Número de edición 8481
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Dossier sobre el libro ‘De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):” de Rolando Revagliatti

Dossier sobre el libro ‘De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):” de Rolando Revagliatti

Dossier sobre el libro ‘De mi mayor estigma

Epílogo de Juan Carlos Pellanda para la primera edición del poemario “De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):” de Rolando Revagliatti (Libros del Empedrado, Buenos Aires, 1993), reproducido en la tercera edición electrónica –corregida- (Ediciones Recitador Argentino, Buenos Aires, 2006). Primera parte.

A modo de epílogo

Por Juan Carlos Pellanda

¿Pertenecer (permanecer) al romanticismo es un estigma, con lo que ello involucra en plano místico, o evita ser lo que se dice de sí mismo? Pero ¿qué se entiende por ser romántico? Al margen del perimido movimiento hay, bajo esos términos, una manera de percibir y de trasuntar, que no desdeña ni el coloquialismo ni la pasión frente a los hechos. No únicamente en esto el romanticismo sigue tan vigente como en el siglo pasado.

representatividad: ¿no se observa al actor que imagina una pausa en la escena eterna?

El lenguaje celebra, como Nicolás Olivari o Girondo celebraran, con palabras que se mastican (contagio) o se duelen, las osamentas de una forma nuestra del subsistir (city, bienestar y cortesía). Se prueba en la ausencia de hermetismo (herencia y muerte) y en la implementación de recursos (“a mi más madre” como quien diría “a mi masmédula”).

digo de mí: entro en él. Advierto que me estoy rememorando o camuflando con palabras. ¿Es que se construye el poeta de otro modo? flor: ¿es un soneto trunco? ¿Por qué? ¿Para que lo complete el devenir o el otro escondido en cada uno?

para nombrar tus nombres: difícil. Después de… mi gauchito con rouge… ¿la enumeración de los machos que quisieron ser y no fueron —…machos, fachos o borrachos, que es casi lo mismo…— concluye con esa invocación a un padre aureolado por los héroes imaginarios como los eduardos y emilios arrancados del horror del citado devenir que todo entumece, aun las leyendas? Este padre… ¡cuánto pesa! ¡Aparece y desaparece constantemente! ¡Qué ganas de psicologizar! Pero soy sólo lector.

menú: ¿es un antipoema? La palabra invasora arrasa el sentido y lo somete al puro escarceo expresivo, procurando un significante inquieto.

El poema a Roberto Arlt (nombres en la noche) ¿es ilusorio? ¿busca ex-profeso la comparación subreal en un escritor tan nítido? ¿Qué ha visto, Rolando, desde esa plataforma mediúmnica, sino las alternativas de su nombre? ¿No se juega “con los deslindes”? ¿O es que no se debe jugar, sino repitiéndolos amorosamente, con los libros, con los árboles, con los hijos?

Especulares: “una mujer mira a una mujer que mira a otra mujer mirar a otra…” (reino animal): con la abrupta entrada de una estrella de cine, propone, de pronto: ¿es que, también a través de las aguas del cristal los mundos de la razón se tornan esa sin razón que, Goya entendía, engendran monstruos?

He aquí la escritura automática donde todo vale. Bretón afirma que ejerce una directa influencia sobre el actuar. Y que su riqueza depende del grado en que ésta exista ya en el interior del escritor. En Rolando el inconsciente vela la fortuna de un lenguaje a lo Góngora, con alianzas intrépidas y desfallecimientos, también. Pero éstos están teñidos, como en los cuadros de Delacroix, por un aire de cataclismo donde caballos agonizan entre las carnes de las favoritas. Todo es así. No hay austeridad, pero ¿es esto un reproche? ¿Debe serlo? ¿Sólo habrá poesía cuando la palabra se transforme en sílaba?

