el poder de simbolización que ésa, su imagen, traía aparejada. Sí, allí está el pez pintado en la proa de las naves egeas que resucitó un vagabundo ciego cuando en su tiempo ya eran lo pretérito; el toro completo y lunar convocado por su sola cornamenta en las terrazas de un palacio de Creta;  el perfil negro de la cabra  montés en las vasijas del Elam, y el escorpión de oro que, junto al rostro de un antiquísimo adolescente, rey del Alto y Bajo Egipto, son como los primeros palotes de un niño que intentaba así retener los significados que, irremisiblemente, el tiempo arrasaría con sus ignorados autores. Alguna vez, esas imágenes tuvieron su correspondencia en un sonido.Rolando Revagliatti

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Y para el hombre, esas imágenes y esos sonidos, representación de una realidad inapresable de otra manera, terminarían siendo –aunque se detenga a razonar en ello, no escapará al hechizo del lenguaje, ya que para el mismo razonar necesita del lenguaje- la realidad misma.

La realidad plástica del lenguaje será siempre mucho más moldeada que la otra, aquella que, es probable, a nuestra especie no terminará de revelársele, que ya estará nuestra especie, como tantas otras, en el olvido. Ella y su engañoso instrumento habrán fracasado en su asalto.

Mientras tanto, nos queda ese propósito y ese destino probable. Un sentido como éste, entre los miles de sentidos que guarda un solo verso, fue tal vez el que hizo grabar en la primera de las doce tabletas de arcilla que representan el Cantar de Gilgamesh, versión escrita quizás de una epopeya oral mucho más antigua, su ignorado autor, gobernante, hombre de armas o sacerdote del injusto dios Enlil:

 

Él fue sabio entre los sabios,

penetró los misterios, supo el secreto de cuanto estaba oculto,

reveló cuanto hubo en los días pasados, antes del Diluvio.

Su vida fue un largo viaje, aprendió sufriendo…

 

Con variaciones, estas características asignadas a un héroe son en nuestros días asignadas a los poetas o al menos, eso se espera que obtengan en su largo viaje. Tomás Carlyle dice que los hombres siguen una secuencia de decadencia; son primero el héroe guerrero, luego el profeta, después el escritor.  Todo escritor encuentra grata esta ascendencia.

El esfuerzo por alcanzar este sueño de penetrar los misterios y conocer los secretos de cuanto se encuentra oculto, lo realiza el escritor por un camino que es, además, su única arma en el trayecto y también su meta última. Tal es el lenguaje. De su elección del mismo dependerá entonces por dónde quiere llegar el escritor, con qué poder y a dónde. También, su cuándo.

Este, como todos los libros, tiene ya marcado el lugar de su arribo. En otro tiempo era lícito decir que, desde la primera línea, por eso sonará demasiado determinista a los desasosegados partidarios de las fórmulas que determinan el valor de lo presente, así que omitiremos nombrarlo. Estimativamente, pienso que ha llegado allí, a ese sector de la realidad del lenguaje, con el lenguaje que debía usar. Como lo hizo el primer libro y como lo hará el último.

 

Luís Benítez

Buenos Aires, invierno de 1987

 

*

 

Epílogo de José Emilio Tallarico para la tercera edición soporte papel del poemario “Obras completas en verso hasta acá”.

 

YO TAMBIÉN LEO Y ESCRIBO (1)

 

       Cuando en “Una noche con Hamlet”, Vladimir Holan -aquel estupendo poeta checo- dice: —Veo un hombre y lloro, Revagliatti -mediante un imaginario contrapunto- lo reconvendría: —Donde ponemos la agonía/ algo/ no cabe.

I

          Ha de constar que no soy un experto en la obra de Rolando Revagliatti y todo aquello que desde “su acá” hasta “mi acá” suceda y se transcriba, deberá ser entendido en función de un aprovechamiento activo de su escritura y de un diálogo donde prevalecerán la indagación y el intento de resaltar algunos tópicos. 

