
En el marco del programa “Las y los jóvenes van al juicio” de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), más de 40 jóvenes de la escuela especial N°518 de Virrey del Pino, Partido de La Matanza y del Instituto Bivongi de City Bell, participaron de la séptima jornada del juicio donde se juzgan los delitos de lesa humanidad cometidos en el ex Centro Clandestino de Detención Brigada de San Justo.
El último miércoles 10 de octubre se desarrolló la séptima audiencia del juicio donde se investigan los delitos de lesa humanidad cometidos en el ex CCD, Brigada de San Justo, en donde hubo 84 víctimas, 31 de ellas desaparecidas. De los 19 imputados, la mayoría están en sus casas, y sólo 4 están detenidos en prisión común.
Relatos reveladores
La primera en dar su testimonio fue Elsa Beatriz Pavón. Su hija, Mónica Grinspon fue secuestrada junto a su compañero Claudio Logares y a su hija Paula de 23 meses de edad. El hecho sucedió el 18 de mayo de 1978 en Montevideo, Uruguay, desde donde las trasladaron a la Brigada de San Justo, acción enmarcada dentro del Plan Cóndor.
Paula permaneció apropiada y sus padres permanecen desaparecidos. Por iniciativa de Chicha Mariani, a quien le hizo un emotivo agradecimiento, Elsa ubicó a su nieta en 1980, pero luego volvió a perder su paradero. En 1983 la reencontró en el barrio de Chacarita, y al año siguiente, Paula pasó a vivir con su abuela.
Ella había sido anotada en 1980 con partida de nacimiento firmada por el doctor Jorge Vidal, reconocido torturador de la brigada, quien también había certificado los nacimientos de María Victoria Moyano Artigas y María José Lavalle Lemos, nietas recuperadas.
En una inspección a dicha brigada que se realizó en 2009 conoció a Isabel Márquez quien, a sus 16 años, estuvo cautiva con Mónica en 1978, confirmando su paso por ese lugar. Elsa se entrevistó con Monseñor Gracelli en agosto de dicho año y éste le dijo que se olvidara de su hija y de su yerno; que lo llamara el lunes para darle noticias de Paula. Fueron los lunes de la eternidad, ya que lo llamó todos los lunes durante más de un año y jamás la atendió.
Elsa le dijo a los jueces del tribunal que nunca pudo terminar de entender por qué a su hija la habían condenado por el solo hecho de querer modificar las cosas, que los niños tengan igualdad de oportunidades, que todos vivamos en una sociedad más justa; y concluyó: “A mi hija la condenaron por lo que yo más la admiro”.
Otro de los testigos, Eduardo Nieves, militante de la juventud comunista, relató su cautiverio en dicha brigada a fines de 1977. Fue liberado al año siguiente; lo sacaron en auto junto a otro compañero, Jorge, y a los 45 minutos los dejaron en Villa Soldati. También mencionó que las compañeras de ambos, Ana y Norma, estuvieron secuestradas durante seis días, y subrayó: “Me parece una aberración que la Brigada de San Justo siga funcionando”.
Testimonio de un médico de Ciudad Evita
Emotivo fue el testimonio de Jorge Eduardo Heuman, de 79 años. Al recibirse de médico pasó a desarrollar su profesión por y para los pobres. Mientras ejercía su residencia médica tuvo la posibilidad de construir solidaridad en el dispensario de Ciudad Evita junto a cincuenta y dos agentes de salud, entre profesionales, maestros y vecinos del barrio.
Ya en dictadura, se entrevistaron con el doctor Reboredo para solicitarle vacunas, y éste respondió: “Para los negros que no saben usar los inodoros, no hay vacunas”. Entonces hicieron una colecta y vacunaron al 99% de los chicos en condiciones de absoluta salubridad. Recordó cuando un niño llegó azul, en estado convulsionante y con fiebre; lo medicaron y junto a los baños en manos de esas vecinas, lo devolvieron a la vida. “Yo viví el paraíso ejerciendo el amor en mi barrio, y también conocí el infierno”.
Lo secuestraron el 28 de marzo de 1978. Y relató los tormentos más atroces a los que fue sometido por aquellos que llamó “excelentes profesionales de la tortura, torturas físicas y psicológicas que te convierten en un despojo”. Le dijeron que su madre había muerto. A su compañera Amalia Marrón la destrozaron en la tortura y la tiraron en su celda para que la asistiera sin tener las mínimas condiciones.
En otra oportunidad, a Amalia le hicieron fabricar un muñeco; luego se lo sacaron, y uno de ellos se lo trajo a él. “Era un muñeco muy bonito, con una cabellera llena de rulitos. Cuando lo fui a tomar en mis manos, no me lo entregó, solo me lo mostró como objeto de deseo diciendo: ‘Es para mi hijo’”.
“Entre ellos se llamaban Tiburón, Víbora, Araña… Era como un zoológico; pero no, porque compararlos con los animales, no, son una especie inclasificable, con grados de crueldad inimaginables”. Y concluyó: “Puedo asegurar que fue un verdadero infierno que el mismo diablo no conoce”.
Posteriormente el doctor fue trasladado a la comisaría de Gregorio de Laferrere; luego lo legalizaron, pasando por la cárcel de Devoto y la unidad 9 de La Plata. Finalmente en 1982 quedó en libertad vigilada y posteriormente volvió a la actividad profesional en el Sanatorio Güemes.
Hoy la calle de su barrio donde lo secuestraron lleva su nombre. Muchos vecinos de entonces lo acompañaron en esta audiencia y le regalaron una flor roja que mantuvo en su pecho durante su testimonio. El facultativo finalizó diciendo: “Otra vez el barrio me devolvió el paraíso”.
Luego de escuchar los distintos testimonios, los estudiantes de ambas entidades educativas, llevaron a cabo un taller de reflexión y debate sobre lo presenciado en el tribunal.