“…el recuerdo de ese papá me puede…” Este ME me vuelve loco. ¿Quién, cómo era ese padre? ¿Por qué en este libro su impronta, dije, va y viene como la trayectoria de pájaros migrantes? No me conforma que, por un laberinto ignoto, llegue el hijo: “…¡no carne de mi no carne! ¡no letra de mi no letra!…” porque ¿desde dónde viene? Nunca lo sabré. Y el mismo Rolando se interpela. Resulta pavoroso que, a continuación, en septiembre asalte, otra vez, el padre, como única chance. Es que, como diría Yourcenar, no somos sino el paréntesis vivo de incontables muertes. ¡Qué bueno sería sumergirse en este material para desentrañar qué otro humano existe bajo la letra! Pero, claro, vuelvo a las preguntas: ¿es una gata (felino en el dormitorio) o será un tigre disimulado? No creo que, con menos fuerza, pueda ir y venir de los ensueños en una fiesta que me trae a Huidobro. ¿“me enfrento o me acoplo”, yo también (simetría) al… traidor de turno que traduzca (traduce) padre…? Lo estoy haciendo resultándome insoportable sostenerme en esta tensión.

Felizmente, un respiro: la tía negra. Parto en búsqueda…, alentado por la confesión “de humanitis, humanidad” con que se define hasta llegar al testamento de plebeyo. Riquísimo festín. Trozan y destrozan. ¿Por qué afirma su virilidad al ser “…dulce objeto de la vivaz parsimonia de una fellatio…”? En realidad, él sabe que no es cierto, que todo vacila, aun en la más férrea de las decisiones. Y lo sabe bien. Tanto que, en la saga de la novia, interpretándose por el tío que regala alcancías (el motivo me lo guardo) regresan las verdades hasta una confidencia: “…no sé a quién quiero más si a mi novia o a mi caballito de madera…”

Tropiezo con palabras en peligro de ahuecamiento (siendo y como sean). Dejo que se pierdan algunos autobuses —¿en qué libro no conviene hacerlo?— y me tomo el que me lleva hasta los cortísimos poemas. Desde familia a abstracto hay un desgranar de años. Algo ha pasado. Con el delicioso bucólica resucita el poeta. encierros se organiza con imágenes de acerada claridad.

Recomienzo el camino de los “payasos paulatinos”, corcoveo, sobre escritura reducida a su esencia para acceder al arcano total: freud. Y aquí conviene detenerse. ¿Debe el lector seguir o inquirirse? ¿Convocar a sus propias sombras o conjurarlas? Debe perseverar y… seguir, porque hay un premio: un actor se prepara, donde el ritmo enunciativo parece preñar un final de efectividad extraordinaria.

Luego otro libro. Una crónica histórica articulada en dos por cuatro o en seis por ocho, no importa, porque lo que acontece sí que importa. ¡Cómo parlotean, desde tanta niebla, los fantasmas! La crueldad del tiempo los ha reunido en la procesadora de la memoria. Se diluyen en un sueño del cual se arrepintieron de partir. Advienen aforismos bajo las alas del pájaro al trino.

Y con un perfume a Nicolás Guillén (“¿es teresita secundina purificación como el puerto rico de los estados unidos de su mamá?”) nos regodeamos en las formas de Octavio Paz que Rolando gusta describir: la gatidez de los gatos, el descaminamiento del camino o el apiear del pie.

Así, interceptando con lupa aun los más remotos corcovos de la retentiva, arribo al tramo 8 de largo de aquí largo de aquí, absolutamente logrado… salvo el final. Pareciera en éste, como en otros casos, que el autor temiera a la seriedad y que a todo quisiera propinarle un brochazo de ironía. Malgré lui, el texto se resiste y planta los brochazos afuera, convirtiéndose en independiente.

