

El uso desmedido de TikTok generó consecuencias preocupantes en adolescentes y niñeces: narcolepsia, adicción y exposición a contenidos nocivos. Especialistas advirtieron sobre el impacto subjetivo de vivir frente a una pantalla.
Por Maira Palavecino
maipalinfo@gmail.com
Durante la pandemia, miles de jóvenes en el país se volcaron de lleno a TikTok como vía de escape. Hoy, ese espacio virtual se volvió rutina ya que se despiertan, se filman y consumen contenido sin parar. Según el psicólogo Ricardo Antonowicz, ese uso prolongado derivó en alteraciones del sueño, confusión mental y distorsión de los vínculos.
En diálogo con Diario NCO, el especialista explicó cómo la estructura psíquica infantil se vio profundamente afectada por la hiperconectividad. El Yo se construyó en base a la imagen y al deseo del otro. TikTok ofreció gratificación instantánea, pero también desregulación emocional, sobreexposición y nuevas formas de violencia simbólica.
La pandemia del COVID-19 reorganizó los tiempos, los espacios y los modos de vincularse. Con las aulas cerradas, los parques clausurados y el contacto físico reducido al mínimo, millones de adolescentes en Argentina encontraron en TikTok una forma de conexión, expresión y entretenimiento. Lo que comenzó como una respuesta temporal ante el aislamiento, mutó en una práctica diaria sostenida.
Aquel uso intensivo generó efectos secundarios que se manifestaron con el correr de los meses, tales como, cansancio constante, dificultad para dormir, estados de confusión, dependencia emocional.
Además, informes recientes del Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticos alertaron sobre un aumento en consultas por uso problemático de redes. Especialmente en adolescentes, se observaron síntomas de dependencia, irritabilidad y bajo rendimiento escolar.
Las consultas por trastornos del sueño vinculados a pantallas crecieron un 30% en los últimos dos años. Estas cifras reforzaron la urgencia de intervenir desde la prevención, la educación y la regulación pública.
Por otra parte, las investigaciones de la Universidad de Harvard destacaron que el scroll infinito de TikTok activó mecanismos similares a los de las máquinas tragamonedas. Este diseño intencional buscó retener la atención mediante recompensas impredecibles y estímulos constantes.
En relación a lo mencionado anteriormente, esa dinámica contribuyó al agotamiento cognitivo y a una menor tolerancia a la frustración. En jóvenes, esto impactó directamente en su capacidad de concentración y regulación emocional.
Las consecuencias fueron más profundas de lo que se pensó en un principio. “Estar expuesto demasiadas horas en TikTok puede desarrollar un trastorno del sueño llamado narcolepsia, que provoca somnolencia durante el día”, sostuvo el psicólogo Ricardo Antonowicz.
La narcolepsia, en este contexto, no surgió como resultado directo del contenido, sino del uso continuado, compulsivo e ininterrumpido de la aplicación. Los adolescentes pasaron horas desplazándose por un feed infinito, recibiendo estímulos visuales, sonoros y afectivos sin pausa. Esa sobrecarga alteró los ritmos biológicos y el equilibrio mental de una generación ya afectada por el encierro.
La estructura de TikTok favoreció ese tipo de consumo. Videos de entre 15 y 60 segundos, con música atrapante, filtros llamativos y una lógica de recompensa inmediata basada en likes, comentarios y visualizaciones. Esa fórmula sedujo a millones.
“La mayoría de los videos en TikTok tiene una duración de 60 segundos, lo que resulta en una sucesión rápida de estímulos visuales que, a corto plazo, generan un tipo de atracción visual adictiva”, explicó Antonowicz.
El algoritmo cumplió un rol clave. No solo propuso contenido según los gustos del usuario, sino que también alimentó una lógica de refuerzo constante. A cada scroll, una nueva dosis de dopamina. La atención se fragmentó, la tolerancia a la espera disminuyó, y la necesidad de gratificación inmediata se volvió norma. El deseo se subordinó a lo viral.
En ese escenario, el concepto de adicción adquirió una nueva dimensión. “Debemos considerar que esto empieza como un juego y puede llegar a constituirse en una adicción. Hay muchos adultos que hacen mucho TikTok”, señaló el psicólogo. La línea entre uso recreativo y dependencia se volvió difusa. La app se transformó en una extensión del cuerpo, del tiempo, de la identidad.
