
Ángela Gentile: “Yo recuerdo una ciudad mágica, Berisso, que alimentó mi imaginación y me habita para siempre”.
Ángela Gentile nació el 5 de agosto de 1952 en la ciudad de Berisso, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside transitoriamente en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. Es Profesora de lengua y literatura italiana y Profesora de lengua española. En el género ensayo es co-autora, junto con Marcelo Passoni y Cecilia Bignasco, del volumen patrocinado por la UNESCO: “Voces olvidadas. Las lenguas y las canciones de cuna de la inmigración”. En este género, en 2015 apareció su libro “Diáspora griega en América”. Publicó los poemarios “Escenografías” (2005), “Cantos de la Etruria” (2008), “Cuerno de marfil” (2012) y “Los pies de Ulises” (2016).

Entrevista realizada
por Rolando Revagliatti

1 — Naciste en la “capital provincial del inmigrante”.
AG — En el mes dedicado a Augusto, como solía repetir mi abuelo. Allí escuché por las calles expresarse en distintas lenguas y respetar otras costumbres; esto generó en mí una fascinación inexplicable por los pueblos. Fue un privilegio ver el río atravesar el corazón de la ciudad, respirar en la llovizna del sudeste la humedad que provenía del monte. Yo recuerdo una ciudad mágica que alimentó mi imaginación y me habita para siempre.
Crecí en un ambiente humilde con un padre lector de Emilio Salgari, Robert Louis Stevenson y Julio Verne; una madre que narraba historias camperas y recitaba a Rosalía de Castro en gallego, una hermana y tíos músicos que iluminaban los días de fiesta y abuelos quinteros que trabajaban la tierra y hacían vino. Desde la infancia las bibliotecas, en especial la de mi escuela primaria, han ejercido un encanto particular en mí; allí el silencio era presencia, se demoraba en los lectores, algo que aún no puedo explicar.
Practiqué atletismo y en ese espacio reforcé los valores de convivencia que había recibido de mi familia; y aún conservo aquellas amistades, es parte de la gente entrañable que va siempre conmigo. Si me veo en el tiempo me reconozco como “rara avis”, una renacentista fuera de su siglo, necesitando conocer y escuchar todo aquello que la rodeaba. Me he repetido muchas veces en el pasado y lo sigo haciendo en la actualidad, “No me importa lo lejos que esté la meta / siempre que me den tiempo para llegar”: así canta Serrat. No he pasado privaciones extremas pero crecí con más responsabilidades que placeres.
Me interesan los pueblos originarios, las canciones de cuna, el mundo etrusco, el griego, las danzas y sus literaturas; porque siento que entro en esos territorios y soy parte de un mundo que me habita.
2 — Y estudiaste la lengua de tus ancestros.
AG — Por amor; fue así que llegué a ser profesora de lengua y literatura italiana y española. Pertenecí al Centro de Estudios Italianos de la Universidad Nacional de La Plata, una experiencia más que interesante para la investigación; porque allí encontré los escritos de Giuseppe Ungaretti y Eugenio Montale, a quienes dediqué por aquellos años mis trabajos. Conocí a investigadores como Daniel Capano, Trinidad Blanco, Gloria Galli, Nora Sforza, Betty Neumann y me vinculé a A.D.I.LL.I. (Asociación de Docentes e Investigadores de Lengua y Literaturas Italianas), porque movilizan la pasión.
Participé en el Primer Congreso en América sobre Dante Alighieri en la Universidad de Salta. Expuse un trabajo sobre la memoria colectiva de los italianos, la transculturización de esos grupos humanos desplazados por el hambre y la guerra; y que lograron traer en la memoria fragmentos de obras que supieron recitar en algunas reuniones aquí, al sur de América. Fragmentos claves de la “Divina comedia” como pasaporte de cultura. En aquella oportunidad conocí a Luis Toledo Sande, filólogo cubano y vicedirector en su momento de la Casa de las Américas, hoy amigo más allá del océano. Traduje la novela finalista del Premio Juan Rulfo, “El circo nunca muere”, de Gabriel Bañez, a pedido del autor, para la Editorial Einaudi, que por entonces fue absorbida por una de mayor campo editorial y no llegó a publicarse. Sentí y siento que el reto más temible es traducir poesía: la experiencia la tuve con el libro “Los dioses oscuros” de Ana Emilia Lahitte. Ella me presentó en su casa, donde funcionaba el taller literario, a Roberto Juarroz; y con él tuve el privilegio de dialogar muchas veces, de lograr que accediera a escribir la contratapa del libro de mi amigo Raúl Zeleniuk, una joven promesa que la vida se llevó. Juarroz, en su generosidad permitió que alguien como yo, que intentaba escribir unas líneas, opinara sobre su obra.

