El 25 de mayo de 1811, al cumplirse el primer año de la Revolución de Mayo, Juan José Castelli (1764 – 1812), vocal y delegado de la Primera Junta de Gobierno en el Ejército del Norte, proclamó en Tiahuanaco, antigua ciudad arqueológica y capital de esa cultura ubicada en el altiplano boliviano, las medidas a favor de los pueblos originarios que sustentaban el ideario revolucionario.
Por Oscar González
Ilustración: SANYÚ (Héctor Sanguiliano)
Para Diario NCO
“Luego se le encomendó la misión de ocupar el Alto Perú. Castelli partió al frente de aquel ejército de la patria con lo poco que había, con el pobrerío que lo seguía y con una revolución por hacer. Iba hacia las tierras que no pudieron liberar Túpac Amaru y Micaela Bastidas; iba a hacerles justicia. Uno de los pocos cañones del ejercito patriota se llamaba Túpac Amaru y el delegado de la Junta soñaba con apuntarlo al centro del poder español de esta parte del continente.”
Biografía de Juan José Castelli
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Castelli en Tiahuanaco
El 25 de mayo de 1811, en las alturas
de Tiahuanaco,
Juan José Castelli encontró
la luna de su espejo.
Venía buscándola.
Leyendo en la borrasca.
Esgrimiendo su pluma.
Inquietando pelucas.
Conjurando fervores.
Jugándose a cara o cruz
las alboradas.
Imaginando la patria nueva.
Hacía un año que los criollos
del Plata irrumpieron
sin pedir permiso,
encendiendo la Plaza,
sofocando al Cabildo.
Iniciando otro baile.
No todos festejaron.
Sinuosos refucilos,
sombras embozadas,
pájaros de mal agüero,
obligaban a la incisión
hasta el carozo.
Los ejércitos partieron
al amanecer, desplegando
el vozarrón
de las buenas nuevas.
El del Norte, tomó
el camino real, cruzó
territorios esquivos, subió
hasta Jujuy, atravesó
Humahuaca, perdió
en Cotagaita, ganó
en Suipacha.
Y continuó subiendo.
En Potosí hizo un alto,
para acomodar
la carga
y continuó subiendo.
Llegó a Tiahuanaco,
enigmático lugar
donde convergen,
esplendores y ocasos,
enigmas y certezas,
pretéritos y porvenires.
Signado por la revolución
para marcar la cancha.
Merodeando las nubes,
muy arriba del mar,
muy lejos del Mar
Dulce, la patriada
del Sur alcanzó
su medida.
Piedras entre las piedras,
erguidos la Puerta
del Sol, los Patricios
presentaron armas.
El sol de la bandera,
las rotas cadenas,
el gorro escarlata,
no habían llegado aún.
Sí, Castelli, convencido
y convenciendo.
Brillando con luz propia.
Lanzando desde Kalasasaya,
Palabras como lluvia
en la sequía o lucero
en socavones.
Tatuando en la siesta
virreinal, los por qué
de tanta desmesura.
Hijo de veneciano y criolla,
porteño de cabo a rabo,
doctorado en Chuquisaca
y militante en Buenos Aires,
Castelli encontró en el altiplano,
la luna que buscaba.
La que entibiaría Huaqui,
la bajada al Puerto,
la saña, el juicio absurdo,
el dolor, la partida.
Se dice que escribió:
“si ves al futuro dile que no venga”.
El futuro respondió
doblando la apuesta
y Castelli, una vez más, aceptó
el desafío.
Se lo puede ver
seguro y convincente,
como en aquel veinticinco
en Tiahuanaco,
piedra entre las piedras,
de espalda a los achiques,
de frente a lo que venga.
Avizorando el día
que los americanos,
al fin, encontremos
la luna del espejo
que nos toca.
Oscar González
del libro “Piedras movedizas”, (2014).
Aldo Bonzi, otoño de 2021
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