Número de edición 8481
Opinión

El huésped obligado

Por Vicente Battista
Entre el 19 de junio de 1842 y el 15 de octubre de 1843, el periódico “Le Courrier Français” publicó “Los Misterios de París”, de Eugene Sue.

El folletín, que pretendía dar cuenta de la decadencia en los bajos fondos franceses, se ofreció en diez entregas. El éxito fue inmediato. Cientos de lectores aguardaban la salida de un nuevo capítulo, ansiosos por saber de qué modo continuaban las peripecias de ese misterioso Rodolphe, quien con idéntico tesón defendía a las mujeres descarriadas y a los pobres de toda pobreza. Sue se convirtió en una suerte de vocero de las clases desposeídas.

Posteriormente, Marx y Engels señalaron que esos folletines no pasaban de ser un claro ejemplo de perorata reformista, que la auténtica obra revolucionaria había que buscarla en Honoré de Balzac. Hay que recordar que en el prólogo a su serie de novelas que iban a constituir “La Comedia Humana”, Balzac precisó que él escribía “a la luz de dos verdades eternas: el catolicismo y la monarquía”; dos valores que se llevaban a los palos con las propuestas ideológicas de Marx y Engels.

Toda ficción, dicen, tiene tantas interpretaciones como lectores tenga. Es cierto, pero asimismo es cierto que no todos esos lectores están en condiciones de ejercer el análisis adecuado; esa labor suele reservarse a los críticos. ¿Lo fueron Marx y Engels cuando desplazaron a Sue a favor de Balzac? ¿Lo fue Jacques Lacan, cuando en el exclusivo campo del psicoanálisis, realizó un seminario a partir de la “La carta robada”, en el que, por cierto, no se preocupó por las estructuras puramente literarias de ese cuento de Poe?

Recientemente, Harold Bloom, en su cuestionado libro “El Canon occidental”, propuso a Sigmund Freud exclusivamente como escritor. Dijo Bloom: “Obviamente, estoy hablando aquí de Freud el escritor, y considerando el psicoanálisis como literatura (…) El verdadero éxito de Freud consiste en haber sido un gran escritor. Como terapia, el psicoanálisis agoniza, y quizá ya esté muerto”.

Por una parte, un psicoanalista recurre al texto de un cuentista con el propósito de establecer una teoría psicoanalítica. Por otra parte, un crítico literario, exonera al psicoanálisis como práctica científica, pero rescata como escritor a quien lo ha fundado. Infinitos son los caminos de la crítica.

Hace unos años me supe ganar la antipatía de un amplio número de críticos cuando durante una mesa redonda se me ocurrió decir que el crítico es de algún modo un animal parásito: se nutre del material del otro. Cualquier obra de arte existe independientemente del crítico, no hay un solo crítico que pueda existir sin una obra de arte; es decir, sin un objeto al que criticar.

Más tarde, leyendo “Lenguaje y Silencio”, de George Steiner, me sentí algo justificado por haber dicho aquel exabrupto. Steiner, uno de los más reputados críticos de este tiempo, señala: “Al mirar atrás. El crítico ve la sombra de un eunuco. ¿Quién sería crítico si pudiera ser escritor? ¿Quién se preocuparía de calar al máximo en Dostoievski si pudiera forjar un centímetro de los Karamazov?” Y más adelante, agrega: “El crítico vive de segunda mano. Escribe acerca de”.

Octavio Paz, en “Corriente Alterna”, asume la defensa de la crítica. Leemos: “La invención de la crítica no es inventar obras sino ponerlas en relación: disponerlas, descubrir su posición dentro del conjunto y de acuerdo con predisposiciones y tendencias de cada una (…) La crítica tiene una función creadora: inventa una literatura (una perspectiva, un orden) a partir de las obras.”

Inquietante contrapartida: George Steiner, ensayista, reconoce las limitaciones de la crítica; Octavio Paz, poeta, recupera su función creadora. La polémica sigue abierta. Tal vez, como un mínimo aporte, convenga recordar que el primer periódico de Europa que le brindó espacio a los hechos culturales fue el “Journal des Savants”, un diario francés que apareció en París en 1665.

No hay noticia de que se haya ocupado de dos autores que habían publicado algunos años antes. La edición definitiva de “El Quijote” apareció en 1617, el “First Folio”, compilado que recoge 36 piezas dramáticas de William Shakespeare, data de 1623. A la hora de hablar de las grandes obras contemporáneas, el crítico del “Journal des Savants”, decidió ignorar a Cervantes y a Shakespeare. Hay que reconocer que pese a ese olvido tan mal no les fue. A la literatura tampoco.

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