Número de edición 8481
Cultura

El escritor Echenoz recuerda a Jerome Lindon, su editor

Pablo E. Chacón

El escritor francés Jean Echenoz, redactó un homenaje a su editor la misma noche que se enteró de su muerte, en 2009, en un registro donde la aparente frialdad de las anécdotas aparece casi siempre interferida por el temblor de la emoción y la despedida.

El libro, publicado por la editorial Trama, retrata la figura de Jerome Lindon (que conoció al autor de este libro en 1970); editor de primera línea, por Les Editions de Minuit, que dirigió y por donde pasó buena parte de la mejor narrativa europea de la segunda mitad del siglo XX.

Echenoz, que el año pasado visitó la Argentina, nació en Orange en 1948; como novelista, recibió los premios Goncourt, Fénéon, Médicis, Gutenberg y Francois Mauriac.

Publicó, entre otros libros, “Cherokee”, “Ravel”, “Relámpagos”, “Correr”, “Al piano”, “Me voy”, “Rubias peligrosas”, “Nosotros tres”, “Lago” y en la Argentina, la editorial MarDulce, en 2011, editó la extraordinaria “Un año”.

Lindon tuvo en su catálogo a Marguerite Duras, Alain-Robbe Grillet, Claude Simon, Samuel Beckett, Jean-Philippe Toussaint y Georges Perec, el `nouveau roman` casi entero.

El primer encuentro entre escritor y editor es intimidante (para el escritor): “Estoy aterrorizado. El señor Lindon es un hombre delgado y alto, de morfología enjuta, con una cara larga y austera pero sonriente”.

Es 1979, Echenoz no consigue editor, deja el original de su primera novela, invariablememte rechazada. Perdido por perdido, apuesta a lo más grande, lo mejor: Lindon. Sorpresa. A los dos días recibe una invitación para conocerlo.

Les Editions de Minuit contrata a Echenoz. “Cuando comemos juntos, hablamos principalmente de literatura, siempre en el mismo restaurante, Sybarite, donde acude todos los días. Sólo bebe agua”, cuenta el narrador.

“Cada vez aprendo cosas nuevas: sobre Robbe-Grillet, Claude Simon, sobre Pinget (…) Sobre la primera lectura de `Molloy` (la novela de Beckett) que hizo Lindon, quien, riendo a carcajadas, poco le faltó para que se le cayera el manuscrito que no estaba encuadernado y que hubiera podido desperdigarse en el metro”.

La primera novela de Echenoz “es un perfecto fracaso”, pero al tiempo el autor se entera que ha ganado el premio Fénéon. Intuye que la confianza del editor, con quien queda en encontrarse, no es un capricho.

“Jérome Lindon me dice: en todo caso, este premio, puedo decírselo, no es como los otros, no se trata de un cambalache entre editores. Bueno, me dije, tanto mejor”.

El autor de “Correr” recuerda también una escena de la que Robbe-Grillet es testigo involuntario: él, llevando un manuscrito con retraso frente a la cara gélida del editor que poco menos lo echa del despacho y al otro día, después de una borrachera descomunal, se despierta con el teléfono y del otro lado la voz de Lindon.

“Oiga, vuelve en sí como si se hubiera olvidado de hablarme, está francamente bien su libro, ¿sabe? Me gusta mucho. ¿Podríamos comer mañana?”. Por decirlo de alguna manera, las cosas han retomado su curso.

Pasa, cuenta Echenoz, que si a Lindon le gusta un manuscrito, suele proponer cambios en el título. En este caso, el editor “se preguntaba cómo podría reaccionar la gente ante un título como `Cherokee`”.

Finalmente, “gracias a que Henri Crause (editor de Seuil) le señaló (a Lindon) que su editorial acababa de crear un superventas a partir de una obra titulada `Chesapeake`, que no dice nada a la gente”.

El libro funciona mejor de lo esperado: entrevistas, diarios, revistas, radio, tele, rumores de premio Médicis. El hombre dice que no, que no existe posibilidad de premio. Hasta que Echenoz descubre que esa es la política de la casa: primero decir no.

Pero Echenoz gana el premio y Le Figaro le pide un texto que prácticamente replica un fragmento de su primera novela, y que indigna a un grupo de creyentes ortodoxos, no todo es un jardín de rosas, pero en la ceremonia conoce a Samuel Beckett.

“Nos damos la mano, nos saludamos y soy incapaz de pronunciar una sola palabra. Como me muestro muy emocionado, horrible malentendido: Lindon me explica unos días después que Beckett creyó que era el premio lo que me tenía conmocionado”, escribe.

El editor aparece en este libro de impecable factura como un artesano, enfrentado -de alguna manera- a las grandes cadenas y a la cadena de montaje de bestsellers. El editor que todavía tiene una relación personal con sus escritores, esos protegidos de la palabra antes que de la fortuna.

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