Me sondeo: ¿el poder del cine está en ser recuerdo? Porque Rolando va y viene (¡más “vayvienes”!) por actores, películas, momentos, títulos que, recién ahora avizoro que integra mi experiencia tanto como la vida o su extinción de familiares queridos. Releo y me parece atisbar, digo, a lo mejor, que ése es el hilo del laberinto, la mano del Dante. Si le concedemos a esos nombres el poder de exorcizar, veremos. Digo, dentro de la luz negra de quien reside “…en la ternura de la inalterable gelsomina…” o en “¿cómo me traduzco que incide en mí que hoy haya muerto bettedavis?”

Huyendo de lúdicos avatares la poesía calza mariposas: “…el ocio es amor o nada es otra cosa que no ocio…”. Llegamos, ya llegamos al final.

Desde esas letanías que en hijos para (no) sacarle el cuerpo a la muerte (en las que destierro de inmediato ese “(no)” y supero el rítmico batir de palmas con que incita a acompañarse aleaciones) todo empieza a ordenarse en los afirmativos y negativos enunciados de un manifiesto personal. A preguntarse llaman retoma la tradición de la escuela “beat”.

Como si Ginsberg pispeara tras una cortina, el clima de excitación se introduce tanto que pareciera ya haber acontecido en otra parte. Me reprocho: estás buscando excusas. Es que, la verdad, te hubiera gustado escribirlo a ti. a preguntarse llaman trasciende las líneas o los límites de la página. Las voces, el coro, recitan cada verso por separado. Yo, nosotros, somos auditorio. Luz cenital. Cámara negra. Guantes, máscaras, un saxofón ronco. Y el ritmo, el ritmo, el ritmo nos embriaga hasta que una voz, una voz de solo murmura:

“…al que le caiga le caiga

al que le quepa le quepa

el sayo

el sayo te va o elige tú el sayo que te va/ya…”

Nada más. En fin. Al menos no podrán decir: a este libro ni lo ha leído.

Comentario de HaidéDaiban a partir de la 4ª edición-e de “De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):” (Ediciones Recitador Argentino, agosto 2018).

Detecto una necesidad de expulsar la bronca, de apresar personajes odiados, desnudarlos, a veces quererlos o querer igualarlos… Necesidad de enredarse en y con palabras para que el supuesto lector se moleste en comprender el escrito que, no es solo un escrito, es un liberarse de leyes gramaticales ya existentes y mostrar lo mejor y la mayoría de las veces lo peor y más cargado del pensamiento.

Hablar del amor (contaminado, superfluo y demás) y de la muerte, como ironía del destino, sin mostrar el miedo humano que aparentemente NO debe tener un poeta.

Hay (para quien lo detecte) una crítica social, existencial, pero con ironía literaria, mientras el juego de palabras nos lleva a la increíble madeja de adjetivos y verbos que serían irreconciliables en otros escritos. Sorprenderse, aceptar la imaginación de un ilusionista con sus malabares de acciones y deducciones casi oníricas.

Comentario bibliográfico realizado por Hugo E. Boulocq para la revista “El Estante” en diciembre de 1993, a partir del poemario “De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):” (Libros del Empedrado, 1993).

Reconozco que haber prologado un libro anterior de Revagliatti, “Historietas del amor”, no me confiere la imparcialidad necesaria para opinar sobre este, el último de los cuatro libros que lleva editados, pero como descreo de cualquier comentario que se jacte de imparcialidad u objetividad, trataré de ser parcial sin descaro.

El tratamiento de la materia es poético, pero me resisto a decir que se trata de un libro de poemas; hay, sí, un enfoque poemático y cierta estructura del género, pero lo que prima es la transgresión narrada, algo en lo que el autor es dúctil y reincidente; el eje es una ironía bien aceitada, como un plantarse frente a todo y a todos para decir (de ahí, narrada) lo pensado, que es una transgresión porque bucea en un pensamiento común (que nos incumbe) no expresado precisamente para no trasgredir.

