En “Sonata para Miriam”, la escritora sueca Linda Olsson, compone un texto, estructurado como una sonata, prescindiendo del protocolo que exige esa forma musical: uno o dos instrumentos, que traducidos, serían uno o dos personajes, para desplegar una historia que con una cantidad de personajes, algunos perdidos para siempre y otros recuperados o multiplicados como en una familia de película clásica.
En “Sonata para Miriam”, la escritora sueca Linda Olsson, compone un texto, estructurado como una sonata, prescindiendo del protocolo que exige esa forma musical: uno o dos instrumentos, que traducidos, serían uno o dos personajes, para desplegar una historia que con una cantidad de pedrsonajes, algunos perdidos para siempre y otros recuperados o multiplicados como en una familia de película clásica.
Se dice “película clásica” porque las familias que supieron poblar las películas suecas de la época de Ingmar Bergman y de sus herederos, generalmente eran numerosas, trabadas en historias o incluso pobladas de solitarios habitados por una multitud de fantasmas.
El libro, publicado por el sello Salamandra, cuenta el tropezón vital de Adam Anker, un compositor y violinista que sin norte, se encierra en sí mismo hasta apuntalar una suerte de goce en el dolor, a causa de muerte de su hija.
Olsson nació en Estocolmo; licenciada en derecho y especialista en finanzas, abandonó su profesión y su país para escribir y recorrer el mundo, hasta instalarse en Nueva Zelanda; su novela anterior, “Ana y Veronika”, resultó un éxito de ventas.
En Nueva Zelanda, justamente, reside el protagonista de “Sonata…”, quien, incapacitado para componer, decide tomarse unas vacaciones y volver -después de años- a Cracovia, donde nació, con el objeto de encontrar ese paraíso, que como todo paraíso, está perdido.
Sin embargo, con el tiempo y la distancia y los diversos reencuentros, Anker se enterará de secretos de su historia familiar que le darán otra perspectiva, sobre su pasado y su presente.
El encuentro con la madre de su hija, veinte años después, le recordará que no hay nada peor que un buen recuerdo; sobre ese supuesto, Olsson, que no cede al sentimentalismo más barato, hace de esta pieza una propuesta que tiene la virtud de dejarse leer con amabilidad.