Científicos Argentinos
Formado en la escuela y la universidad pública, Manuel Sadosky es un hombre insolayable de la ciencia nacional. Fue el pionero de la informática en nuestro país, estimuló el ingreso de equipamiento e incentivó el estudio de esta nueva rama de la ciencia que él ya vislumbraba como una nueva profesión.
Sadosky nació en Buenos Aires el 13 de abril de 1914, en el seno de una familia de inmigrantes rusos. Como era costumbre en la época, su familia se alojó por un tiempo en el Hotel de Inmigrantes. Luego vivió en uno de los tantos conventillos de entonces, el lugar de origen de cientos de familias argentinas y paso obligado para quienes sólo tenían su trabajo como capital. Se crió en el barrio de Balvanera y estudió en el Normal Mariano Acosta, donde tuvo profesores que lo marcaron en su interés por la ciencia.
Después de terminar el secundario se inscribió en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires: “Me inscribí en ingeniería pero poco después me di cuenta que lo que realmente quería hacer era matemáticas, una carrera que por aquella época casi no tenía alumnos”, contó Sadosky acerca de sus primeros años universitarios. En mayo de 1937 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Físico-Matemáticas y en 1940, obtuvo el título de Doctor en Ciencias Físico-Matemáticas. Después de recibirse comenzó a dar clases en las universidades de Buenos Aires y La Plata.
La capacitación de Sadosky continuó en Europa. Francia le otorgó una beca para realizar estudios en el Institut Henri Poincaré (IHP), de París, en los años 1946 y 1947. En 1948, tuvo un paso por Italia desempeñándose en el Instituto de Aplicaciones del Cálculo de la Universidad de Roma, en donde se definió su “vocación por la matemática aplicada”, según contaba. Allí se acercó al estudio del cálculo numérico y a los desarrollos de la creación de las primeras computadoras, lo que le permitió ver la utilidad y la importancia que adquiriría la informática en los siguientes años.
Al volver a la Argentina, con la intención de aplicar en nuestro país todo lo aprendido en Europa, fue docente de matemáticas en el Instituto Radiotécnico de Buenos Aires, entre 1949 y 1952. En junio de 1957 fue nombrado profesor titular de Análisis Matemático en la Facultad de Ingeniería de la UBA. y luego fue electo vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas, acompañando la gestión de Rolando García.
Sadosky y su esposa, Cora Ratto, impulsaron la creación de la Fundación Alberto Einstein para que los alumnos destacados, pero carentes de medios económicos, pudiesen dedicarse a estudiar. En 1960, Sadosky creó la Sociedad Argentina de Computación (SAC), concebida como un instrumento para promover el desarrollo de la profesión informática, y organizó el Instituto de Cálculo de la UBA, en donde se instaló la primera computadora de una universidad latinoamericana. En el Instituto trabajaban 100 docentes e investigadores, con los cuales se organizó la carrera de Computador Científico. La primera computadora científica del país fue una Ferranti, modelo Mercury II, fabricada en Inglaterra. Para comprar el equipo se realizó una licitación a la que se presentaron las fábricas IBM, Sperry Rand Corp. (predecesora de Unisys), Philco y la ganadora Ferranti International plc.
El doctor Bernardo Houssay, por entonces presidente del CONICET, fue el que autorizó la inversión de 300.000 dólares para la compra de la computadora. La función de esta era la de realizar cálculos complejos como pronósticos climáticos y proyecciones estadísticas. La Mercury funcionaba con unas 5000 válvulas de vidrio y tenía una memoria de núcleos magnéticos de 5 K. La entrada de instrucciones se hacía mediante un lector fotoeléctrico de cinta de papel perforado y los resultados eran emitidos por una perforadora de cinta que alimentaba una impresora, la cual no era más que una máquina de escribir común y corriente.
La llegada de “Clementina” —así se bautizó a la máquina— fue el inicio de la informática en la Argentina y de la capacitación en la materia no sólo para profesionales de nuestro país, sino también de nuestra región.
En 1966, el gobierno de Onganía y su brutal “Noche de los Bastones Largos”, la represión que la dictadura realizó para “disciplinar” a profesores y estudiantes universitarios, resignó a Clementina al olvido, junto a unos 20 millones de dólares en equipamiento de la Universidad, provisto por el CONICET y varias fundaciones, según un estudio realizado años después. Muchos de esos equipos fueron destruidos o simplemente “rapiñados”.
Tras ese suceso, la UBA perdió 1.315 docentes (casi uno de cada cuatro), 391 de los cuales pertenecían a Exactas, cuyos grupos de trabajo casi completos fueron contratados por países como Venezuela o Chile. Sadosky se trasladó al Uruguay, donde contribuyó a organizar el Centro de Computación, luego trabajó en Venezuela y en España. También actuó en misiones de la UNESCO en varios países de América Latina.
En 1983, y con el retorno de la democracia, fue designado Secretario de Estado en Ciencia y Tecnología durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Pese a que las dificultades económicas le impidieron realizar todos sus proyectos, desde la Secretaría logró impulsar algunos de ellos: trabajó en la repatriación de científicos exiliados; convenció a César Milstein para que dirigiera el Instituto Tecnológico de Chascomús; impulsó la democratización del CONICET; creó la Escuela Superior Latinoamericana de Informática (ESLAI); inauguró el Observatorio El Leoncito, de San Juan y el Laboratorio Nacional de Insulina.
Tras una larga y meritoria carrera, los distintos medios titularon el 18 de junio de 2005: “Murió el doctor Manuel Sadosky, profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires y padre de la computación en la Argentina”.
Como legado quedaron sus muchos discípulos que siguen sus enseñanzas, sus libros —entre ellos el primer libro de análisis matemático en español— y sus charlas con quienes se acercaban a nutrirse de años de conocimiento. Sadosky fue un científico, un matemático, un adelantado y visionario de los avances científicos. Un gran educador que creía en que el potencial del país radicaba en sus recursos humanos y que, para desarrollarlos, era imprescindible el papel de la educación.