Frente a un discurso que irrumpe lúcida, inteligentemente, en la ordinaria apatía de los que no dicen nada —aunque escriban o hablen hasta por los codos— y de los que escuchan o leen por inercia, uno no puede menos que sentirse complacido, hasta diría deleitado. Si agregamos a ello la concisión, justeza y el ingenio con que Revagliatti dota a sus textos, la satisfacción se multiplica. Y si no, veamos: “¿cuento en verso un sueño que recuerdo?/ ¿sueño en prosa?”

Ana Russo y su comentario bibliográfico de la segunda edición del poemario “De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):” (Ediciones La Luna Que, Buenos Aires, 2006), publicado en el número 19 de la Revista “Poesía de Rosario” digital, de Rosario, Santa Fe, la Argentina, 2010.

La tapa de este libro carece de imágenes, no es lo que se denomina un volumen atractivo por su ilustración, pero el diseño de su gráfica hace pensar en palabras que por algún motivo especialísimo están destacadas en el tamaño de su cuerpo, y otras, deliberadamente menguadas.

No creo que esto responda a un antojo o caprichosa construcción, sino que debajo de este artificio de imprenta hay un mensaje a descifrar. Claro que ese mensaje no surgirá si no se observa con detenimiento qué intención tuvo el poeta para darle este formato a la tapa. Veo que se destacan dos palabras: “Mi Mayor”.

A raíz de esto me remito a revisar el valor de los tonos musicales y encuentro que “mi mayor” es la tonalidad que consiste en la escala mayor de la nota musical “mi”, pero que además “mi mayor” es la tonalidad del movimiento final de la Sinfonía Inacabada de Schubert; deben sumarse aún dos conceptos: que es una tonalidad muy dada para la guitarra (instrumento criollo por excelencia) y que es considerada la más pura de las tonalidades para Scriabin, quien la eligió para representar al color blanco en sinestesia de la música.

Recordando que sinestesia es la mezcla de dos o varios sentidos diferentes, esto se puede aplicar a un desarrollo de la percepción aumentado por diferentes razones, ya sean estéticas o por asociaciones formadas por procesos sensoriales de diverso origen. En este caso, así como en el muy conocido poema de Rimbaud a las vocales, le asigna a cada una de ellas un color; el compositor ruso le asigna al “mi mayor” un color y éste es el blanco.

Pero a esta valoración intensa del “tono” –volviendo a la tapa- le sigue una palabra que gráficamente va perdiéndose: “Estigma”. Su cuerpo es mínimo con relación a lo antes citado, pero allí radica todo el libro. En esa minúscula palabra que tiene significados múltiples se avienen: las llagas o heridas (religión):

“Herida larga / herida larga alarga / herida larga alarga el ala / mi/   irreprimible herida / deviene de yacer aterrada / (sin como la/ sin como que / sin cuando como que/ sin donde como la) / condensa hasta mutis / larga mutis / a la alarga / a la paz a la herida…”

O: parte de las flores que capta el polen:

“Odioso polen / que a mi limbo asciendes / por una vía / sin embargo muerta // flota la lluvia y al revés / brinco en el blanco / cedo embargando / con mis propagaciones // te gano la llegada / cuerpo del amor / y dura”

Y, por último, atributo por el cual un ser social es considerado por su comportamiento, digno de una señal, de una marca como generalmente les sucede a los poetas, aún más si toca puntos revulsivos, como lo dice en la contratapa Osvaldo Pol, cuando en 1993, hace alusión a la primera edición de la obra.

“simetría”:

“Duelo o / dueto o / algo como una simétrica duda: / ¿me enfrento o / me acoplo?…”

Y luego el remate de tapa: (si mal no me equivoco):. Deja abierta la puerta para que los lectores realmente comprometidos, revisen los textos para confirmar que “no se ha equivocado mucho”, que eso es lo que quiere decir esta expresión.