          A fines de los ‘80 llegó a mis manos la primera edición de estas “Obras completas en verso hasta acá”, de Ediciones Filofalsía. Recuerdo la dificultad que me plantearon dichos textos. No podía con ellos. ¿Qué buscará este señor?, me dije, yo, frecuentador de poetas argentinos de las décadas de los ‘40 y ‘50 y, por ende, acostumbrado a una poesía en la que predomina en mayor o menor medida el sesgo surrealista. Por otra parte, tenía bien leídos a Girri, a Giannuzzi, a Gelman, a Olga Orozco, a Pizarnik y sabía que los poetas jóvenes solían encolumnarse detrás de estos nombres.

          Ya el título de uno de los poemas de Revagliatti me resultó extraño: “Los papás queman”: una joda, a éste le sobra la plata, pensé.

          Sin embargo, el apellido del poeta aparecía aquí y allá: en revistas de poesía, en publicaciones que llegaban del interior del país, se lo veía en algunas antologías: sus textos circulaban.

          Sé que no es infrecuente que la obra de un autor se muestre refractaria a las primeras lecturas, le pasa a mucha gente. 

          Cuando conocí a Revagliatti en su ciclo de poesía “Julio Huasi”, en el año 2001, me encontré con un hombre serio pero cordial, de trato amable y muy respetuoso con los poetas convocados. El suyo fue uno de los ciclos que más me entusiasmó. Llamaba la atención su forma de recitar: teatral, su gestualización era seca y controlada, con una tensa apoyatura en el silabeo de algunas palabras, y un tono que se sostenía y regulaba mediante pausas inesperadas: al margen de su pintoresquismo, se trataba de un sujeto fogueado en el arte de leer en público. Intercambiamos sendos libros esa noche y a partir de una nueva lectura (me había obsequiado su poemario Tomavistas), comprendí que existía otro modo, por demás válido, de relacionarse con el fenómeno de la poesía.

 

II

 

          Si la poesía y la narrativa respondieran a parámetros equivalentes, yo propondría este subtítulo para las OC de Rolando: novela de iniciación.

          Es que, precisamente, y en tanto relato, se han puesto en marcha fragmentos de una historia personal, se ha establecido un diálogo con padres, novias, abuela, maestras, se han recorrido los espacios y las modas que cifraron un aprendizaje y una pertenencia adolescente. Pero el tema excluyente es el de las relaciones humanas.

          ¿Cuánto de seducción habrá en esta escritura? Por lo pronto, no la habitual, no la conocida y devaluada; y, desde luego, no parece casual la insistencia de su autor por licuar cualquier mirada complaciente. Dentro de un esquema donde el chiste, la ocurrencia y lo caricaturesco se despliegan con desigual fortuna, y más allá de los procedimientos que, consciente o inconscientemente, Revagliatti hubiere incorporado, una sombra deseada sobrevuela sus textos: la del lector estupefacto. (“Un globo ocular estupefacto”, así concluye uno de los poemas.)

 

III

 

          Cuando yo medio no existía/ yo era demasiado yo/ para mí solo.

          He aquí uno de los primeros indicios del programa de apertura que Rolando eligió para su obra. Programa que se fue consolidando a través de una práctica minuciosa y consecuente. Gran difusor de publicaciones propias y ajenas mediante el correo postal en épocas en que no había Internet, presentó espectáculos teatrales en base a textos poéticos, coordinó ciclos, eventos de poesía, talleres literarios, y desde el año 2005 tiene un sitio en la web. A propósito, hay más de 2000 páginas del buscador Google donde recabar información sobre su obra.

          Aquel abundante yo del fragmento arriba citado debía hacerse carne. 

          A esta altura, muchos de quienes lo conocen deben tener una sensación similar a la mía: me resulta difícil prescindir del recuerdo de sus recitados cuando comienzo a leer sus textos. El oído, impregnado de las modulaciones de su voz, parece asociarse con una suerte de deja vù poético; me sucede incluso con poemas que jamás le escuché. Todo apunta a la vitalidad en la poesía de Rolando.

 

IV

 

          Inmanencia es una divinidad terrestre que inventé hace un tiempo, y a quien imaginé dispensadora de dones especiales, como las delicias del amor, las peripecias conyugales, las temperaturas agradables, la saciedad, los juegos…, es decir, eso que en tanto Diosa le competería. ¿No la han visto atravesar descalza los jardines de la casa de Rolando? ¿No se percataron que charlaba con Nicolás Olivari, con César Vallejo (ni una lágrima en ellos) y con un Oliverio des-solemnizado hasta los tuétanos? Inmanencia, la Diosa, hacía su trabajo. 

