La reserva moral de la Patria está integrada por ciudadanos que así se consideran a sí mismos. Su característica principal es que jamás se movilizan por el choripan y la coca y mucho menos aceptan que los arreen como ganado. En todo caso se sienten convocados por las redes sociales, lo que a todas luces no es lo mismo, sin importar demasiado el grado de contaminación cloacal que circule por ellas. Jamás subirían a un micro que no fuera de línea para participar de un cacerolazo contra un gobierno que les es ajeno o para apoyar al que consideran como propio, cuando es asediado por la chusma populista, más allá de los resultados de sus respectivas gestiones. Diferenciarse de esa chusma es su preocupación principal a la hora de emitir el voto, sin perjuicio de ser, muchos de ellos, religiosos practicantes, lo que en principio los obligaría a amar al prójimo como a sí mismos, pequeño detalle que ellos prefieren ignorar, considerándose sobradamente cumplidos con el estricto acatamiento del rito dominical.
Francisco Jorge Martínez Pería. Abogado.
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Su moral es tan grande que es doble, lo que les permitió apoyar calurosamente los cortes de rutas agrarios que en el 2008 sitiaron a las principales ciudades del país y en cambio, criticar acerbamente cuanto piquete haya existido antes o después de esa época. Y no es que sean necesariamente ricos, pero sienten una profunda identificación con las clases altas y un singular desprecio por la plebe proletaria a la que tiene por dócil instrumento de los políticos populistas, mientras creen que los otros tiene su probidad garantizada por la elevada posición social que ocupan, sin importar demasiado como hayan llegado o se mantengan en ella. Se consideran a sí mismos republicanos y democráticos, aunque no ha habido golpe militar en la Argentina que no contara con un importante componente civil de rasgos ideológicos muy similares a los suyos.
Más allá de que nuestra historia reciente registra muchos más años de gobiernos conservadores y de derecha que auténticamente peronistas, le enrostran a estos últimos todas las culpas de nuestros males, los que achacan mucho más a la proverbial falta de contracción al trabajo e irresponsabilidad de los humildes que a la eventual corrupción de los poderosos. En la categoría de corruptos irredentos sólo encasillan a los políticos populistas, que, por el mero hecho de serlo, ya son sospechados por ellos de los fraudes más escandalosos. No tienen la misma vara para juzgar las cuentas y empresas off-shore de los principales funcionarios del actual gobierno, ni los evidentes conflictos de intereses en que están envueltos la mayoría de ellos, porque prefieren creer que seguramente las denuncias que los involucran no son más que parte de una formidable campaña de desestabilización llevada adelante por el kirchnerismo residual, que curiosamente sigue reuniendo multitudes, aunque siempre recurriendo a los más groseros medios de convocatoria.
Tampoco los ofenden los periodistas que vienen desde hace años faltando descaradamente a la verdad y linchando mediáticamente a los enemigos de sus patrones, ni los jueces que retuercen la Constitución y las leyes hasta límites intolerables para un estado de derecho. Jamás se les escucha tampoco crítica alguna contra los empresarios formadores de precios, como si fueran totalmente ajenos a la inflación que nos aqueja aún hoy, cuando gobierna uno de los suyos.
Pero si hay algo francamente contradictorio con los postulados democráticos, repúblicanos y supuestamente éticos de la Reserva Moral de la Patria, es el odio y la violencia simbólica que destilan cada una de sus manifestaciones públicas, que no son otros que los que circula por las mismas redes sociales que las convocan. Jamás se evidenció ese mismo grado de odio ni de violencia en las multitudinarias manifestaciones arreadas en micros desde el conurbano bonaerense a fuerza de coca y choripanes, lo que desde todo punto de vista pone definitivamente en tela de juicio la superioridad moral que se arrogan los seguidores del actual gobierno que todavía no se han desilusionado ni arrepentido. Jamás se vió en las manifestaciones choripaneras que alguien se permitiera tildar de yegua y de cosas mucho peores a una adversaria política y no porque falten eventuales candidatas al insulto, ni que le deseara la muerte, como se ha visto en las convocadas por las cloacas sociales y eso que a un año y cuatro meses de haber asumido el poder el gobierno que los representa cabalmente no ha producido ni un solo cambio positivo para el conjunto de los argentinos ni se ha cumplido ninguna de sus promesas electorales, sino más bien todo lo contrario.