Va José a comprar el diario como todos los días, se cruza y llega hasta el puestero de su canillita querido. -“Un Clarín por favor” -“¡Cómo no! Sírvase”. De pronto pasa un joven que ve al hombre comprando el diario del clarinete rojo y le dice “¡Ah, vos estás con la corpo, Clarín miente!, ¡basta de mentiras!”. Para evitar hacerse mala sangre, José no lo escucha y sigue de largo para su casa. Se pregunta tal vez a sí mismo por qué no cambiar y probar con otro diario (y de paso evitarse otro mal gusto). Al día siguiente decide comprar Tiempo Argentino. Pasa justo Raulito, el negro del barrio.
Por Jonathan Agüero Cajal JVAC
jonathan.aguero.diarionco@gmail.com
-“Nahh, ¿te volviste oficialista José? ¡Si el país va para atrás, es todo una mentira!” y se vuelve a su casa peor, mucho más angustiado que ayer.
¿Le suena querido lector? Aunque se trate de algo cotidiano, este simple ciudadano que compra el diario todos los días, como tata dios manda, está más que deprimido ante los dos bandos de batalla. Y en su casa es peor cuando hace zapping. Cada canal tiene su etiqueta de “oficialista” o de la “corpo”. Ése es nuestro panorama de batalla hoy en día, o ¡estás de un lado, o sos mi enemigo!
La idea de esta sección llamada “análisis cotidianos en tiempos post-modernos” es tratar de buscar un punto intermedio en las cuestiones políticas, ciudadanas, económicas y sociales de nuestro país. Tarea más que difícil, casi imposible. Muchos dirán “no existe punto intermedio, tenés que tomar partido por algo y decidir”. Es cierto, no existe tal cosa porque siempre prevalece cierto punto de subjetividad y de elección. Pero nuestra obligación como ciudadanos (en teoría cosa que casi nunca se lleva a la práctica) es estar informados (no como al nivel de un periodista o politólogo) sino tener todas las campanas posibles para poder discernir, comparar, estudiar, analizar con qué se está de acuerdo y con qué no. No meramente ser influenciados por los líderes de opinión.
Mucha gente cree erróneamente eso, de que no tenemos capacidad de elección. Llegamos al problema central, la raíz de toda esta cuestión, que es “cómo somos los argentinos”. ¿Cómo somos? Extremistas. Estamos a favor o en contra. Simplemente. Nada más. No somos capaces (en sutiles líneas generales) de analizar y “omitir una opinión formadamente ciudadana” que permita diferenciar las cosas buenas y malas que hace tanto este gobierno como también identificar que Clarín no es el único villano de esta historia. “Hablar en términos de buenos y malos, de héroes y villanos” es algo imposible de pensar hoy en día, y sin embargo es lo que hacemos a diario. Como niños en una fábula, necesitamos clasificar a un “bueno y a un malo”.
Necesitamos etiquetar, ser duros, pertenecer, estar o no estar.La guerra está instalada. Sabemos que los frentes son “estoy con el gobierno, el de Cristina, Clarín miente”, por un lado, y el otro “este gobierno es una dictadura, Lanata dice la verdad”. Por citar sólo algunos ejemplos. ¿Por qué nuestra capacidad para buscar sutilezas, encontrar grises, entender que nadie aquí es el malo de la película es casi nula? También encontramos en este interrogante el hecho de que no existe una tercera posición formada para hacer la balanza y pie que faltan, no existe una “oposición” y eso lo pudimos palpar muy bien en los últimos cacerolazos contra el gobierno.
Cuando escuchamos a un joven “militante” decir que las cosas buenas que este gobierno hizo (y las hizo por supuesto) sirven como “defensa” para justificar las cosas que hace mal, estamos ante un problema grave. Y cuando escuchamos de forma reduccionista decir que este gobierno “es una dictadura corrupta, que nos va a llevar al desastre total”, que poco que hace desear ser como somos. Hemos escuchado hasta de “destituir a un gobierno democrático”. ¿Por qué somos tan extremistas? ¿Dónde está nuestra capacidad para saber diferencia errores de aciertos Este gobierno será recordado a futuro de forma histórica inmediata, tanto por sus logros, por sus aciertos, como por sus errores. Volvemos siempre a la básica cuestión de que ningún gobierno democrático es perfecto, de que ninguno dejar de tener intereses propios en su gestión.
Del otro lado de la balanza, como buenos ciudadanos debemos reconocer, señalar aquellas faltas, aquellas cosas que la administración hace mal… y podemos seguir estando a favor y militando a favor del proyecto. Claro que podemos, militar es una palabra de doble filo para los nuevos jóvenes de esta generación 2000. Militar ahora no significa lo mismo que en los 70’s. Los jóvenes que militaban en los 70’s (en distintas agrupaciones) tenían otra formación, otra carga ideológica, otras razones por luchar. Hoy los que recién empiezan deberían tener en cuenta que “militar” no significa “dogma”. Podés estar a favor de un proyecto y también señalar sus desaciertos, sus falencias, para bien, para reconocer el error y corregirlo.
Es nuestro deber ciudadano decirles a nuestros representantes qué cosas se están haciendo mal, pero también reconocer los logros y aciertos (que este gobierno los tiene en muchos aspectos); y también podemos seguir estando en contra del proyecto, muy contra. Es cuestión de pararnos en todas las campanas posibles y no ser meramente básicos. Algo tan sencillo como comprar de vez en cuando distintos diarios, informarse con distintos noticieros, programas de radio, incluso los portales de internet, que son gratuitos, son una gran fuente de información para comprar y lograr una buena opinión fundamentada.
¿Por qué? Porque los dos frentes de batalla que fueron instalados en nuestro país son herramientas estratégicas creadas por los mismos flancos… y está bien. Repito, todos tienen sus intereses, es un infanticidio creer que esto no es así. Pero es muy grave que nuestra identidad argentina esté marcada por el lenguaje cotidiano agresivo hacia el prójimo, hacia el hijo del vecino, hacia el amigo, el padre, la madre, la pareja porque estás en contra del gobierno, porque sos K, porque defendés a la “corpo”, etc. Necesitamos como ciudadanos, tener una opinión formada y analítica. Y eso no es utopía, sino trabajo cotidiano.