Estimados lectores:
Gracias por acompañarnos nuevamente con su lectura a través de NCO desde un sector de Los Palabristas de hoy y de siempre. Revista literaria que fundé y dirijo desde el año 2001. La reseña biográfica de la semana es sobre Norah Lange (23 de octubre de 1905 en Buenos Aires-† 4 de agosto de1972 en Buenos Aires) fue una narradora y poetisa argentina de vanguardia, vinculada primero al Grupo Martín Fierro, especialmente con Jorge Luis Borges y luego al Grupo Proa de Leopoldo Marechal. Destacada por haber roto en Argentina el canon de que las mujeres no debían escribir prosa.
Por: Mónica Caruso. Tapiales
E-mail: monicaacaruso@hotmail.com

Hija del noruego Gunnar Lange y la irlandesa Berta Erfjord fue la cuarta de seis hijos. Llamativa por su condición de pelirroja, se destacaba por su audacia para irrumpir en ámbitos hasta entonces reservados a los varones.
Se le supone un amor juvenil con Jorge Luis Borges, quien prologó su primer libro La calle de la tarde (1925) y de Leopoldo Marechal que la inmortalizó en Adán Buenos Aires como Solveig Amundsen.
Publicó las novelas Voz de vida (1927), 45 días y 30 marineros (1933), Personas en la sala (1950) y Los dos retratos (1956).
En 1937 escribió su libro en prosa Cuadernos de Infancia, que mereció el primer Premio Municipal y segundo Premio Nacional de Literatura, y en1944 escribió Antes que muera, un libro de memorias, continuación de aquel.
En 1943 se casó con el escritor argentino Oliverio Girondo.
En 1958 recibió el Gran Premio de Honor y Medalla de Oro otorgado por la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
Al momento de morir, en 1972 estaba escribiendo la novela El cuarto de vidrio.
Leonor Silvestri describe del siguiente modo la escritura de Norah Lange:
Su literatura logra reacomodar la realidad en constelaciones personales, ritualizar lo insignificante (“Sólo acudió el salero que conocía desde mi niñez, la canilla reluciente donde mi cara se repetía boca abajo, el vidrio roto de una ventana que, durante las noches de viento, repetía una palabra parecida al comienzo de una frase misteriosa”), casas y recuerdos que dan cuenta de la necesidad de poner orden (“No me dejes sola frente a los ceniceros, a la mesa, a los libros abiertos, al ajedrez en su estuche, porque todo está allí esperando tu ausencia para vigilar mi asombro”), dar vida propia al lenguaje e incorporar sin tabúes o inútiles dramatismos la muerte y apropiársela desde esa dimensión íntima, nunca vista como una conmoción inaceptable sino como un detalle trascendente de la condición humana que permite reflexionar –tanto a sus narradoras como a sus lectores acerca de la privacidad.
Obra
Poesía
La calle de la tarde (1925), con prólogo de Jorge Luis Borges
Los días y las noches (1926)
El rumbo de la rosa (1930)
Versos a una plaza
Prosa
Voz de la vida (1927), novela
45 días y 30 marineros (1933), novela
Cuadernos de infancia (1937), memorias.
Discursos (1942)
Antes que mueran (1944), memorias
Personas en la sala (1950), novela
Los dos retratos (1956), novela
Estimados congéneres (1968), discursos
Obras completas, en dos tomos, Rosario (Argentina): Beatriz Viterbo, 2006.
Volver arriba↑ Norah Lange: Obras Completas Tomo II, Leonor Silvestri, Página/12, 14 de julio de 2006
Fuente: Wikipedia
Poemas
Te quiero
(Norah Lange)
Lo dijo como un ruego
rodeada luego de un silencio
de pájaros y de fuentes.
Lo dijo también con miedo,
por eso el silencio
parecía tremendo.
Y de pie, cual la soledad
que no tiene descansos,
inició su espera.
Y quedo como con lástima,
mientras la noche en silencio
Versos a una plaza
La tarde muere como un eremita.
