Número de edición 8481
Opinión

Opinión: El Abogado penalista

Pag.2_ Dr. Hugo López carriberoPor Hugo Lopez Carribero
Abogado penalista

El abogado penalista debe defender los derechos de su cliente, pero nunca ser socio del delito que hubiera cometido el acusado.
Es por ello que entiendo que solo tengo derecho a estar donde Dios quiera
ubicarme, ningún otro lugar me pertenece.

En materia dineraria, ocurre algo parecido. Cuando uno saca el dinero de
donde no debe, Dios lo coloca donde uno no quiere.
Algo parecido sucede con al avaricia. Todos los avaros viven empobrecidos,
la avaricia es un requisito de la miseria. Curiosamente el avaro busca de
manera incesante hacerse de lo perecedero, y con la misma avaricia descuida lo que no perece. Vive siempre pensando en el futuro. Pero, para el avaro, cuando el futuro llega ya es tarde, sus familiares lo están llevando al cementerio. La felicidad no está en el placer, no en el que tiene más. La felicidad está anidada en el corazón de aquel que encuentra la verdad.

Quiero decir que es correcto cobrar honorarios caros. Lo que está mal es
estafar al cliente, que no es lo mismo.
Por ejemplo, se estafa al cliente cuando se perciben honorarios y no se
presenta ningún escrito en la causa, ni se acude a las audiencias en
tribunales.

Pero insisto, cobrar caso no es estafar. Cobrar caro, es cobrar caso, y
nada más que eso. En cambio estafar es cometer un delito, además de una
falta de ética profesional.
Hay veces que, conversando con colegas sobre clientes y juicios, advierto
que claramente han defraudado a sus clientes.

Es por entonces que adquiere relevancia eso de no le hagas al otro lo que
no te gustaría que te hagan a ti. Pero un amigo me enseñó que a esa frase
hay que darle una vuelta de rosca para que quede así: No le hagas al otro,
lo que al otro no le gusta que le hagan (sin perjuicio de que te guste a
no a ti).

El abogado tiene también la posibilidad de rechazar un juicio. Hay clientes intratables, por más buen voluntad que el abogado ponga en mantener una buena relación. Aunque muchas veces es pero la relación que de entabla en los familiares del cliente. Los familiares del cliente no pagan los honorarios del abogado, pero son críticos por naturaleza, de forma dura y descarnada. Total nada tienen para perder. El juicio no es de ellos, y el dinero tampoco. Después de todo podrán decir que el juicio de ganó gracias al control que ellos ejercieron sobre el abogado. Y si se pierde, pues le dirán al familiar: “Viste, yo quería sacar a ese abogado, y vos no me hiciste caso”. Como en todos los movimientos sociales, es muy fácil empujar a la gente, pero es muy difícil guiarla correctamente.

Una vez, un abogado tramposo por excelencia, me dijo: “Los abogados canadienses arreglan los hechos según la ley, en cambio los abogados
argentinos, arreglan la ley según los hechos. Por eso los argentinos
tenemos los mejores abogados”.
Desde ese día decidí no volver a conversar más con ese abogado, sólo lo
saludo con decoro, y nada más. Los abogados no debemos obstaculizar la
administración de justicia, sino más bien promoverla. Ningún abogado debe
dejar al descubierto a su cliente, frente al delito que éste pudo haber
cometido. Pero todas las defensas deben ser distinguidas por la buena fe,
por ser dignas y honradas. La buena fe comprende, entre otras cosas, no
pretender tomarles el pelo a los jueces y a los otros abogados, bajo el
pretexto de defender lo derechos del cliente. La buena fe es la calidad
jurídica de la conducta legalmente exigida de actuar en el proceso con
probidad, con el sincero convencimiento de hallarse asistido de razón, con
argumentos válidos. Con acierto, cordura, prudencia y rectitud.

Todo abogado que actúa de mala fe, lejos de beneficiar a su cliente, lo
complica, y lo compromete cada vez más en su engorrosa situación procesal.
La primera torpeza de un joven abogado es tomar un caso de un familiar.
De hombres es equivocarse; pero luego de ello de locos es persistir en el
error (Marco Tulio Cicerón).

Esto no tiene nada que ver, y por lo tanto no debe confundirse, con la
perseverancia, que es una virtud de muchos seres vivos, no sólo del ser
humano. En el marco de la perseverancia, caer está permitido, pero
levantarse es obligatorio. El hombre en muchas ocasiones hace alarde de su
envidia. Por ello, a veces me incluyo, nos gusta llamar testarudez a la
perseverancia de los demás pero le reservamos el nombre de perseverancia a
nuestra testarudez. Es una de las tantas formas que el ser humano tiene al
alcance su mano para expresar su codicia y sus celos.

Por eso es que cada vez que enfrento un juicio difícil, recuerdo las
experiencias que me dejaron los juicios que perdí. Es la mejor manera de
volver a ganar. De los ganados nunca aprendí nada y como en muchos órdenes
de la vida, para ganar, primero perdí.

Hace pocos meses, llegué a mi juicio número mil.
Es muy cierto aquello según lo cual no se sale adelante celebrado éxitos,
sino superando fracasos. El que cierra la puerta a todos sus errores, en
algunas oportunidades seguro va a dejar afuera a la verdad.

El abogado debe hacerse amigo de los pensamientos comunes, esos pensamientos son habitualmente los más pacificadores. Todos necesitamos paz y serenidad para trabajar correctamente. El deber y la pasión son dos grandes gigantes que luchan en el corazón del hombre. Con bastante frecuencia el que sucumbe es el deber. Puede observarse esto, con mucha frecuencia, en los juicios criminales.

Siempre el abogado debe apresurarse a reconocer sus errores, antes que
otro venga y los exagere. Y muchas veces el buen abogado debe saber luchar
no sólo sin miedo, sino también sin esperanzas. Las batallas judiciales en
las que se advierte una posible, o casi segura derrota, son las más honrosas de llevar adelante. Allí no hay más que dignidad y orgullo, ese orgullo bien ganado y bien empleado. Allí esta la honradez intelectual del abogado elevada a al décima potencia, la mesura y la solemnidad. Claro que todo este trabajo debe ir acompañado de un cliente sensato, que ayude al abogado y no que le ponga palos en la rueda.

En algunas escasas excepciones he tomado casos perdidos sin percibir
honorarios, sólo por darme el justo de luchar sin esperanzas. Las batallas
fueron enormes y virulentas. Sorpresivamente algunos de esos juicios los
terminé ganando. Si hubiese querido hacerlo, no lo hubiera podido hacer.
Cosas de la vida, y de esta profesión.

Por eso desconfío de los abogados que sólo cuentan las batallas ganadas.
Pregúntele a su abogado lo que él presume, y a los pocos instantes se
dará cuanta de lo que carece. También desconfío de aquellas personas para
las que la vida es todo blanco ó todo negro. La verdad es que vida esta
plagada de bellos grises. Yo me quedo con los grises.

Cuando nos quedamos atascados con nuestro automóvil en una calle inundada,
muchas personas nos dirán por dónde no se debía pasar.
Cada vez hay más individuos que pretender hacer el Prode con el diario del
lunes.

Para muchos abogados, cuando más se les estrecha la mente, más se les abre
la boca. Esto también vale para jueces y fiscales.
Le tengo más temor a un ignorante con iniciativa que a una tribu de caníbales. Al final nunca estuve rodeado de caníbales. Pero a los
ignorantes con iniciativas los veo por todos lados, son figuras
decorativas del paisaje de tribunales.

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