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La entrevistada nació el 29 de junio de 1972 en Santa Fe de la Vera Cruz, capital de la provincia de Santa Fe, Argentina, y reside en la ciudad de Villa María, provincia de Córdoba.
Por Rolando Revagliatti
Desde 2003 es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional de Villa María. Es especialista en Semiótica, maestra en Ceremonial por el Centro de Altos Estudios en Ceremonial y profesora de Yoga Integral por la Alianza Cordobesa de Yoga. Cursa el instructorado en Técnicas de Meditación en la Escuela de Yoga Clásico y Científico de Córdoba. Participó en festivales de poesía en su país, Uruguay y Venezuela. Entre otros, ha sido incluida en los volúmenes “Antología Concurso Internacional de Poesía ‘José Pedroni’” (1996), “Antología Concurso de Poesía Universidad Nacional de Río Cuarto” (1998), “Muchachas punk vs. Poetas clásicos” (2012). Publicó entre 1998 y 2016 los poemarios “La violencia de los nombres”, “Nosotros No”, “Cosas dentro de otra cosa”, “Como segando un cariño oscuro”, “Incombustible”, “Escribió Dickinson”, “Klimt”, “Gibraltar” y “Un cardo ruso”.
Comencemos con el esbozo de un relato de vida, Carina: la tuya.
CS — Nací casi a la medianoche de un jueves. Llovía y hacía mucho frío. Mi mamá estuvo en trabajo de parto por más de veinticuatro horas. Parece que mi cabeza era enorme y que me resistía a abandonar el útero. Mi papá me cuenta que el médico, un francés desalineado, no se sacó la bufanda durante todo el proceso y en un momento dado, cuando la cosa se puso especialmente complicada, se arrodilló en el piso de mosaicos helados para rezar. Fui la primera de cuatro hermanos.
Mi mamá asegura que al año y medio hablaba perfectamente y que a los tres sabía qué era el desamor. El primer grado de la escuela primaria lo cursé en tres provincias: durante 1978 me mudé con mis padres y hermanos desde Mendoza, donde estábamos viviendo, a Río Negro, y luego regresamos a Santa Fe. En mi ciudad natal cursé hasta cuarto grado y después, en Villa María, hice quinto en una escuela y sexto y séptimo en otra. Quizás estas mudanzas contribuyeran a que muy pronto comenzara a comprender el carácter contingente de la existencia y a forjar una personalidad afirmada en mi interioridad por sobre el contexto circunstancial o la pertenencia a grupos de cualquier índole.
No recuerdo con alegría mi paso por las instituciones escolares. Adoraba leer yescribir, pero no disfrutaba estar entre la gente: el contacto con mis compañeros me resultaba traumático y sentía que mis docentes me defraudaban. También sufría la imposición de permanecer en determinados espacios durante horarios establecidos y tener que realizar tareas que no estimulaban mi creatividad ni alimentaban mi espíritu. Para mí fueron tormentos la escuela primaria y la secundaria.
Las instancias posteriores —educación terciaria, universitaria, posgrados— las transité apelando a un enfoque más pragmático —es decir, enfocada en el fin último: obtener la certificación— y aprovechando al máximo toda flexibilidad en materia de cursado. Siempre estudié mucho y tuve las mejores notas —recibí, por ejemplo, una distinción por ser la egresada con el promedio más alto de mi colación de grado— pero me incomoda hasta el día de hoy estar atada a horarios, actividades o espacios por pura burocracia institucional.
Mi hijo Francisco nació cuando yo tenía dieciocho años: vino al mundo durante la siesta del domingo 21 de abril de 1991, en medio de, quizás, una de las más difíciles etapas de mi existencia. Apoyada por mis padres y mis hermanos, que cuidaban de mi hijo, poco a poco retomé los estudios y comencé a trabajar. Fueron años duros, atravesados por momentos complejos. En 1998 apareció mi primera publicación de poesía, editada por el poeta Alejandro Schmidt para su colección Plaquetas del Herrero.
