Viviana Ponieman
La muestra dividida en dos secciones -“El Lamento de los Muros” y “Cosas desenterradas”-, que Paula Luttringer expone en el Centro Cultural Haroldo Conti, presenta registros fotográficos realizados en los campos clandestinos de concentración, en un trabajo donde confluye su historia personal, con la historia reciente a través del testimonio de objetos y el relato de las víctimas.
En “El Lamento de los Muros, fotografías tomadas en diferentes centros de detención que funcionaron durante la última dictadura cívico-militar establecen un diálogo visual con las voces de mujeres de todo el país que estuvieron secuestradas en esos lugares.
Y en la sección “Cosas desenterradas” se presentan fotografías de objetos encontrados en las excavaciones realizadas.
Paula Luttringer nació en La Plata en 1955. Interrumpió sus estudios de Botánica al tener que exilarse en 1977 a Uruguay después de permanecer secuestrada durante cinco meses en un centro clandestino de detención. Su exilio continuó en Brasil y terminó en Francia donde reside en la actualidad.
En 1991 Paula volvió por primera vez al país y sintió la necesidad de reconectarse con el entorno perdido y con su generación, por lo que inició estudios de fotografía.
“Cuando abrí el libro `Nunca más` y pensé que nadie lo iba a leer por la dureza de los testimonios y que había que trasmitirlo de otra manera, sobre todo para los más jóvenes”, contó la artista a Télam.
Se subió a los micros y empezó a recorrer los centros, utilizando como “guía Filcar” el “Nunca más”: “Está todo ahí, fui a buscar a mujeres sobrevivientes, hacía entrevistas por las mañanas y de tarde recorría los centros con las voces resonando en mi cabeza”, relata.
De ese modo, infiere la artista, su lente buscaba, lo que el inconciente le iba revelando.
En ese momento, principios de los 90, “ningún centro clandestino había sido recuperado, inclusive en esos tiempos democráticos me detuvieron por sacar fotos a una comisaría en Tucumán donde el clima estaba bastante enrarecido”, recuerda y celebra “que se hayan abierto los centros como espacios para la memoria”.
En todo momento, Luttringer destaca “la generosidad de estas mujeres”, que depositaron su confianza en ella. “Me contaron cuestiones muy crudas y muy íntimas, en momentos en que no se hablaba del tema, y a su vez me conectaban con otra sobreviviente”.
“No tuvieron reparos para que publicara las entrevistas, en las que cuentan las peores vejaciones, y el modo en que lograron sobrevivir, cómo cada una manejó su trauma y sobre todo -lo que le interesa a la autora- de qué manera pudieron rearmar sus vidas después”.
Esta actitud de las mujeres que estuvieron secuestradas se ve en los dípticos expuestos, imágenes de paredes y puertas herrumbrosas con las palabras reunidas que arman un relato en dos tiempos: los recuerdos imborrables, los ruidos en la noche, los gritos, las pequeñas cosas que distraían la atención, y en paralelo el presente donde se hacen visibles las secuelas de esa terrible experiencia.
“No puedo estar en ningún lugar cerrado”, “Cómo le cuento a mi hija cuando pregunta por las marcas en mi cuerpo”, “Se puede compartir con otro una violación -otra forma más de tortura que a su vez se hermana con la cuestión de género, y la violencia en general-, eran algunas de las frases que se repetían al hablar con estas mujeres.
La fotógrafa manifiesta que no cree “en las virtudes terapéuticas del arte, pero sí que el arte puede trasmitir partes de uno que no llegan a la superficie”.
“Cuando estoy fotografiando en los centros clandestinos, recuerdo cosas que no recuerdo en la vida cotidiana”, ejemplifica.
El 15 de noviembre pasado, Paula regresó a la Argentina a declarar en la causa del robo de bebés, y además se conectó “con un grupo de jóvenes que trabajan en un laboratorio de arqueología urbana, con los restos del `Club Atlético`, edificio destruido para hacer la autopista a fines de los 70. Los que tiraron abajo el lugar no se preocuparon por los objetos rescatados del olvido”.
Un trabajo en desarrollo, “pero que nos permite ver desde pedazos de una media de algodón, una cachiporra sin mango, hasta un corpiño precario hecho de retazos de telas. Una arqueología del horror que nos habla por las voces de los muertos y de las sobrevivientes”.
La muestra se podrá visitar en la Fotogalería del Centro Cultural Haroldo Conti hasta el 3 de junio, en avenida del Libertador 8151.