          Y el poeta, por su parte, espigaba unas líneas a su amada:

          “Seguirla”:  Se refugió la perinola de tus pretensiones/ en el cuchitril de mi indolencia/ halló la calefacción exigua/ que dejaba en la almohada mi cabeza//

Me arrojé a mis brazos/ cuando supe en lo hondo/ que maltrecha y dormida me esperabas/ para seguirla/ todavía.

          No tocamos una cuestión menor cuando, remitiéndonos a algunos conceptos de Harold Bloom, pretendemos señalar precursores en la poética de Rolando Revagliatti.

          ¿De qué se apropia nuestro poeta, qué rechaza, en qué medida la tradición deposita una antorcha en sus manos para que su poesía avive o desmerezca el fuego?

Olivari, Vallejo, Huasi, Girondo, no conforman una línea de cuatro impasable y, sin embargo, defenderían buena parte de la forma expresiva que eligió Rolando (eligió, en este caso, vale tanto como decir fue elegido). 

          Decíamos de aquel jardín despojado de los lamentos de Olivari y Vallejo, lugar donde Girondo no pudo ser solemne: ellos donaban familiaridad, materia vinculante.

          Rolando, desde una absoluta inmanencia, ha capturado ciertos datos, ciertos significantes de estos inolvidables poetas, aunque en un aspecto tan particular que las conciencias desgarradas de Vallejo, Huasi y Olivari no vuelven recicladas, infladas de sí. La problemática es distinta, el drama, otro. Drama que a partir del título delimita un “hasta acá”, como dando a conocer el campo operativo de sus conjuros poéticos.

          Hablo de una riqueza desplegada en estas OC. 

 

V

 

          Mediante la vena amatoria, Revagliatti ensancha su registro desde lo que podríamos llamar su orilla más convencional hasta su ampulosidad más fervorosa. Subordinado al discurso coloquial (peripecial y/o lúdico) el tema del amor frecuenta su poesía, particularmente en las secciones “El fotógrafo cargado” y “Espasmitos espantosos”:

          “Como”: Qué bueno que el amor/ se imponga en el poema/ qué bueno que qué bueno/ yo te poemo como te amo/ te poamo.

          “¿Tropezón?” (estrofa final): No me embauqués/ cuando no sea tu propósito hacerlo/ desprestigiame de a poco/ ante mí/ prestigiame de golpe/ tropezate conmigo una vez/ que después siempre.

          Veamos qué dice Rolando de su poesía:

          —“Aun esmerándome no me imagino alcanzando una abarcadora definición de mi poesía. Sé que abunda el sarcasmo, la ironía, el humor falsamente ingenuo, la burla, el trastrocamiento. Sé también que escribí textos donde esto no aflora. Reconozco que me agrada “ponerme en peligro”, literariamente hablando. Acaso atormentado por el espectro de la mediocridad, de esa amenaza, de ese horror. Más vale morir inventando que seguir perdurando en la repetición. Más vale chillar en procura de alguna armonía disparatada que albergar el conformismo del gimoteo” (texto extraído del sitio Mis poetas contemporáneos de Gustavo Tisocco). (2)

          —“…más que la anécdota propiamente dicha, me inclino por el cómo los personajes transitan por sus pasarelas. Les cuento también lo que me sucede con los noticieros televisivos: me extasío escudriñando, no tanto el cebo de la noticia sino los gestos de los involucrados y la dicción de locutor, o las personas que aparecen por detrás de lo que es principal en las imágenes” (texto extraído de Revista Teína, abril-junio de 2004). (3) 

          ¿Elegir o ser elegido por la expresión? A las propensiones, las construcciones, dice Rolando, pero esas construcciones: ¿cuánto de innato aportan, con cuánto de lectura se levantan?

          La forma, de la que apenas pueden consignarse implicancias ligeras, hebras finas, ¿cómo estructura su secreto?

          ¿No estaremos rumiando una pregunta inacabable? ¿El balbuceo, el ingenio, el artefacto de Nicanor Parra? 