El eterno tema del cómo debería funcionar una dirección de cultura, me motivó para realizar un postgrado en Gestión Cultural en la Universidad FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), sin intenciones de ocupar puesto alguno, y por el simple hecho de saber cómo deberían ensamblarse las disciplinas en las comunidades; además estoy finalizando una especialización en Políticas Socioeducativas. Actualmente trabajo en el Instituto de Cultura Itálica, en la Asociación Dante Alighieri, como profesora de lengua y literatura italiana, dicto seminarios sobre Italo Calvino, Misterios Medievales, entre otros; me desempeño además en el Instituto Superior de Formación Docente de La Plata, en la carrera de Locución; en la Escuela Superior de Arte de Berisso, en la carrera de Canto Lírico, dictando dicción y fonética, y en el Instituto Superior Alessandro Manzoni la cátedra de Lingüística I y II y Glotodidáctica italiana.

3 — Y un día publicaste.
AG — Aunque no convencida, sí, mis primeros escritos; fue por insistencia de amigos. Así llegó “Escenografías”, el que obtuviera el Premio Nacional “Iniciación” de Literatura, otorgado por el Ministerio de Educación y Justicia de la Nación, en la Bienal 1985-1987, años en los cuales se restableció el mismo, puesto que había sido suspendido durante la dictadura militar. Los jurados fueron Jorge Lafforgue, Ángel Mazzei, Josefina Delgado, Francisco Madariaga y Horacio Castillo. El día de la premiación fui en micro desde Berisso hasta tu ciudad; al entrar al Salón Fundadores del Palacio Errázuriz, dejando a mi mamá y a mi hermana detrás, apresuré el paso, abrí la puerta como un torbellino y me puse cara a cara con el artista plástico, recientemente fallecido, Nicolás García Uriburu, quien me indicó que enseguida la ceremonia comenzaba. Al reponerme, atravesé el salón hasta la primera fila, mientras la cantoría del Teatro Colón entonaba el Himno Nacional; miré el entorno y evoqué la primera vez que me habían llevado allí: fue en un paseo de la escuela Nº 3, mi primaria, en la aventura Berisso-Buenos Aires. Aquella vez había sido la última en abandonar el recinto, deslumbrada por su belleza, que no entendía pero que me conmovía. Solamente la voz de la maestra me alertó para que me apurara. Antes de salir me dije: “Algo voy a hacer acá”; y lo que hice fue regresar y recibir la distinción en nombre del presidente de la Republica, que en aquel entonces era el Dr. Raúl Alfonsín, a través del embajador, y poeta, Ramiro de Casasbellas, escoltado por el maestro Libero Badi y el arquitecto Amancio Williams. La suma de dinero fue importante; pero no la destiné a la edición de la obra, ya que era más apremiante la situación económica. En una ocasión, tomando un café en Mar del Plata con Antonio Dal Masetto, cuando fuimos jurado de los Torneos Bonaerenses, regresó el tema de la no edición y fue él quien me sugirió que la concretara, al igual que Horacio Castillo, que sostenía que uno no vuelve a ser el mismo tras ver su primer libro.
Resumiendo: en 2005 publiqué “Escenografías”. En 2008, “Cantos de la Etruria”, con prólogo de Rodolfo Godino: había sido producto de mi experiencia en Italia, donde fui a estudiar como becaria de la Universidad de Perugia (eran cinco becas que otorgaban en el mundo y pude acceder a una junto a una noruega, un español, una peruana y una australiana). En Italia fotocopiar libros no es legal; entonces, todas las noches copiaba en un cuaderno poemas de “La alegría” de Giuseppe Ungaretti, que me había prestado la biblioteca comunal. Sentía curiosidad por ese texto iniciático, necesitaba comprobar que la música de sus poemas estaba también en la disposición de sus silencios. Continué con las lenguas y estudié catalán y chino por distintos motivos; pero aprendí portugués para leer a Pessoa en lengua madre y sentirme en cada página como en Lisboa.
*Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de La Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos sesenta kilómetros, Ángela Gentile y Rolando Revagliatti.