Número de edición 8481
Cultura

Primer y pequeño acercamiento a las estancias de Rosas

Un primer y pequeño acercamiento a las estancias de Rosas

Un primer y pequeño acercamiento a las estancias de Rosas

Indudablemente, uno de los personajes más discutidos, desde el  punto de vista personal, social, político y económico, ha sido, y es, don Juan Manuel de Rosas, la principal figura en estos territorios por lo menos entre fines de la década de 1820 y principios de la del 50. Este breve ensayo se propone un reinterpretación de una fuente muy utilizada por los especialistas en la historia económica y social del mencionado período: las instrucciones a los mayordomos de estancias, supuestamente escritas por el mismísimo Rosas hacia 1819. La misma, que constituye una fuente histórica sencillamente extraordinaria, será desmenuzada, en este caso, por un historiador especialista en las políticas públicas municipales y los mercados agrícola-ganaderos de los siglos XVII-XVIII, una sociedad acostumbrada a estructuras y prácticas acaso muy distintas a las que se expondrán a continuación. Entonces, si bien no soy, ni muchos menos, un experto en la materia, intentaré enumerar y explicar algunos aspectos laborales y agropecuarios, con el principal objetivo de encontrar similitudes y diferencias en comparación con mis líneas de investigación.

 

Es sabido que, desde los orígenes de la Ciudad de Buenos Aires y los primeros espacios productivos del ámbito rural, la ganadería ha tenido un papel protagónico, aunque con marcadas diferencias locales, regionales y cronológicas, variando según el consumo interno, las demandas regionales y los vínculos con el comercio atlántico. Durante los momentos que tuve la posibilidad de indagar, se sucedieron distintas formas de explotación del ganado vacuno (vaquerías, sistema de rodeos, cría en las estancias, recogidas de alzados, etc.), en función de las múltiples alternativas mercantiles que siempre se le presentaron a esta rama de nuestra economía (abasto de carne local, envíos de vacunos en pie, junto con mulas, hacia otras ciudades, extracciones de cueros –principal producto ganadero de exportación-, y de piezas de sebo y grasa para el consumo local y regional, entre otras). Cuando Rosas escribió su instructivo, evidentemente este sector era muy importante, aunque con marcadas diferencias en relación a lo acontecido durante la colonial. Por ejemplo, se nota un control mucho más estricto sobre la propiedad de los bienes de haciendas, una mejor organización hacia el interior de las unidades productivas: respecto a los corrales, señalaba con énfasis que ‘‘cuando se descompongan deben componerse, y no dejarse para cuando estén muy descompuestos’’; en cuanto a la vigilancia de los rodeos, decía que ‘‘no se consentirá entrar animales al  monte’’, ya que ‘‘porque una vez cebado uno éste lleva otros’’, a lo cual agregaba ‘‘el que quiera salir se acollara en el rodeo, y si esto no basta, se puede matar’’. Las últimas descripciones hacen referencia a una labor que se desarrolló durante la época colonial, y que tuvo continuidad en tiempos independientes: las recolecciones de animales dispersos. Era común que, de vez en cuando, los estancieros, acompañados de sus empleados, salieran ‘‘campaña adentro’’ en búsqueda de los caballos y vacunos que poseían sus marcas y señales, para reintegrarlos a las explotaciones, debiendo estar preparados por si surgían enfrentamientos con los indios de la frontera.

Empero, no hay que pasar por alto que, para fines de la década de 1810 y comienzos de la siguiente, se estaban dando procesos que, según varios investigadores, fueron los que marcaron grandes diferencias comparativas con la Buenos Aires rural colonial: la expansión de la frontera, que brindó la posibilidad de conseguir más tierras y a la conformación de nuevas y más grandes estancias, la aparición y consolidación del saladero como ‘‘industria’’ predominante, el crecimiento del consumo de carne y otros géneros a nivel local, y los cambios que se fueron dando en los intercambios entre países centrales y áreas periféricas, donde la Revolución Industrial en Inglaterra jugaría un papel fundamental.