          ¿Dónde las proporciones? ¿No hay en estos poemas algo que podríamos llamar marcas de arranque, algo arrebatado que busca definir, decirlo todo, porque todo parece que hirviera? (Y ahí está la palabra, como una pinza de entomólogo, al acecho.) Pero, además: ¿cómo creer en originalidades a esta altura de los tiempos?

 

VI

 

          “Obras completas en verso hasta acá” está constituido por 4 secciones, a saber: “Los papás queman”, “El fotógrafo cargado”, “Espasmitos espantosos” y “El cirujano poetón”.

          En “Los papás queman” se perfila una época (los ‘50 y ‘60), las tiendas Harrod’s y su descripción enumerativa, los paseos familiares, las preferencias infanto-juveniles, la consolidación de la sexualidad (complejo de Edipo mediante, ineludible), las posibilidades de nombrar la nostalgia (con no poca crudeza). El título de este capítulo, codificado por mi burdo intento de dilucidación personal, sería: “Los papás cogen”. Pero hay joyitas como esta: Diana Dors/ acerca sus tetas de nácar/ a mi sopa/ ¡Yeeeeeah!… Diana.

          “El fotógrafo cargado” alude a un extraño personaje en el poema inicial e inmediatamente comienzan a aparecer los nombres de unas señoritas de linaje vario. Ahh, las pasarelas del ojo poético…, niñas: esplendorosas como Constanza, inconsecuentes como Ana, instantáneas como Nora, anheladas como Eliana M. Cada una con su estereotipo, configuradas por un decir que las vive y reinventa.

…toda que es toda/ que si usted no la ama ni la deja/ es que ni la critica/ es que ni es/ usted/ y ella sí/ ella es toda. (fragmento de “Constanza”)

          De “Espasmitos espantosos” habíamos adelantado algo. En este bloque de hacer el amor se trata. (El yo poético, fuertemente presentificado, no iba a perderse tamaña oportunidad, esa “graaan aventura”, como reza uno de los poemas.)

          Transcribo una curiosidad gramatical donde con eficacia se enlazan 6 verbos consecutivos: …me toca saludarte/ emocionarte/ dejarte haciendo que te vayas.

          La serie “El cirujano poetón” que cierra el volumen, a diferencia de las anteriores, ofrece una diversidad temática. Destaco especialmente “La musa merodeadora” y “A la nostalgia”, poemas donde lo poético logra una fuerte impronta existencial. 

          Otros textos apuntan a desestructurar el sentido con un trabajo directo sobre el lenguaje tal como se ve en “La dexyuprilora” y “Cirú”. El extenso y arrollador poema surrealista “Mil novecientas ochenta y cuatro” responde a esta última propuesta.

 

VII

 

          Finalmente, intentaré señalar algunas características de la poética que, Rolando emplea en este libro, y que a lo largo de su amplia trayectoria fuera templando y complejizando.

          Es común que inicie los primeros versos con un arranque inesperado, con un espacio que predispone a la tensión (una gran fuerza centrífuga, diría la escritora Lucila Févola). Cito como ejemplos: “¡Ay! me tildo/ me reviso…” o, “Recórcholis y Albricias…” o, “Esa mujer es un tugurio”. 

          Otro procedimiento es el de cruzar los textos con datos de la mitología clásica o popular, o utilizar recortes de la refranesca a través de alguna variante de desmonte, con el propósito de alterar el significado tradicional: “Los papás queman porque amanecen más temprano”, “¡Qué lleno de mujeres era mi valle!”, “Una se malogró en plena senectud”.

          De este modo se llega al suceso humorístico, desplegando a veces la figura del antihéroe, o la del distraído, incluso la del energúmeno atrapado en su anomia social. Parodiar es otra de las más caras tentaciones de Rolando: “llegué a apostar que me querías”, dice en su poema “La abuelita”.

          Quedan a consideración del lector especializado algunos guiños vinculados con el psicoanálisis, disciplina que nuestro poeta ejerce desde hace un buen tiempo. 

          Macedonio Fernández, hablando de sus autores predilectos, confesaba: “Sólo Quevedo me mantiene despierto”. (4)

          Revagliatti no busca con-moverte, estimado lector (al menos desde el presupuesto de lo que debería ofrecer un poema), tampoco se le ocurriría ir a tocar tus fibras íntimas. Como has podido ver, sus Obras Completas te han provisto de un material nervioso, generoso y vital. Algo de luz para tu insomnio.  

