Número de edición 8481
Opinión

Argentina al vacio

Argentina al vacio

Cada época tiene un rasgo fundamental que la caracteriza y el de ésta es, sin duda, el vacio. Vacio de ideas, de ideales, de valores, de discusión política, de solidaridad, de coraje, de generosidad y fundamentalmente, de humanidad. No podía ser de otro modo, cuando se entroniza el egoísmo individual como una virtud que milagrosamente, vaya uno a saber porqué, en algún momento mutará su naturaleza original y terminará beneficiando a la sociedad  entera y cuando se denigra y demoniza toda expresión social que insinúe el menor atisbo de amenaza contra el orden establecido por el poder económico.

Francisco J.Martínez Pería. Abogado.

fjmartinezperia@gmail.com

Este poder, que viene siendo ejercido por las grandes corporaciones desde que se implantó el capitalismo, originalmente se basaba, en forma explícita, en la explotación lisa y llana de los trabajadores  y en la extracción ilimitada de los recursos naturales, generando con ello la lucha de clases,  la resistencia de grandes masas populares y el nacimiento de los primeros aprestos ecologistas.

Esa resistencia social, que llegó a un punto de alta peligrosidad para el poder económico durante el transcurso de las primeras décadas del siglo veinte, originó por un lado el comunismo, como una forma de organización política, económica y social de  aquellas naciones que abandonaron el capitalismo y, por el otro,  el Estado de Bienestar en las que, si bien siguieron dentro de ese sistema, tomaron debida nota de esa resistencia y peligrosidad e implementaron desde el Estado políticas económicas y sociales destinadas a morigerar la desigualdad provocada por la concentración de la riqueza en unas pocos individuos y grupos corporativos y la miseria de grandes capas de la población.

Derechos de los trabajadores y de los ciudadanos en general, que hoy nos parecen naturales e inconmovibles tales como la huelga, el salario mínimo, vital y móvil, las vacaciones, el aguinaldo, las asignaciones familiares, las jubilaciones, la asistencia social, la educación  pública y la salud pública gratuitas, no existían hace no muchas décadas atrás y algunos de ellos, como la huelga eran considerados un delito. Esos derechos fueron conquistas sociales ganadas con mucho sacrificio y esfuerzo por los pueblos y en especial por sus trabajadores y están siempre amenazadas por aquellos que no le asignan ese carácter, sino el de costos de producción o factores de déficit fiscal, por lo que su defensa no puede ni debe claudicar nunca.

Con el fracaso de las experiencias prácticas del comunismo, el capitalismo se consolidó  de tal manera que sólo sus propios errores y contradicciones pueden amenazar su supremacía absoluta en el mundo. De esos errores, el más visible y peligroso es el que tiene que ver con la explotación ilimitada de los recursos naturales y la consecuente contaminación ambiental, que están degradando de forma irreversible la Naturaleza y poniendo en serio riesgo la existencia del Planeta y por ende, paradójicamente, la de los propios capitalistas, muchas de cuyas posibles catástrofes ya se están sucediendo en todo el mundo y particularmente, en la Argentina.

En cuanto al control de la población y de sus posibles brotes de resistencia, la estrategia del poder ha sido mucho más solapada, inteligente y letal porque ha concluido, hace ya mucho tiempo, que debe ejercerlo directamente sobre las mentes y los corazones de los ciudadanos  antes que sobre sus cuerpos, para lo cual han colonizado los medios de comunicación, especialmente la televisión y los principales periódicos, la publicidad, el marketing y la manipulación mediante el consumo tecnológico, convirtiéndolos en formidables instrumentos de dominación. A ellos se sumaron organizaciones no gubernamentales, centros de estudios, pseudo-periodistas, pseudo-científicos y pseduo- intelectuales, financiados por los centros del poder, los que, traicionando descaradamente las éticas de sus respectivas profesiones llevan adelante una campaña permanente de propaganda, desinformación y tergiversación de la realidad. No hay más que leer los trabajos pseudo-científicos que postulan que los cambios climáticos siempre existieron en el planeta para disimular o negar los ahora provocados por la actividad humana, para concluir rápidamente el grado de felonía de que son capaces los responsables de esos cambios y los lacayos a su servicio.

