Las guitarras y bajos artesanales del taller San Bry ya suenan en los escenarios de la mano de bandas locales y hasta de la Mississippi. Los luthiers contaron a NCO la importancia del oficio para la industria local, como salida laboral e inclusión social. Historias de cómo hacer un bajo con un cajón de manzanas y así lograr que un chico vuelva a la escuela.
Por: Valeria Virginia Villanueva
villanueva.valeriavirginia@gmail.com
Para un músico, como para cualquier artista, el instrumento tiene un valor trascendental: con él crea, se expresa, viaja, transforma; establece un verdadero vínculo afectivo además del profesional. ¿Cómo sería si además ese instrumento musical lo construyera con sus propias manos, la madera preferida, la forma soñada y a su medida? Esa es la propuesta de la Escuela y Taller de Luthería San Bry, que desde González Catán está haciendo historia.
Tres matanceros, docentes y músicos, transmiten desde hace 4 años el oficio de luthier, en el afán de acercarlo a cualquier interesado que quiera aprenderlo. Como si esto fuera poco, el sueño de Luis Castillo, al que luego se unieron Juan Míguez y Oscar Molinas, es el de abrir un Centro Municipal de Formación Profesional en Luthería de diversos instrumentos, que sería el primero en el conurbano bonaerense y uno de los pocos en todo el país.
“La primera guitarra que salió del taller nuevo debutó en La Trastienda, con Barrios Bajos, y estaba a la altura de las circunstancias”, destacó Luis en diálogo con NCO. Asimismo, el cantante de la mítica banda blusera La Mississippi, Ricardo Tapia, les pidió una viola hecha de maderas nacionales para su último disco “Criollo”.
Con la pasión del músico, el orgullo del artesano y el compromiso social del maestro, explicó de qué se trata su innovador proyecto autogestivo que moviliza a la industria matancera y nacional, y para el cual requieren el apoyo del gobierno municipal.
Orgullo matancero
A pocas cuadras de la estación de González Catán, sobre Totoral 108 (entre Sanabria y Piogana), funciona el taller SanBry (por Santiago y Brisa, dos de los hijos de Luis). Allí hacen reparaciones, fabricación y venta de insumos. Ahora, además de los cursos de construcción, dictan seminarios de pintura y calibración. Allí, actualmente, asisten alrededor de 30 alumnos: jóvenes, adultos, hombres y mujeres dan forma a su propio bajo o guitarra, de formato clásico, acústico o eléctrico. Y lo hacen de manera profesional.
“Trabajamos con material didáctico, con apuntes de acuerdo a un programa. Las primeras clases son teóricas, se explican las diferencias entre maderas y su conveniencia para un diapasón, un fondo, una tapa o un puente, y los circuitos eléctricos” -asegura Luis, con una década de experiencia en el oficio y otros tantos años en la enseñanza dentro aulas matanceras. Junto a Oscar y Juan, se han movilizado por toda Capital Federal y Gran Buenos Aires en búsqueda de la materia prima adecuada y han logrado obtener la necesaria para crear una línea de instrumentos e insumos de alta gama. Pero ellos van más allá.
“Nuestra idea es formar un Centro de Formación Profesional en La Matanza, que se enseñe el oficio por cada instrumento que existe. Hay una gran demanda y pocos que ofrezcan el servicio – comenta Luis-. En toda Sudamérica, hay un sólo lugar que se aprende lutheria de forma oficial, y está acá en Argentina: la Universidad de Tucumán, que tiene la carrera de maestro lutier a la que viene gente de países vecinos”.
“Nos anotamos en todos lados para tener ayuda económica en insumos y maquinaria, no tuvimos respuesta. Elegimos capacitarnos, decidimos seguir por el camino más largo, pero seguir, nos autofinanciamos con la cuota de alumnos, la ventas, reparaciones”, manifiesta el luthier y observa que “el objetivo es que logre un reconocimiento en La Matanza, aunque es muy difícil que alguien te escuche”.