 

José Emilio Tallarico

Buenos Aires, noviembre de 2006

 

  1. Alusión a “Leo y escribo”, de R.R., Ed. Recitador Argentino, Buenos Aires, 2002.
  2. http://mispoetascontemporaneos.blogspot.com 
  3. http://www.revistateina.com 
  4. Extraído de una entrevista que junto a Pablo Gisone hiciéramos a Adolfo de Obieta, hijo de Macedonio, en el invierno de 1988, y que fuera publicada en el número 5 de la revista de literatura “Tamaño Oficio”.Obras

 

*  

 

Graciela Bucci y su lectura de la tercera edición soporte papel (corregida) de “Obras completas en verso hasta acá” (Ediciones La Luna Que, Buenos Aires, 2007).

 

               Es advertible en este poemario un gran oficio en el manejo de la ironía, del sarcasmo, una visión por momentos fresca y desenfadada desde un decir que no por coloquial deja de ser poético. Asombra por su originalidad, por el metamensaje fuertemente apoyado en los tonos que surgen de los textos, por un contenido que se sustenta hasta el final. Es el decir y la forma del decir lo que incita a la relectura de Obras completas en verso hasta acá.

 

Hay un estilo dialógico que trasciende el poema:

 

‘… ¿y si le dijera que ella no es toda de verdad?…

 

¿¡o no la oye que canta!?

“…y bueno qué quiere

si es eso lo que quiere!”’

 

e invita desde la alerta de los signos, a la participación, al compromiso del lector que no puede estar desprevenido. Todo se da: ritmo, cadencia, síntesis y la propuesta de un ejercicio lúdico de la palabra. Un libro, en definitiva, que no admite la distracción, que reclama desde cada verso, una interacción con el lector en quien suscita la sonrisa y el análisis.

 

*

 

Extracto de un comentario bibliográfico de Nel Amaro a partir de la segunda edición del libro “Obras Completas En Verso Hasta Acá” (Ediciones Filofalsía, Buenos Aires, la Argentina, 1990), publicado en la Revista “Manxa” de Ciudad Real, España, en su Nº 55, diciembre 1991.

 

“…con un lenguaje directísimo y arrabalero, que habla sin tapujos de ‘cosas’ de acá, que suceden a personas como usted o yo, con una musiquilla de tango que estremece. ‘Diana Dors / acerca sus tetas de nácar / a mi sopa / ¡yeeeeaah!… Diana’ (pág. 21), argumentos semejantes, aquí y allá, con un tremendo humor (buen humor), corrosivo y cosmopolita, tan pronto retrechero y bailongón como almidonado y tiquismiquis, ya de cabaña, ya de palacio, sin que nada ni nadie se le escape a Rolando y pase por el bisturí de su vivisección. (…) Su poesía tiene agallas y va por todas, sin renunciar a formas y fórmulas atrevidas. Únicamente es imprescindible que el lector se haga cómplice del poema y se introduzca en sus entrañas.”

 

*

 

Breves comentarios sobre ‘Obras completas en verso hasta acá’.

 

Rubén Vedovaldi: “Una sorpresa tras otra, por la inagotable curiosidad, expresada en la riqueza del lenguaje, en la variedad temática, en esa puesta en juego de las palabras que los desprevenidos creen poco seria o incomprensible. Hay resonancias de la escuela del poeta Nicolás Olivari, hay ese creacionismo porteño y universal tipo Oliverio Girondo, pero, tal vez, el rasgo más provechoso sea esa terriblemente aguda mirada, esa insaciable furia revagliattiana que en todo se mete, que todo experimenta, que recorre las interminables galerías humanas, los ríos urbanos de las voces. La vida parece haber electroshokeado tu lenguaje, exasperándolo. (…) Es la poesía inquieta de un poeta inquieto, de vuelta de actitudes consagradas y posiciones presuntuosas.”

 

*

 

César Augusto de León Morales: “Tu poesía, aun en los temas eternos, es novedosa, original. Tus formas expresivas impresionan; tus osadías estéticas calan muy hondo; tus ocurrencias hacen reír aún a los lectores más circunspectos.”

