Número de edición 8481
Microficcion

Reminiscencias

Reminiscencias – Microficción

 

Por: Patricio G. Bazán (*)

Amelia contemplaba a su príncipe azul, pensativa. Un rictus de dolor torció su rostro como máscara cruel, revelando que ya no era la jovencita serena y soñadora del pasado.

Veinte años juntos, y sin embargo le parecía que habían compartido una vida entera. Lo conocía como a su propia alma, y sabía que pese a sus tiernas palabras o el ademán casual y divertido, ya no era el gallardo e impetuoso joven que conquistó su corazón.

Lo espió sin proponérselo: estaba, como todas las tardes desde hace un tiempo, apoyado en la baranda del balcón, contemplando largamente las quietas aguas de la laguna, no muy lejos de donde edificaron su hogar. Aunque parecía inmerso en un océano de serena felicidad, intuía en él una borrasca interior tan peligrosa como inminente.

El fulgor del crepúsculo recortaba su amada figura: la espalda un poco más encorvada, preñado el vientre de anillos concéntricos como árbol añoso, las evidentes pinceladas de plata en sus sienes… Inevitables huellas del tiempo que, lejos de desanimarla, hacían que lo amara aún más.

Pero también sabía que los perros de la nostalgia mordisqueaban sus entrañas y que, tarde o temprano, tendría que dejarlo partir.

Precisamente porque lo amaba.

Se aproximó despacio, saboreando cada instante, atesorando esos últimos minutos que habrían de compartir si ocurría lo que tanto temía. Lo abrazó desde atrás, apretando fuerte su cabeza sobre las carnes como si quisiera hundirse en su interior, ese reino desconocido cuyas puertas jamás le serían franqueadas.

-No digas nada, ni trates de convencerme; solo quiero que seas feliz -le susurró.

Él la tomó entre sus brazos, luchando entre el dolor y la admiración. La amaba y no quería abandonarla, pero tampoco podía ignorar el llamado de su salvaje naturaleza.

-Bésame de nuevo, como aquella vez -gimió Amelia, maldiciendo cada palabra pronunciada-. Y que sea lo que deba ser.

-Adiós, amor mío. Nunca te olvidaré -gimió él.

La besó como hace veinte años, con pasión, esperanza y una pizca de temor al porvenir. Ambos cerraron los ojos, negando ese presente que los desgarraba.

Amelia suspiró con tristeza, aceptando lo inevitable. Finalmente, con gran esfuerzo, se obligó a mirar. Un mar de lágrimas le empañaba los ojos, como si hubiese estado mirando una luz demasiado brillante. Su Príncipe Azul ya no estaba.

En su lugar, un gordo y brillante sapo la observaba con la mirada del viajero que parte para no volver. Croó fuerte, quizá como despedida, y se precipitó por el balcón rumbo a su añorada laguna.

Ella conservó cada objeto, cada foto, todos los recuerdos que simbolizaron una vida en común. Para la gente del lugar era simplemente Doña Amelia, una viejecita serena y soñadora, viuda o quizás divorciada, que casi no salía de su casa salvo para dar un corto paseo hasta la laguna.

Algunos afirman que hablaba con los sapos, como si éstos pudieran entenderle.

(*) El autor: Patricio G. Bazán (Buenos Aires, 1965) es escritor e ilustrador. Autor de varias obras de ficción inéditas, entre las que se incluyen Panoplia (cuentos), la novela El tapado y el león, y varias obras de teatro. Ha publicado en antologías.

  • Microficción seleccionada por Luciano Doti (Lomas del Mirador). Twitter: @Luciano_Doti

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver al botón superior