Así se gestaron las feroces campañas de desestabilización llevadas recientemente a cabo en Latinoamérica contra gobiernos democráticamente elegidos, pero que en lugar de seguir los lineamientos del poder económico y de la potencia dominante en la región, intentaron y lograron elevar el nivel de vida de sus pueblos durante sus respectivos mandatos, aplicando políticas muy diferentes a las recomendadas desde esos centros.  Desde el mote despectivo de “populistas” aplicados cínicamente a esos gobiernos, hasta la persecución permanente de sus líderes instrumentada por periodistas y funcionarios judiciales carentes de todo apego a su noble función, no ha habido recurso que no se utilizara para demonizarlos y escarmentarlos, con la única finalidad de evitar toda repetición posible de esas nefastas experiencias para el poder real, que les hicieron creer a simples empleados medios que merecían y podían vivir dignamente, cuando en realidad los que se ocuparon de ellos no fueron más que “chorros” que “se robaron todo”. Hay acaso acusación más fácil de prender en la conciencia colectiva y más difícil de  contrarrestar que la de corrupción? Si fueron capaces de quejarse de la supuesta “pesada herencia” que recibieron los mismos que entregaron el poder antes de tiempo en medio de un caos generalizado en dos oportunidades y que agravaron notoria y rápidamente cualquier herencia que pudieron haber recibido, como no serían capaces de erradicar del debate público toda discusión posible sobre el verdadero fondo del asunto, que no es otro que la insostenible comparación entre las políticas nacionales y populares y las neoliberales. Aquí también priva el vacio más absoluto, a punto tal que los violentos caceroleros, defensores de estas últimas, no pueden salir nunca del remanido recurso de la supuesta corrupción  del populacho y de sus líderes  para ofrecer argumento alguno que explique el  odio irracional que les provoca la mera posibilidad de ver prosperar a los de abajo.

Ahora bien, pueden esos medios  e instrumentos destinados a dominarnos, uniformarnos y someternos al sistema imperante, enriquecernos como personas, elevar nuestros espíritus, acrecentar nuestra cultura, desarrollar nuestro pensamiento crítico e incentivar nuestra solidaridad hacia el Otro ?  Obviamente que sólo pueden hacerlo excepcionalmente y en la medida que deben simular alguna función social más o menos útil para no generar sospechas indeseadas, pero su verdadera finalidad no es otra que la de estupidizarnos y uniformarnos, vaciándonos de todo contenido moral, ético, solidario, autónomo y libertario y convertirnos en sumisos engranajes de un sistema que no tiene ninguna motivación humanística, sino la mera ambición económica y de poder sin límites.

Los ejemplos más visibles del grado de formateo mental que esas corporaciones pueden producir a través del consumo de sus productos son el uso desaforado de los teléfonos celulares  y el  absurdo exhibicionismo y la cobarde bajeza moral  que imperan en las redes sociales. Pero ese formateo mental alcanzó su punto culminante cuando modestos trabajadores terminaron votando  partidos neoliberales que ahora pretenden convencerlos que no tenían derecho al nivel de vida que habían gozado durante los denostados gobiernos “populistas”. Ello implica, lisa y llanamente, que el poder económico ha terminado por vaciar de todo contenido real al sistema democrático,  consiguiendo que mucha gente vote ingenuamente contra sus propios intereses y a favor de los que los explotan y denigran. Es por eso que lo que realmente está en juego es recuperar el verdadero sentido de las palabras y rescatarlas del vacío en el que las han arrojado el uso indiscriminado y sin límites del poder.

No hace falta aclarar, a esta altura, que en el título de estas humildes  reflexiones bien podría haberse cambiado la palabra “Argentina” por el “Mundo”, porque salvo contadas y honrosas excepciones, el fenómeno de vaciamiento cultural, moral, político y humanitario es decididamente global, no siendo la nacional más que una muestra más de esa escandalosa degradación mundial, que empieza por la paupérrima calidad como estadistas de los líderes elegidos  por grandes sectores del electorado planetario y termina por el insólito viraje de esos mismos sectores hacia las más miserables y destructivas políticas que puedan concebirse y cuyos letales efectos ya probado amargamente y no hace tanto tiempo, la Humanidad. Sólo basta recordar la xenofobia y el racismo que imperan en los mismos países centrales que han provocado e intervenido en las guerras de las que huyen los indeseables que pretenden refugiarse en ellos, para calificar así las deplorables tendencias de sus electorados. En nuestro caso alcanza con comprobar cuantas promesas electorales a favor de los simples ciudadanos han sido cumplidas por un gobierno que ganó las elecciones en base a puro marketing electoral y que rehuyó toda discusión política sobre el verdadero proyecto que pensaba aplicar.

Se puede, obviamente, no estar de acuerdo con ésta modesta interpretación del vacío humanitario que nos aqueja y amenaza y adjudicárselo, no sólo a los poderosos, sino directamente a  los simples ciudadanos que han contribuido a él, porque no podemos olvidarnos que esto ocurre dentro de sistemas democráticos, que aún con todas sus imperfecciones, posibilitan cierto grado de rechazo a esas políticas, que si bien se ha expresado vigorosamente, no ha sido suficiente para torcer el desgraciado rumbo que está tomando el mundo y dentro de él, nuestro país.

Lo dramático es que si adoptamos ésta segunda interpretación y consideramos cómplices voluntarios  a los ciudadanos que han votado las políticas de derecha aquí y de extrema derecha en el mundo e ignoramos el papel que los medios de comunicación y los demás instrumentos  en manos de los poderosos han jugado en su vaciamiento y posterior sometimiento intelectual, no  ha de quedarnos demasiada esperanza en la redención de la raza humana, ni de las naciones que la conforman, porque entonces sí  que estamos marchando alegremente hacía el abismo. O al vacio, si se prefiere darle ese otro sentido al título de esta nota.

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