
Si una sociedad que se deja engañar por los discursos de políticos en campaña es un problema a la hora de defender sus intereses, la total ausencia de interés en la política es un caldo de cultivo peligroso para que se tomen decisiones a espaldas y a expensas de las mayorías populares.
Por Matías Rodríguez
matiasrodriguezghrimoldi@gmail.com
Los números
Según la consultora Synopsis la participación electoral en la última elección nacional, en el 2021, fue a votar el 71,7% del padrón, el porcentaje más bajo desde 1983. Es decir, el porcentaje más bajo desde el retorno a la democracia.
El otro indicador es el alto pesimismo y la baja valoración positiva de la dirigencia política en general. En uno de sus últimos estudios, la consultora preguntó a sus encuestados qué imagen tenían de los dirigentes políticos: solo el 6,7% respondió “buena o muy buena”, el 31,9% contestó “regular” y 57,6% eligió “mala o muy mala”.
Mariel Fornoni, de Management &Fit, describe un escenario similar: “Nosotros siempre tuvimos una lista de dirigentes que medimos. Hace unos años, de 20 que medíamos, 10 tenían un saldo de imagen positiva, con 20 o 30 puntos más de positiva que de negativa. Hoy prácticamente todos los dirigentes políticos tienen más imagen negativa que positiva. Y si alguien tiene más positiva es apenas, un punto o dos puntos”, señala.
Probablemente, estos indicadores tomados en el 2021 se fueron agravando a tal punto que en septiembre del año pasado, luego de que hayan querido asesinar a la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner “un 62,49% hizo manifestaciones de descreimiento sobre el atentado”, según la consultora de Reputación Pública.
Las Razones
Debido a la pulverización de los salarios reales, el hastío del día a día provocado por la precarización laboral, la desidia estatal en materia de salud y educación, entre otros problemas, crece el rechazo a la política como una herramienta de transformación, y sumerge a capas importantes de la población en el mayor de los cinismos.
El desapego por el debate de la polis, es decir, de los asuntos públicos, hace que los más afectados por las decisiones de los políticos pierdan toda injerencia en el debate. Lo que se vive hoy es un rechazo a la política como tal, no una oposición a los políticos e ideas tradiciones y una voluntad colectiva de construir algo superador.
El reflejo de las redes sociales es un culto permanente a lo efímero y la imagen sustentada en el individuo en detrimento de las ideas y las causas colectivas.
Ahora, ¿cuál es la razón del rechazo o falta de interés por la política como tal y no solo de los políticos tradicionales? Probablemente la lógica de la democracia representativa, de las tradiciones políticas en las que la figura del líder está por encima de los programas genere una sensación de descrédito de todo cuando las promesas se incumplen o los dirigentes decepcionan a sus bases y electorados.
¿Y entonces?
Con esta columna no se quiere llamar a votar por un candidato en particular, si no que se invita a la siguiente reflexión: si la política no va para donde la sociedad quiere, se puede tomar los asuntos en las propias manos y girar el curso de los acontecimientos desde abajo hacia arriba.
Es decir, se puede seguir los ejemplos de Chile, en el que la sociedad logró construir en las calles una salida para un cambio profundo a través de una Asamblea Constituyente. La misma exigencia tienen los peruanos que resisten frente al golpe de Dina Boluarte, ellos no exigen mayoritariamente la vuelta de Pedro Castillo, plantean la necesidad de una Constituyente para refundar su país.
En el 2001, amplios sectores de la clase trabajadora salieron a la calle para manifestarse contra las políticas neoliberales. La consigna sin embargo era antipolítica, destituyente: “que se vayan todos”, no fue posible que se construya una salida desde abajo, una propuesta constituyente.
Tal vez no sea hora de pensar en líderes y salidas mágicas, tal vez sea hora de ver la política cómo algo que no se puede elegir, como decisiones que afectan a toda la población, que pueden ser tomadas por la mayoría, o pueden ser tomadas por poco mientras el resto se hunde en el cinismo y la resignación.
“Odio a los indiferentes“
El dirigente comunista italiano, Antonio Gramsci manifestó el 11 de mayo de 1917 que odiaba a los indiferentes. Parece oportuno terminar esta columna con un extracto de su texto, que invita a reflexionar sobre cuál es el papel que los ciudadanos tienen en la sociedad:
“Odio a los indiferentes. Creo que vivir significa tomar partido. No pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes.
La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el pantano que rodea a la vieja ciudad y la defiende mejor que la muralla más sólida, mejor que las corazas de sus guerreros, que se traga a los asaltantes en su remolino de lodo, y los diezma y los amilana, y en ocasiones los hace desistir de cualquier empresa heroica”.
Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego sólo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después sólo la revuelta podrá derogar, dejar subir al poder a los hombres que luego sólo un motín podrá derrocar”.
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