

La obra del reconocido Florian Zeller; autor de El Padre, El Hijo y La Mentira, entre otras, regresó a la cartelera porteña. Diario NCO presenció una de sus funciones y te comparte un análisis sobre el guión, las actuaciones y la escenografía.
¿Puede una madre amar demasiado? , ¿existen límites para ese amor?, ¿qué ocurre cuando un hijo crece y se va? Una historia plagada de interrogantes, emociones, sensibilidad y dramatismo; hasta llegar al punto de involucrar la salud mental.
Anne ha construido una vida alrededor de su hijo Nicolás y, ahora que se ha ido, debe enfrentarse a la pérdida y al verdadero vínculo con su marido. Las decisiones que ha tomado la atormentan y hay mucho que quiere decir.
Presenta un guión contundente que se centra en las consecuencias que deja el famoso síndrome del “nido vacío”. Con formato de repregunta, sobre varios de sus diálogos para enfatizar situaciones; además de giros cronológicos en la narración.
El elenco está integrado por Gustavo Garzón, con un personaje monótono que cumple acertadamente su rol. Martín Slipak (Nicolás) aparece a mitad de puesta y le brinda dinamismo, Victoria Baldomir (con más de un personaje) aporta frescura.
Aunque el planteo gira en torno Cecilia Roth (Anne), una madre atrapada en el dolor y en la confusión de una maternidad que la devora. Con precisión, logra que los espectadores se sumerjan en sus pensamientos más oscuros.
Párrafo aparte para su interpretación, hipnótica y arrolladora, que se convierte en el pilar de la obra. Cada gesto y palabra reafirman el deterioro de una mujer que siente que ha perdido su propósito. Ella se cuestiona su vida y su cordura; sufre, se consume y siente un desamparo que sobrepasa el entendimiento.
Derrumbe
“La madre como arquetipo de la familia burguesa, que es el centro de la casa hasta que todos empiezan a orbitar cada vez más lejos y entonces un remolino que arrastra a sentir junto a ella, el tiempo todo entero”, confesó su directora Andrea Garrote, quién se luce en su labor.
En particular hablamos de cómo la dirigió a Roth para crear los vaivenes de su mente y a Slipak quién logró una conexión con “su madre” (en escena), como así también explotar sus recursos actorales según la puesta lo requería.
La escenografía es uno de los eslabones menos atractivos de esta propuesta. Un sillón, una silla y una mesa con copas es lo que se observa en el escenario, y si bien hay cortinas que cumplen una función metafórica (viaje en el tiempo), su utilización se torna poco original.
Algo similar ocurre con la iluminación que se mantiene constante, sin cambios; y la música que se vuelve cliché, ya que solo se apela a una radio de fondo.
Con funciones de jueves a domingos en el Teatro Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857, CABA) y entradas en boletería o por PLATEANET. Para aquellos que buscan una experiencia teatral profunda y que transita por las sombras de los vínculos familiares.
Crédito foto: Irish Suarez
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