Mientras el Gobierno de Lula avanza en la investigación y el encarcelamiento de los golpistas, anuncia nuevos ajustes y le adelanta a “los mercados que no deben preocuparse”. Si hay medidas antipopulares la historia puede volverse circular.
Por Matías Rodríguez Ghrimoldi
matiasrodriguezghrimoldi@gmail.com
Hace horas se descubrió un borrador de un decreto de Bolsonaro en el que se habilitaba al entonces presidente a desconocer las últimas elecciones en el país vecino. El documento fue encontrado en la casa de su ex ministro de Justicia, Anderson Torres, quien intenta sortear en Estados Unidos un pedido de captura de la justicia brasileña.
1400 de las personas que atacaron los edificios gubernamentales y pidieron la intervención del Ejército contra el gobierno recientemente asumido de Lula Da Silva, fueron detenidas. Jair Bolsonaro no parece tener una estrategia clara y sus aliados internacionales se despegan de su figura. Si bien todo lo anteriormente dicho es cierto, el peligro del avance de la derecha neofascista en la región está lejos de apaciguarse.
El gobierno electo democráticamente ganó una batalla pero no la guerra. El mar de fondo, la bronca y el hastío con la política que alimenta el fenómeno del avance de la extrema derecha, sigue operando. Recientemente el ministro de Economía de Lula, anunció una reducción del déficit fiscal de unos 46 mil millones de dólares. Además, Lula les adelantó a los mercados que “no deben preocuparse por su Gobierno”.
Los lectores argentinos tienen experiencia sobre cómo decodificar los mensajes de los políticos cuando le hablan a los “mercados” y cualquier persona de cualquier lado del mundo entiende que cuando se habla de recortar el déficit fiscal, en general se hace sobre los sectores populares.
En estas circunstancias, cada vez más personas se desencantaran de un gobierno de Lula que probablemente no resuelve ninguna de sus aspiraciones. Es en esas circunstancias, en los que la derecha decide golpear.
Se debe encarcelar a los golpistas y es celebrable que se procese a quienes atentaron contra la democracia en Brasil. Sin embargo, no se puede encarcelar el descontento, el cinismo o el descreimiento de la política. Eso se combate con medida a favor de los de abajo, medidas que en general “preocupan a los mercados”, que molestan a los poderosos y ajustan a los de arriba.
Otra vez la misma historia
El Impeachment a Dilma fue luego de que la ex presidenta anunció ajustes de carácter neoliberal. Luego de que anunciara millonarios gastos en la Copa del Mundo, mientras la población trabajadora brasileña la pasara cada vez peor. ¿Se imaginan una oleada de manifestaciones en Brasil contra los gastos en la Copa del Mundo? Probablemente, la primera respuesta instintiva sería un No, sin embargo, esto sucedió en junio del 2013.
Una vez destituida Dilma, fue su vicepresidente Michell Temer quien se encargó de continuar las medidas antipopulares y darles una profundidad inusitada. Actualmente, el segundo en el poder después de Lula es Ackmin, un representante del establishment y otra de las alertas para quienes tenían expectativas progresistas en el nuevo gobierno del PT.
En general, cuando se le pregunta a los honestos militantes del lulismo, el Frente de Todos o el Frente Amplio chileno. Todos admiten los problemas de sus Gobierno y sus planteos, pero se escudan repitiendo la misma frase: “Nos aliamos con quien sea para que no gane la derecha”.
Tal vez ese no sea el camino. Tal vez haya que pensar en cambios más profundos. Tal vez algo de razón tenga la canción de aquel trovador que dijo que había que “dar vuelta el viento como la taba” y que además alertaba: ojo, “que el que no cambia todo, no cambia nada”.
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