Popularizar un saber
Además del poco reconocimiento, sigue siendo un ámbito elitista. Quienes se dedican al oficio muchas veces no lo transmiten, según explica el docente: “Hay infinidad de luthiers en el distrito, pero esconden el conocimiento, nos han dicho que por temor a la competencia. Tampoco existe en La Matanza una escuela que enseñe el oficio, y lo haga con responsabilidad”. Por ello también pretenden fundar una “cámara matancera de lutieres, a modo cooperativistas, donde recomendarnos lugares para abastecerse, poner en común las problemáticas y necesidades de todos”.
Ante este panorama, la respuesta por parte de vecinos matanceros interesados es cada vez mayor y más positiva. De hecho, a fines de mayo, el taller tendrá un stand en el festival por la cultura y educación organizado por la Casa de la Cultura de González Catán, que se hará en el estadio Juan Domingo Perón (km 32 de ruta 3).
Hacia una industria de lutheria local y nacional
Lo que cuesta un instrumento en una casa de música a veces es irrisorio, como asume Luis: “comprás un instrumento hecho y no es de calidad, pagás la marca y nada más”. Por eso también tuvieron que movilizarse para conseguir las materias primas de calidad, difíciles de hallar: “Acá en Matanza se conseguía pino para techo nada más. De tanto ir y venir por todo Buenos Aires, empezaron a traer otras maderas, de mejor calidad. Hoy trabajamos con maderas nacionales e importadas, como lenga, cancharana, incienso, guatambu, paraíso, caoba o fresno”.
Con los elementos eléctricos la situación es más compleja aún, frente a la reciente apertura de importaciones: “Lo triste de esto es que había empezado a mover un mercado interno argentino, por ejemplo micrófonos de guitarra Pickups, y lo que entra ahora en general es de China y de calidad dudosa”.
Al respecto, lo que destacan desde la escuela taller es la necesidad de apoyo de autoridades gubernamentales, para que también se puedan articular los sectores económicos implicados y así fomentar la fabricación nacional.
Un bajo con un cajón de manzanas
Lo apasionante del oficio son los logros más allá del instrumento, y lo que se puede transformar con la música y el compromiso. Es lo que expresa Luis al contar con emoción una anécdota que le ocurrió como docente de matemáticas en una escuela de Catán, donde la situación de marginalidad, entre drogas y delincuencia familiar ya es habitual. ¿Cómo enseñar algo tan abstracto como matemáticas en un ámbito donde no están cubiertas las necesidades básicas?
Gracias a los consejos de Oscar y Juan, a Luis se le ocurrió plantear la construcción de un bajo artesanal con los chicos, a partir del reciclaje de un simple cajón de manzanas.
“La primera reacción al ver las herramientas fue increíble, las tocaban, las miraban, se reían porque no sabían cómo usarlas. Tenía un grupo de chicos que no iban a la escuela, cuando se enteraron de que estábamos haciendo eso, retomaron las clases”, subraya conmovido el docente.
Así fue como llevaron su bajo y tocaron con él en la Universidad Nacional de La Matanza y en la de Bellas Artes de La Plata: “le agarraron el gustito, era hermoso verlos hablando con la gente, contándoles el proyecto. Lo sintieron tan suyo que ellos mismos lo defendían”, resumió Luis, valorando el poder de integración social que tienen este tipo de actividades didácticas, sobre todo relacionadas con la música.
El cajón de manzanas devenido en arte se convirtió en una suerte de metáfora de la transformación misma de esos chicos, de las posibilidades de desarrollo personal a partir de los recursos escasos con los que se cuenta, si hay un docente y una escuela que lo impulse. “Si con un puñado de herramientas construís, reparás, cuando le agarras el gustito no parás”, al fin al cabo, se pregunta Luis: “¿Qué mejor que trabajar de lo que te gusta?”.
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