
Por: Carlos Galli
Enfoque. Todo lo que se comience a narrar desde este momento y hasta que la memoria, impiadosa, diga basta, o decida desplegarse (o replegarse) esporádicamente en el relato, son pequeñas, simples, llanas – tal como lo manifiesta el título- historias no necesariamente laborales, -incluyendo notas de tinte político, donde El Tipo admite sólo dos colores, -Celeste y Blanco-, que pueden incumbirle a algunos; a muchos; a los participantes de las mismas; a los supervivientes físicos de esa época; a los compañeros de Segba-Edenor que hayan atravesado circunstancias semejantes; parecidas o, sencillamente a nadie.
El protagonista invariablemente va a ser El Tipo, quien a lo largo de más de veintidós años de labor dentro de las mencionadas empresas, -donde no siempre se esforzó-; constituyó su patrimonio; formó una familia; compró su casa; vacacionó, y fue –casi siempre- actor directo o presencial de los hechos que juntos vamos a compartir.
En la medida que las narraciones no comprometan el buen gusto y el respeto que se les debe a su decoro y dignidad, los nombres a utilizar serán los reales, como así también se intentará llevar una cierta cronología en la sucesión de las mismas, aunque El Tipo, desde este instante, no se implica con lo antedicho, y –seguramente- en más de un pasaje puede llegar a proceder anárquica y atropelladamente si la ilación así lo amerita, aclarando formalmente, pese a que en algún momento entrará en escena el consabido Balance, El Tipo se declara más que agradecido a todo lo que la vida le fue brindando a lo largo de las décadas habidas, siendo consciente que muchas veces fue más de lo merecido y que no la indemnizó en consecuencia.
Al considerar que los pesitos que podría juntar quincenalmente, y en realidad porque las opciones dadas en el hogar paterno no eran numerosas, El Tipito ingresa a una sórdida fábrica a los catorce años en el puesto conocido como “aprendiz”, alternando más malas que buenas en un ambiente que lo sentía como impropio e inhóspito, ya que sus gustos, predilecciones y aspiraciones corrían separados por un precipicio de distancia.
Por algún fueguito interior que siempre se mantenía encendido en su espíritu y su corazón, una tarde, seis años después, regresando de cumplir su jornada de nueve horas, El Tipo pasa por la puerta del Colegio Nacional Esteban Echeverría de Ramos Mejía, averigua el motivo de la fila, -para inscribirse- le dicen, y no lo duda, se anota y al inicio de las clases ya está integrando Primer Año Primera División.
A la profunda satisfacción de sentirse en un ámbito absolutamente diferente a la rudeza que imperaba en la metalúrgica, se sumaba el íntimo halago de estar haciendo algo en pos de su elevación en cuanto a cultura y conocimientos se refiere, y, si bien en algún momento pensó en flaquear y abandonar, demostrar y demostrarse que podía finalizar “el secundario” se convirtió en el desafío a vencer.
A los pocos meses de haberse adentrado en un universo desconocido, pero grato y anhelado, El Tipo, oyendo por radio el sorteo correspondiente, se entera que –número 943 mediante- “la Patria lo había citado para efectuar el servicio militar obligatorio en la Armada Nacional”, hecho que, al margen de lo que él consideraba una inutilidad, esto es, brindar dos años de su vida a una institución anacrónica, lo retrasaría en sus propósitos por el mismo lapso.
Liberado de tal obligación por una desconocida –para él- discordia interna entre dos médicos forenses militares, (más adelante se enterarán) la excepción conquistada lo aguijonea tras el objetivo planteado. El Tipo señala que, en las historias aportadas, muchxs de sus compañerxs de colegio serán protagonistas exclusivos de ellas.
Promediando tercer año, y habiendo sido despedido de la fábrica metalúrgica por plantear desde otro ángulo la defensa de los derechos laborales de sus compañeros y los suyos propios, El Tipo marca en el diario un aviso clasificado donde requerían “Empleado Administrativo, con o sin experiencia previa”, plaza que logra con la ayuda inapreciable de quien hacía las audiencias, (un tal Benito Almirón) y posteriores altas laborales (o no), y es así que un lunes inolvidable, de la mano de La Negra, quien era su novia (también ingresada y al poco tiempo su esposa), lo descubre instalado frente a una flamante máquina de escribir Olivetti, que le requería mucho más de lo que él estaba en condiciones de suministrarle, pero bueno, el pasado de overol; chapas; balancines; grasa y guillotinas había quedado atrás.
El mes de marzo de 1973 determinó en la vida del Tipo una serie de sucesos que serían incuestionables en lo amoroso; político y laboral; ya que, en ese orden, se casa, vota por primera vez y recibe una carta que aguardara desde hacía siete años atrás, cuando se anotara, con ciertas expectativas en lo que se conocía como “la Bolsa de Trabajo de Segba”.-