Nada sobra, nada falta, nada es antojadizo o arbitrario y desde esta tapa ya avanza con rotundidad el escritor sorprendente, aquel que hace de los vocablos nuevas respiraciones, incluyendo neologismos decisivos, como  en “eslaverbones”, apabullante poema de enumeraciones caóticas y eslabonamientos de actitudes para sobrevivir en el caos a cualquier costo, enunciadas en tanto verbos en aumentativo, haciendo de las acciones cotidianas situaciones hiperbólicas: “dudar / entre la ka y la cu / entre ser llevado por el camino recto o en andas / entre escribir / o barritar”, teniendo en cuenta que barritar es “emitir el sonido de un elefante”.

O en el texto 6 de “suelta de palomas”: “liebres pareciendo gatos / hasta la total desvirtuación / acuchillaré la gatidez”; o en “pájaro al trino”: “despidémiame de mi mala índole para que nada sobre”; o el increíble remate del poema “me”: “el resentimiento me asalta / la decepción me asalta y me consume / me puede / la remuerrección de finndenuevo”.

Otra inclusión notable es la de terminología de nuestro antiguo decir rioplatense, ciudadano y por momentos tanguero, términos como rantifuso, peripuestos, damisela, emberretinamiento, sombrerete requintado, etc., no hacen más que insistir en seguir definiendo el lugar que en “a pulmón”, dedicado a Celedonio Esteban Flores, llama “la argentina” referencial del suburbio y el malevaje y a la fatiga de lo trágico.

Destaco los textos que forman una línea histórica que a modo de cronología, desde 1905 llegan a 1914, trayecto que concluyendo en la muerte del archiduque Francisco Fernando de Austria y el inicio de la guerra del ’14, comienza con el inmortal acorazado Potemkin, pasa por las revoluciones automotrices, el caso Dreyfus, los presidentes argentinos, las derrotas futbolísticas, las huelgas y hasta “el petiso orejudo” y la mafia rosarina; también el Titanic hace su noche en el poema que es de una mirada absolutamente desapacible, de una sequedad y aspereza deliberadas para enunciar un mundo que no deja resquicio sin inmolar.

Este es un libro en carne viva, como lo dice en “encarne”: “en carne viva mi envidia (y otras) / en carne moribunda / restos (vivos y estéticos) / y en carne muerta /palabras (quietud)”.

El poeta trabaja en el detritus, en el residuo que le permite una realidad que lo acucia, que lo hostiga y no deja que lo coloquial elija el camino más fácil sino el de la rudeza, el del choque que el ser tiene con su propia existencia, pero también con la historia del país y del mundo.

Restos de palabras que son también parte de esa carne muerta, nuestra y de todos. Enorme desafío: Revagliatti no se deja arrastrar con resignación por los significados corrientes y aceptados, sino que las toma y les implica una fuerza y un nuevo valor, haciendo un trabajo de reconstrucción innovadora.

No puede someterse a la quietud de las palabras habituales, necesita otros aires y en su Mayor Estigma –el de ser un poeta excepcional- impone con originalidad un discurso nuevo y único que lo convierte –según la definición del comienzo- en un ser completamente estigmatizado por las heridas de estar vivo entre tanto moribundo, y por ser digno de esa marca o señal que lo torna, con fervor, abrupto y arriesgado.

También su mayor estigma es ser como señala su primer poema: “¿romántico permanezco (pertenezco) / o evitaré ser lo que me digo?” Conflicto entre deseo e identidad, lo que asegura una lectura de difícil acceso necesaria para lectores ávidos de compromiso.