Antonowicz insistió en que la adicción no dependió solo del tiempo de uso, sino de la imposibilidad de ponerle límite. “La adicción es no poder poner un límite a esa forma de expresión y tiene mucho que ver con la cuestión narcisista”, afirmó. La necesidad de ser mirado, aprobado y replicado se convirtió en un impulso permanente. Mostrar la vida en tiempo real pasó a ser más importante que vivirla.
Las infancias y adolescencias, en proceso de formación subjetiva, fueron especialmente vulnerables. El especialista explicó que “la imagen no viene constituida con el sujeto humano, sino que entre los 8 y los 18 meses el chico puede mirarse en el espejo y puede decir ‘ese soy yo’. Entonces la mirada es constitutiva de la estructura humana”. En la era digital, ese espejo fue el celular.
En lugar del reflejo real, los niños se vieron a través de filtros, lentes distorsionados y comentarios ajenos. El Yo se construyó a partir del deseo de los demás. Lo que otros validaron fue lo que elles aprendieron a desear. Antonowicz recordó que “el bebé mira a su madre y va constituyendo una realidad virtual”. Pero esa virtualidad se intensificó al punto de suplantar la experiencia concreta.
En paralelo, los desafíos virales conocidos como “challenges” invadieron la plataforma. Muchos consistieron en bailes o coreografías inocentes, pero otros implicaron riesgos físicos y psíquicos importantes.
Algunos adolescentes se filmaron inhalando sustancias, colgándose de estructuras o simulando situaciones de peligro. Varios casos terminaron en hospitales. Algunos, en tragedia.
“Una de las estructuras del ser humano también es la perversión, lo cual tiene un rasgo de sadismo y masoquismo cuando todo se reduce a los videos virales de TikTok”, reflexionó Antonowicz.
La lógica del espectáculo del sufrimiento ajeno se consolidó. “El sadismo es mirar cómo el otro puede sufrir. En general, el sádico goza de ver sufrir al otro”, completó el especialista.
La exposición, sin embargo, no fue solo voluntaria. Muchos menores se encontraron con adultos que aprovecharon la red para manipular, acosar o vulnerar.
“En el caso de los adolescentes y los niños adolescentes, es responsabilidad de los padres controlar el uso de todas estas herramientas tecnológicas”, advirtió Antonowicz. El acompañamiento adulto resultó clave para prevenir abusos.
A esto se sumó un nuevo riesgo: la vigilancia permanente. “Hay hackers que están organizados que, no sólo en TikTok, sino en cualquier red social, están a la búsqueda de conectarse con el mirar”, alertó el psicólogo. La mirada, que en teoría constituía al sujeto, también lo expuso. La cámara frontal dejó de ser un medio de expresión y pasó a ser una trampa.
Las redes sociales, que prometieron nuevos modos de crear lazos, terminaron generando vínculos frágiles y mediatizados por el deseo de consumo. “Las redes sociales nos muestran una nueva forma de crear lazos, de crear vínculos, conexiones con el otro”, observó Antonowicz. Pero esos vínculos fueron filtrados por métricas de éxito, números y reacciones.
“Algunas chicas y chicos empiezan a compartir su desarrollo, su vida y algunos logros”, dijo el especialista. Sin embargo, al no recibir una respuesta inmediata o satisfactoria, entraron en una espiral de sobreexposición: mostraron más, exageraron, simularon. El silencio del otro se interpretó como falta de valía. Y la identidad quedó atada al algoritmo.
El impacto de TikTok sobre la subjetividad aún no se midió del todo, pero sus efectos se sintieron en la clínica, en las escuelas y en las familias. Alteraciones del sueño, ansiedad, pérdida de concentración, baja autoestima, autopercepción distorsionada y aislamiento social fueron solo algunas de las manifestaciones que se observaron en quienes usaron la red de forma intensiva.
En este panorama, la ausencia del Estado se hizo evidente. Sin campañas de concientización, sin regulación efectiva y con un sistema educativo desfinanciado, les jóvenes quedaron librados a su suerte frente a una tecnología que operó sobre sus deseos, emociones y vínculos. Las empresas tecnológicas priorizaron la retención del usuario por encima del bienestar colectivo.
El resultado fue una generación criada por algoritmos, filmada por sus propios celulares y validada por miradas ajenas. Una generación que encontró en TikTok una forma de expresión, sí, pero también una cárcel simbólica de la que ahora cuesta salir.
Foto: tech.co
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