Debido al crecimiento y a la diversificación de las demandas pecuarias, es lógico pensar en que la agricultura debió haber perdido peso dentro de los intereses de los hacendados. Y Rosas se encargó de demostrárnoslo de manera tajante: en torno a los campos de cultivo, decía el Restaurador, que las siembras ‘‘de ningún modo se harán sin mi consentimiento y orden’’, es decir, que para él debían existir las justas y necesarias, seguramente para lograr el abastecimiento de granos para el consumo interno de sus estancias, y para derivar algunas porciones para el mercado urbano.

A modo de síntesis de lo planteado, podrían traerse a colación algunos encargos de don Juan Manuel a sus conchabados. A los mayordomos don Manuel Morillo y don Juan Décima les ordenó, entre otras cosas, que revisaran las estancias, con particular foco en los ‘‘apartes y marcaciones’’ del ganado, ya dichas actividades eran, en palabras de Rosas, las más relevantes, y que ‘‘los demás ramos deben atenderse, teniendo siempre presente que son de un orden subalterno’’. En pocas palabras, lo más importante era controlar y reproducir el ganado bovino. El conocido desprecio por parte del luego gobernador de Buenos Aires por los loros, palomas y aves de corral es otro indicador de la supremacía del vacuno por sobre el resto de las especies animales.

Si bien la fuente no nos permite desarrollar demasiado acerca de los mercados a los cuales respondía la ganadería por aquel entonces, queda clara, gracias a las declaraciones de nuestro protagonista, la importancia fundamental de los caballos. Para Rosas, los equinos merecían un cuidado especial, lo cual puede verse con afirmaciones tales como ‘‘de ningún modo se atarán caballos en el monte…’’, o cuando ordenó que ‘‘las puertas de las tranqueras deben cerrarse de noche donde pueden entrarse animales’’. Asimismo, especificó que el ganado caballuno debía mantenerse atado ‘‘solo en los palenques y corrales’’. Esta preocupación se justifica en las variantes que presentaban este tipo de haciendas: servían como medios de transporte, para la carga, para las labores agrícolas, y para actividades ganaderas realizadas por los peones, como la yerra y la castración de vacunos, entre otras.

Las descripciones sobre las yeguas manifiestan la decadencia de la cría y comercialización de mulas hacia el Alto Perú minero, una de las principales actividades productivas y comerciales durante prácticamente todo el período colonial, que entró en decadencia sobre todo a partir de las guerras de Independencia. En este caso, las bestias en cuestión aparecen más que nada vinculadas a la reproducción de caballunos, y nada se especifica en torno a los mulares.

Ahora bien, personalmente creo que las caracterizaciones más ricas del documento analizado aparecen a la hora de referirse a los trabajadores y productores rurales que se ubicaban en las posesiones del gran estanciero. Primeramente, me gustaría marcar algunos ítems sobre los braceros contratados. En este punto, el terrateniente se ocupó de explicar detalladamente lo que le correspondía a cada categoría, algo que prácticamente no vemos durante toda la colonial: por ejemplo, los capataces debían supervisar todas las actividades que tenían lugar en las tierras de estancias, mientras que además debían ser ‘‘madrugadores y no dormilones’’, y celar porque los peones se mantuvieran siempre ‘‘entretenidos’’. Por su parte, los categorizados como ‘‘ayudantes’’, tenían que dar cumplimiento a todo lo que se les ordenara, no arribar antes de tiempo al establecimiento, y asegurarse ‘‘con sus propios ojos’’ de que sus tareas estuviesen satisfechas. Lamentablemente, no se puede saber mucho del tiempo de trabajo, las condiciones impuestas o el salario, pero se estima que, todavía por aquellos tiempos, seguía predominando lo que algunos conocemos como ‘‘salario arcaico’’, entendido como los pagos efectuados con ropa, frutos de la tierra, y una pequeña porción en plata. Aparentemente, los turnos y períodos de labor eran limitados, y más regulares que los que acostumbraban ver los productores coloniales.