 

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Liliana Chávez: “Me divertí mucho leyendo. Tu poesía es un traje a tu medida que no sé si a otro le quedaría tan bien.”

 

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Graciela Maturo: “Lo he leído con no poca sorpresa. Encontré muchos juegos de palabras, parodias, chistes, formas, como diría Macedonio, de las humorísticas, mezcladas con hallazgos poéticos, reflexiones y remezones de toda índole. Pero, sobre todo, encontré a un poeta, porque se pueden hacer malabarismos vacuos, o hacer un trabajo de descubrimiento y avance en el sentido como pienso que lo hace la poesía. Neruda, un tanto extremista, decía que ‘el que ríe está fuera de la poesía’. Yo no diría tanto, pero creo que no todo en la poesía es el humor, y lo aprecio sólo cuando es ejercido por el poeta. O tal vez me equivoco y sea uno de los grandes caminos del poetizar, como lo demuestra tu libro suelto, desacartonado, lírico, provocativo, poético, en suma.”

 

*

 

Osvaldo Picardo: “…en las que se escribe desde adentro de las palabras, según oigo página a página.”

 

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Berta Roth: “…tus textos que, como casi siempre me hacen reír, pensar y por qué no, me producen mucha nostalgia. Pienso que, no sé si será un halago para vos o no, eras uno de los últimos patafísicos que quedaban.”

 

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Rubén Chihade: “Me gusta lo que a través de algunos versos intuyo: una búsqueda desgarradora –huele a dolorosa y, por momentos, desesperada-, trabajosa, obsesionada. Siento que todo el libro es una pregunta, la búsqueda de una respuesta que contenga a todas las preguntas posibles; aun en tus afirmaciones percibo la búsqueda, y ese rastro de sangre que entre el lenguaje intenta esfumarse.”

 

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Rodolfo Alonso: “Me resultó gratificante su saludable desparpajo y su inventiva tan fecunda y tan nuestra.”

 

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Osvaldo Pol: “Tu entusiasmo contagia y hasta compromete, aun a tipos como yo que rozan la literatura a puro asombro y atacados de respeto. Me moviliza tu poesía caudalosa y fresca, capaz de urdir metáforas ahí mismo donde la vida todavía no ha sido disecada, donde se anda viviéndola.”

 

*

 

María del Pilar Lencina: “Observo gran desenvoltura lingüística y una exuberante captación personal de la realidad e imaginación.”

 

*

 

Alejandro Schmidt: “Sentí al leerlo una especie de rabiosa alegría por parte del escribidor…, una fluyente felicidad, y hasta cierta crispación vigorizante.”

 

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Juan García Gayo: “Me dejaron tus versos un poco alucinado, con un sabor indeciso pero que me hace bien. Fui con tus versos un pobre tipo de café, viví en piezas alquiladas, me enredé con minas de pelambre varia y siempre castigando y pidiendo por favor. También me he reído (torvamente) y me puse del lado de afuera (como a veces vos) para exhibirme, transgredir, jugar un rato.”

 

*

 

Jorge Leonidas Escudero: “La novedad, lo imprevisto, lo lúdico, lo fluido, búsqueda, en fin, que lleva a atropellarse las palabras y está bien. Las asociaciones mentales tomando al pasar resonancias, ecos, relaciones que son posibles y suenan raro. Admiro la vitalidad de esos versos que manejan mucho aire.”

*

Marcos Silber: “Creéme, hacía rato (mucho) que no saboreaba un plato con tanto gusto; qué riqueza, qué libertad, qué bruto edificio levantado con un lenguaje más que trabajado, ¡envidiable! Te agradezco por la fiesta que me proporcionaste.”

*

Alfredo Veiravé: “Sus poemas me han encantado por el humor y la desacralización de la retórica ‘de prestigio’.”

*

Paulina Vinderman: “Tu poesía desenfadada y resonante (porteña hasta la médula) me conectó con espacios muy queridos: la luz de la infancia, los juegos del barrio, los ‘guiños’ de un compañero de generación.”

Claudio Ferrari: “Excelente!!! Siempre tu Poesía abre sentidos, caminos nuevos, pasiones inesperadas. ¡Gracias por tanta hondura y altura y tanta fe inclaudicable en la Poesía!”

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