Mi plaqueta se llamó “Una nube decapitada y grave”: esa era una de las líneas del primer poema. Estimulada porque a Alejandro le hubieran gustado mis poemas y también por el hecho de haber sido elegida en un par de concursos para integrar antologías, ese mismo año autoedité mi primer libro: “La violencia de los nombres”. En este punto debo aclarar que no empecé a escribir poesía a los veintiséis años: estimo que escribo desde los ocho, al menos.
En el 2000 autoedité dos libros más: “Nosotros No” y “Cosas dentro de otra cosa”. Todavía me gustan mis primeras publicaciones —algunos versos más, algunos menos, por supuesto—. Volví a publicar recién en 2012. Durante esos doce años en que no publiqué hice otras cosas: estudié y trabajé, viví en pareja, perdí dos embarazos. Más allá de eso, aunque escribí poco, nunca dejé de escribir.
A fines de 2011 terminó mi relación de pareja. Me mudé una vez más —me mudé muchas veces a lo largo de mi vida, por lo menos veinte— y escribí un libro muy doloroso, al que puse por título “Como segando un cariño oscuro”. Empezó para mí una etapa nueva, en la que escribir y publicar se volvieron cuestiones importantes, que me salvaban de la tristeza. La respuesta de los lectores, los colegas, las editoriales, era muy buena, muy alentadora. Sentía que tenía sentido.
Escribí y publiqué bastante desde 2012 hasta hoy. Algunos poemarios fueron editados en España, también. Tradujeron poemas míos al italiano, al portugués, al mallorquín. Difundieron parte de mi obra en revistas de países de Europa y de Latinoamérica. Participé en festivales. En el transcurso de esos años, asimismo, algunos músicos compusieron canciones con mis poemas, otros me invitaron a sumarme a shows musicales con mi poesía, varios periodistas y escritores comentaron mis libros o me entrevistaron. También hubo artistas plásticos y audiovisuales que se inspiraron en mis poemas. Estoy muy agradecida por la ocurrencia de todas esas cosas maravillosas.
Ahora vivo sola, con mi gata Mimí, que me acompaña desde 2009. Trato de dedicar tiempo a las cuestiones que me hacen feliz, además de escribir: practicar yoga, cuidar de mi sobrina más pequeña, investigar sobre alimentación, preparar mis alimentos. Soy vegetariana desde hace veinticuatro años y me interesa la medicina oriental.
Sé que soy una persona sana, pero a lo largo de mi vida padecí algunas afecciones —anorexia, depresión, ataques de pánico— que me llevaron a interesarme por la profunda conexión que existe entre organismo y espíritu. Hoy puedo decir con alegría que, después de mucho dolor y aprendizaje, transito cada día como si fuera el primero y el último de mi existencia: eso me permite estar en paz.
¿Qué añadirías sobre tus poemas musicalizados y tus incursiones en shows?
CS — El contacto con la música me fascina porque es un lenguaje técnicamente desconocido para mí. Las cosas hermosas lo son más si conservan algo de misterio. Por eso no me interesa saber cómo funciona una melodía o diseccionar un poema. Para poder crear hay que conservar una mirada fresca sobre las cuestiones de este mundo. Asomarme a un lenguaje que no manejo, entregarme a él y disfrutarlo plenamente, hace que recuerde que el arte es mucho más que conocimiento o ejercicio. El arte es revelación de la vida en verdad y en belleza, como afirmó Ernesto Sábato hablando de poesía.
¿Cómo es Villa María, su vida social, cultural…?
CS — Es una ciudad tranquila, no muy grande. Soy agradecida y debo decir que a mí me ha tratado bien. De todas formas, no soy la persona más indicada para juzgarla. En principio, porque siento que no soy de aquí ni soy de allá. En segundo lugar, porque de la vida social participo muy poco, lo imprescindible. Suelo pensar que me daría lo mismo residir en cualquier otro sitio.