Simultáneamente, el por entonces estanciero diversificado, no ignoraba la presencia de los pequeños y medianos campesinos que producían de forma independiente, principalmente para el autoconsumo pero también para varios mercados. Los mismos, que durante los contextos que abordé en otras investigaciones representaban una amplia mayoría en relación a los grandes hacendados, para 1819 aparecen como más dependientes o sujetos a las tierras de Rosas, lo cual no es un dato menor. Sobre los chacareros y pobladores, esto decía:

‘‘En cada recorrida deben verse y decirles que cuiden de repuntar las haciendas de la casa que se acerquen a sus poblaciones. A los que estén en lugares donde no alcancen las haciendas, se les dirá que cuiden de avisar de cualquier cosa que vean pueda perjudicar a la casa, y que deben cuidar de llevar al capataz cualquier animal que encuentren de la hacienda; que bajo estas condiciones tienen permiso para vivir en los terrenos, y que no deben faltar a ellas. Esto sólo debe tener lugar en el campo de los Cerrillos que es solamente donde hay pobladores’’.

De la cita se desprenden varios aspectos a tener en cuenta: a) la complementariedad entre el latifundista, sus representantes y los campesinos; b) la distinción entre los espacios productivos de chacras y estancias, tradición de origen colonial; c) el mayor interés que había por los ganados que por las siembras y cosechas; d) la poca cabida que tenían los labradores dentro del complejo estanciero rosista; e) la continuidad de los vínculos basados en la fuerza de la costumbre, dentro de los cuales los desposeídos debían cumplir con determinados requisitos para tener acceso a parcelas, algo muy parecido al arrendamiento y la agregación coloniales; f) la utilización de distintos mecanismos, por parte del propietario principal, para mantener sujetos a potenciales trabajadores, los cuales se complementaban con los asalariados y los esclavos dentro de sus dominios rurales.

Sería más que interesante, y resulta un desafío para mí, seguir indagando sobre todas estas y otras cuestiones que puedan surgir y formularse en torno a la figura de Juan Manuel de Rosas como estanciero, las características de sus explotaciones, las diferencias locales y de caso entre ellas, los mercados a los cuales estaba enlazado, el desarrollo de las distintas variantes de la ganadería, el papel de la agricultura, las condiciones de vida y de trabajo de los sectores subalternos, etc.

 

Referencias

Fradkin, Raúl (2000). ‘‘El mundo rural colonial’’, en Tandeter, Enrique (Dir.). Nueva Historia Argentina. Tomo II. La sociedad colonial. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, pp. 241-284.

Fradkin, Raúl y Garavaglia, Juan Carlos (2009). La Argentina colonial. El Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX. Buenos Aires, Siglo XXI Editores.

Garavaglia, Juan Carlos (1999). Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830. Buenos Aires, Ediciones de la flor.

Mayo, Carlos (2004). Estancia y sociedad en la pampa (1740-1820). Buenos Aires, Editorial Biblos.

Pelozatto Reilly, Mauro Luis (2017). Entre rodeos y campos de cultivo: productores, trabajadores y mercados en Buenos Aires rural colonial (1726-1759). Saarbrucken, Editorial Académica Española.

Pelozatto Reilly, Mauro Luis (2017). El cabildo, la ganadería vacuna y sus mercados en Buenos Aires entre las décadas de 1720 y 1750. Tesis para la obtención del título de Magíster en Ciencias Sociales con mención en Historia Social. Universidad Nacional de Luján (UNLu).

Rosas, Juan Manuel (1819). Instrucciones a los mayordomos de estancias. En: http://archivohistorico.edu.ar

Por Mauro Luis Pelozatto Reilly

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