Número de edición 8481
La Matanza

El testamento de José María Ezcurra Arguibel

El testamento de José María Ezcurra Arguibel.

Como contamos en encuentros anteriores los testamentos en el siglo XIX eran una declaración de voluntad y de bienes que, llegado el momento de su apertura requería de un inventario.

Por Sergio Laurenza

Profesor en Historia

El inventariado de una testamentaria incluía los bienes inmuebles, los bienes muebles y el patrimonio en dinero. En el caso de los ricos hacendados de la pampa húmeda eran contadas hasta la última hectárea de tierra y su producción, como también vacas, ovejas y caballos.

En La Matanza hubo muchos importantes hacendados, algunos de la talla de Juan Manuel de Rosas o de Hermógenes Ramos Mejía. Nosotros contamos la historia de Don José María Ezcurra Arguibel.

En las estancias de los Ezcurra la cría de ovejas, de las cuáles se cuentan más de 40.000, era la principal producción.

Pero existe un dato curioso, en el inventario de bienes se reconocen 56.000 durazneros y la pregunta que surge es: ¿para que necesitaban estancieros de ovejas esa impresionante cantidad de durazneros?

No existen referencias exactas sobre el motivo por el cual podía utilizarse estas plantas que, a su vez, daban como resultado natural cientos de kilos de duraznos, pero tenemos algunas teorías.

Existe escasa información sobre la comercialización del producto, tanto fresco, como en conserva, aunque sabemos que el mercado de Buenos Aires, de escasa población, no era suficiente para convertir esto en un negocio rentable. Nuestra especulación más cercana sostiene que el objetivo principal era la utilización de la madera. Así nos lo hacía saber Marcos Sastre en el “tempe argentino” (1842):

“La madera del duraznero, que en otros tiempos era la única leña que se quemaba en las cocinas de Buenos Aires, y que continúa empleándose en la campaña como postes de corral, hasta hoy día clasificada entre las mejores maderas para taracea o embutidos. Sus vetas son anchas y bien marcadas, de un bello rojo pardo, mezcladas con otras vetas de un color más claro; el contacto del aire, lejos de alterar su color, aumenta su hermosura; su grano fino y unido lo hace susceptible de un hermoso pulimento; es fuerte y durable, y entre las maderas del país es una de las más buscadas por la ebanistería u obra fina de carpintería”

Estas pistas que nos da Sastre nos ayudan a ubicar  la madera de durazno en los corrales para los animales, en los “colgaderos” de lana para el lavado posterior a la esquila, en los muebles de las casas, también en la leña de las cocinas y en los hornos de ladrillos que las estancias tenían para la construcción de puestos y galpones de herramientas.

En el aprovechamiento de la fruta no solo la conserva era importante. Del carozo se extrae “el aguardiente de durazno” del cuál se prepara un licor conocido como “agua de noyó” famoso en la época por sus virtudes para los problemas estomacales. Otro tanto utilizado en alimentar cerdos y el resto enterrado y convertido en abono.

Como nos cuenta Alejandro Enrique en sus investigaciones sobre la historia de Virrey del Pino muchos memoriosas recuerdan que en el barrio Santa Amelia en la década del 40, cerca de la escuela 157 todavía quedaban duraznales que los chicos aprovechaban en los recreos.

Cómo podemos ver, en La Matanza, la familia Ezcurra y los duraznos ocupan un lugar en la historia económica y social.

 

 

 

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