Número de edición 8481
Destacadas

¿Se puede pensar de otro modo?

¿Se puede pensar de otro modo?.

En un país donde ocurre un femicidio cada 12 horas es preciso comprender  y aceptar que hay dispositivos de poder que avalan  y promueven la violencia de género.

Michel Foucault afirmaba que el poder se mueve de manera horizontal entre las personas, y no de modo ascendente como se puede creer comúnmente,  pues  es sostenido por todos.

Los hilos de poder que manejan nuestras vidas son avalados por dispositivos y procesos que buscan reproducir la fragilización de ciertos sectores  de la población y  su consecuente discriminación y violencia.

Así se terminan generando modalidades de dominación simbólica, social, física y psicológica sobre sectores que verdaderamente son vulnerabilizados, en detrimento de otros que cuentan con ciertos privilegios en todos los niveles.

Para la psicóloga Ana María Fernández este tipo de violencia  es invisible porque  efectivamente se halla naturalizada en toda la extensión de la sociedad.  Sin embargo, los modos de violencia se vuelven evidentes en las instituciones que reproducen la noción de lo diferente como inferior o peligroso, los medios de comunicación que ensalzan  la mortificación del cuerpo de la mujer o lo vuelven puramente erótico,  y las prácticas hospitalarias, jurídicas y psicológicas, que suelen ser favorecedoras de las lógicas binarias y heteronormativas. Pero es en lo cotidiano donde se pone en disputa la lucha por lo diverso.

De lo privado a lo público y de lo público a lo privado

El seno familiar es uno de los territorios donde  se hacen más detectables las relaciones de opresión del poder entre los géneros. Pues, es a través de las costumbres y rutinas de las familias y las parejas donde se hallan los mecanismos de opresión. Es en la distribución del trabajo doméstico, en el manejo de la economía del hogar y en los modos de amar, donde se desiguala un sector.

La desigualación consiste en tener como inferior, enfermizo o peligroso a lo que es diferente a lo idéntico. Para una parte de la sociedad lo idéntico es el varón heterosexual, cisgénero, blanco, de clase media alta; todo lo que sea diferente a esto corre el riesgo de ser desigualado y por consecuencia discriminado o concretamente violentado.

Bajo estos parámetros, pareciera que la condición masculina es poseedora de una suerte de cualidades que la hacen superior, mientras que el género femenino es tenido como frágil y con menos destrezas. Pero esto, lejos de ser de origen natural, es solo una construcción social. No obstante, no por ser una construcción es menos efectiva.

Ahora bien, si el poder va de lo público a lo privado, también puede ir de lo privado a lo público. La lucha de la diversidad, para pensar de otro modo, más allá de los cánones establecidos por la sociedad, se da primeramente en el campo de lo privado y de lo íntimo.

El camino es intentar no ser parte de los agentes reproductores de lo mismo, de la desigualación y la discriminación, y comprender que, en el caso del género masculino, la lucha pasa por guardar un silencio respetuoso frente al clamor de la mujer, escuchar y preguntar si no se logra comprender el dolor ajeno, antes que opinar apresuradamente.

Psicoanálisis y género

Durante años el psicoanálisis ha sido el portavoz de la sexualidad, entendiendo a esta como la capacidad de un sujeto de obtener placer a través de su cuerpo y sus pulsiones.

Pero es importante ubicar que ha habido una resistencia a comprender que el poder está en juego en los procesos de subjetivación, cuestión que ha alojado el pensamiento de que lo diferente es en relación a lo idéntico. Por lo tanto, es importante reconocer el valor de la producción subjetiva y  la noción de multiplicidad, como aquello que, por ser de otro modo, también es válido.

La fragilidad de la mujer y la angustia del hombre

La percepción de la fragilidad de la mujer es producto de la opresión masculina. En varias ocasiones, las pacientes mencionan su percepción de minusvalía en la calle frente al constante acoso de los hombres, que aun parecen sentirse impunes frente a tales situaciones de violencia de género (incluso las más repudiables).

Es que una de las razones a tener en cuenta para comprender el problema de los femicidios es esta sensación de impunidad y libertinaje sobre el cuerpo ajeno que siente el hombre en la sociedad.

Por otra parte, también debemos observar un número de hombres que ha comenzado a interpelarse sobre sus modalidades de vínculo con las mujeres y sobre su identidad masculina, interrogación que no es sin angustia, pues impacta profundamente en su subjetividad y en aquello que los sostenía como tales. Este nuevo fenómeno que se está dando en algunos hombres permitiría creer que se puede pensar de otro modo.

Fuente: Fernández, Ana María.  Las lógicas sexuales: Amor, políticas y violencia. Nueva Visión. 2007.

Imagen: violenciasimbolica.pe.

 

 

Artículos Relacionados

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver al botón superior