Sobre la espalda de la noche
el cielo se estremece apretado de estrellas.
La noche crispada y lenta
se apega a los faroles,
En nuestros labios
En nuestros labios quisieron enarbolarse
como ponientes los gritos.
Luego, los horizontes se romperán como
cuerdas y mi corazón vendrá a mí de nuevo.
Mi corazón ¡tantas veces ido!
Fragmento
Cuadernos de infancia:
…Habíamos fabricado grandes sombreros de papel, y de pie, las cinco delante de un espejo, cada una detenida frente a su rostro, contemplábamos el efecto de la sombra sobre los ojos, el resplandor distinto que la luz de la ventana adquiría en nuestros cabellos, contra el papel de diario.
La puerta se abrió, de pronto, y una corriente de aire los hizo vacilar sobre nuestras cabezas.
Una de mis hermanas dijo:
– “La primera que pierda su sombrero, se morirá antes que las otras…”
Inmóviles frente al espejo, los brazos entrelazados para no cometer ninguna trampa, jugamos a quién sería la primera en morir.
Un miedo horrible me fue invadiendo, lentamente. La puerta abierta dejaba entrar un aire rápido y peligroso que de un momento a otro, podría despojarme de mi sombrero. Pensé en Irene, en Marta, en Georgina, en Susana, en mí misma, y mientras las miraba de reojo, sonriéndome con ellas, una muerta de veinte años se acostaba sobre el rostro de cada una de mis hermanas; una muerta joven y perfecta, con una sola flor sobre la almohada.
El viento agitaba los grandes triángulos de papel, sin llegar a derribarlos.
Georgina, con los ojos absortos en alguna visión terrible, parecida a la mía, exclamó bruscamente:
– “No me gustan estos juegos”- y, apartándose del espejo, se sacó el sombrero y lo arrojó, apelotonado, contra el suelo.
Durante un tiempo, la hilera de cabezas frente al espejo me entregaba imágenes probables y tristes, rostros velados para siempre, y me pareció que hubiese sido mejor aguardar a que el viento señalara la muerte más próxima, para ser más dulces, más tiernas, con la hermana que debía morir primero.
Era la segunda noche que, desde mi cama, oía abrir la puerta que daba al jardín y los mismos pasos cautelosos que se alejaban de mi ventana. Como si esa salida misteriosa, por la puerta más cercana a la calle, entrañase un peligro, un mundo nuevo e ignorado en la vida de alguna de mis hermanas, yo permanecía despierta esperando que regresaran.
Incapaz de adivinar quién era, esa noche me propuse comprobarlo, y después de aguardar a que los pasos se perdieran en el fondo del jardín, me levanté con la mayor cautela, y envuelta en una manta oscura, salí al patio iluminado por la luna llena.
Los grandes paraísos de la calle Tronador trazaban enormes senderos de penumbra sobre los muros de la casa. Avancé agazapada, procurando que mi sombra no se alargara demasiado, hasta guarecerme detrás de una palmera desde donde se dominaba el fondo y ambos lados de la casa.
A pesar de que la luna me permitía seguir los menores recodos del camino, no vislumbré a nadie en ninguna parte. Supuse que los pasos se hubieran encaminado hacia la calle, pero comprobé que el candado del portón se hallaba en su sitio habitual.
De pronto descubrí que una forma se movía en la parte más clara del jardín. Apoyaba contra un árbol, envuelta en un amplio poncho que había pertenecido a mi padre, después de mirar el cielo unos instantes, abrió los brazos para desembarazarse de él.
Desnuda, silenciosa, inmóvil, su cuerpo se destacó contra la porción oscura del grueso tronco. Sin un estremecimiento, como si esperase algo, permaneció en esa actitud minutos. Cuando se inclinó para recoger el poncho, regresé apresuradamente a mi cuarto, y ya en la cama oí su pasos sigilosos, la puerta que se cerraba suavemente…
Queridos lectores espero que les haya gustado este pequeño vuelo literario.
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Que tengan un excelente inicio de semana. Hasta el próximo lunes.