A veces me complacería tener acceso a cines a los que trajeran las películas que prefiero, que no son las más comerciales, o a ámbitos más diversos para escuchar música en vivo o para comer. Otras veces me agradaría tener más cerca las montañas o el mar. Esas cosas. Pero siempre me las arreglo con lo que tengo a mano. No necesito estímulos extraordinarios ni demasiada compañía, en general, para estar a gusto y en paz. Diría que más bien todo lo contrario.
¿Prevés para pronto la aparición de algún otro poemario?
CS — En breve se publicarán mis dos libros más recientes: “Cuadernos de Lolog”, por Postales Japonesas Editora, y “Lavar a la madre”, por Editorial Buena Vista. También estoy incluida en la antología “Atlas de poesía argentina”, que presentará en junio la Editorial de la Universidad Nacional de La Plata (EDULP). Y, además, una editorial de Brasil me pidió mi libro “Un cardo ruso” para editarlo en ese país traducido al portugués.
¿“Estamos listos”, “Estamos a mano”, “Estamos muertos”, “Estamos hechos”, “Estamos hartos”, “Estamos enteros” u “Hoy estamos, mañana no estamos”?…
CS — Hoy estamos, mañana no estamos. El presente es lo único que existe. Y cómo estamos es harina de otro costal. Una harina que molemos nosotros mismos cada día.
“Me gusta el escritor desarrapado”, declaró el escritor español Enrique Vila-Matas: “Marguerite Duras o Roberto Bolaño, por ejemplo.” ¿Tenés a quién calificar así?
CS — Leí con entusiasmo a Marguerite Duras en otras épocas. Admiro su originalidad como escritora, seguramente muy vinculada a las particularidades de su experiencia existencial y de su sensibilidad. No sé si desarrapados o no: considero que una expresión artística debe tener belleza, sentido y humanidad, y plasmar todo eso mediante una singularidad que no sea impostada. Es un equilibrio delicado que, sencillamente, ocurre o no ocurre.
¿Cuándo no hay que llamar, en poesía, “a las cosas por su nombre”?
CS — En principio, debo decir que considero que la capacidad de expresarse artísticamente es un don: se tiene o no. Después, lo que un artista hace durante toda la vida es trabajar su voz, su estilo. Trabajar en lo que tiene para decir y en cómo. Crear y crearse a sí mismo como artista en ese trabajo.
En ese camino y visto desde esa perspectiva, las cosas pueden decirse de maneras muy diversas. No creo en las recetas para escribir. Ni que haya palabras o formas que no deban usarse —aunque tenga, por supuesto, mis preferencias al respecto—. El arte se consigue o no, como un milagro. Como un prodigio se acerca uno, o no se acerca nunca, a esa expresión singular de belleza, sentido y humanidad.
¿Qué dirías que te pasó cuando finalmente no te pasó lo que, en alguna ocasión, deseabas que te pasara?
CS — Creo que nada “le pasa” a uno. Los hechos no suceden por casualidad, sino porque estuvimos actuando, consciente o inconscientemente, para que fuera así. Lo que ocurre puede parecernos inesperado, pero es, sin duda, lo que en el fondo esperábamos que sucediera, aunque no fuésemos del todo conscientes de eso. A veces es difícil asumir lo que uno está haciendo cada día de su vida. Es complejo aprender a verse con lucidez. Puede sonar superficial o vacuo, pero me parece que cada uno está donde ha decidido, con mayor o menor consciencia, estar.
¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia y/o en tu adolescencia, y/o en otras etapas de tu vida recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?
CS — Ser melancólico —y yo he sido melancólica casi toda mi vida— es garantía de infelicidad: vivir en el pasado, es decir, fuera del presente, no puede traer a nuestro espíritu otra cosa que no sea tristeza. Si bien tengo buenos recuerdos, considero que todo tiempo presente es el mejor.
En el día de mañana saldrá la segunda parte de la entrevista con más detalles e historias que contar.
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