Fragmentos de la reseña del volumen “De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):”, redactada por Raúl Tápanes López y publicada en su momento en el Sitio ya inactivo http://www.cubaunderground.com

“Los estigmas y otros cuasi poemas de Rolando Revagliatti”

  1. R. es un argentino tan loco como Alonso Quijano, Gardel, Charlot y tantos otros buenos locos. Hoy les presento un poemario: son textos muy originales, retadores y saltarines que obligan a la reflexión y el reconocimiento de nuestras propias verdades, a veces ocultas, pero que resulta buen ejercicio ironizar y estigmatizar como antídoto a la coprofagia estulta y complaciente. (…)

No sé si R. R. ha estado alguna vez en La Habana. Ignoro si en sus ancestros se halla algún benemérito(a) representante del crisol racial afrocubano o caribeño, pero no sé por qué imprecisas razones pienso que alguna cabrona relación debe tener con aquellos que desacralizan hasta a la mismísima madre de los tomates, es decir, algo que ver con Pepito, el de los cuentos cubanos, con los poetas (¿verdes?) que ofrecían espontáneos recitales en las barberías de mi pueblo y, en fin…, con tanto jodedor criollo o porteño, que es lo mismo. (…)

Este libro es de lo mejor que he visto en los últimos tiempos, lo más desconectante, anti estresante… Pero tampoco lo miren como una simple chanza: es también buena poesía, risueña pero profunda, seria en su fina ironía y desgarrante en sus cuestionamientos.

*Comentario bibliográfico de Nel Amaro a partir de la primera edición de “De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):” (Libros del Empedrado, Buenos Aires, la Argentina, 1993), publicado por entonces en una revista de España.

Ya está aquí, ya llegó, ¡Rolando Revagliatti!, uno de los poetas “hermanos” al que se le espera, se esperan sus poemas, con ansiedad, pues sus libros no dejar lugar para el aburrimiento o la indiferencia, tremendamente densos, repletos de guiños, descaradamente anárquicos, jubilosamente eclécticos e iconoclásticos.

“De mi mayor estima (si mal no me equivoco):” está en la línea de anteriores libros, y este poeta y dramaturgo, ampliamente conocido en España por su continuada presencia en revistas literarias (“P. O. E. M. A. S.”, “La Factoría Valenciana”, “Primacía”, “Aldea”, “Ráfagas”, etc.), no deja de hacer de las suyas con unos versos explosivos y que, tanto a diestro como a siniestro, reparten bromas pesadas y críticas durísimas en clave de mucha risa.

Él entra a saco en los buenos modos poéticos, le pierde el respeto a rimas y leyendas y no le hace asco ninguno al terrorismo lingüístico, retorciéndole el alma y cuerpo a las palabras, para obtener unos resultados desmedidos y realmente plausibles.

“¿jacinto, a usted le calza cómodo: alnado, ebrioso, donostiarra? ¿jefe militar alto? ¿paraninfo? / ¿usted calza, yessi?” (pág. 111), uno de los centenares de ejemplos de un Revagliatti díscolo, hacedor de juegos pirotécnicos enormemente efectivos y sinceros, pues no es de los que gasta la pólvora en salvas, sino que su ideología, su compromiso, comparecen de principio a final, en los más breves y en los más extensos poemas.

Toma parte y partido por los suyos, sin necesidad de renunciar a una estética divertida, multicolorista y atrevida en su todo: “¿herpes, dónde? / ¿tropas, opio? / ¿de ocupación, de los pueblos?” (“tango para final”, pág. 106): producto de una de las mentes (creativas) más lúcidas de las que nos visitan. Torrencial y prolífico, sin peyorativismo por nuestra parte, todo lo contrario, arremete contra los mitos y las mitomanías, prescindiendo de mayúsculas en sus poemas, esparce bacilos y bacterias gravemente contagiosas.

Los próceres y engreídos pondrán distancia entre ellos y sus versos, para regocijo de Revagliatti y sus incondicionales, en lenta, pero imparable expansión y gracias a libros del calibre de éste, que cuenta con padrinos de la credibilidad de Huidobro u Oliverio Girondo, “si mal no me equivoco” (pág. 115). De mi mayor satisfacción leer lo más reciente de este autor, pues, además, y como a él, también “me entonan los surrealistas” (pág. 39).

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