Equipo argentino de arqueología forense
El grupo inicial fue creado a partir de una gestión de la Conadep en los Estados Unidos. Como resultado, en 1984 el arqueólogo forense Clyde Snow llegó a Buenos Aires para intentar armar un equipo multidisciplinario. Lo notable es que no encontró eco entre los profesionales. Fueron los jóvenes estudiantes quienes asumieron el riesgo de iniciar una inédita experiencia científica y jurídica.
Así como la antropología forense es una disciplina bastante reciente, la Argentina tiene mucho que ver con su desarrollo. Más aún, la formación del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), a mediados de los años 80, implicó un avance sustancial en el logro de una metodología de trabajo específica para la localización e identificación de restos humanos. Sin dudas, este rápido desarrollo se debió al propio contexto histórico-político generado con nuestro retorno a la democracia. Pero a nada se hubiera llegado sin el concurso de la voluntad personal de un puñado de jóvenes.
Desde cero. El campo de trabajo como tal se abrió en 1984 con una finalidad clara: ubicar e identificar a los cuerpos de los desaparecidos, asesinados por la última dictadura militar. Para entonces, a instancias de la Conadep ya habían comenzado a realizarse exhumaciones en todos los cementerios del país. Pero se carecía de personal especializado y —peor aún— de una metodología que relacionara la historia personal de cada víctima con las clásicas prácticas forenses.
El primer fue dado por la propia Conadep y las Abuelas de Plaza de Mayo. Miembros de ambas organizaciones viajaron a Estados Unidos con la idea de buscar formas de identificación a partir del vínculo sanguíneo entre los niños desaparecidos y sus abuelos. La primera respuesta provino de una ONG estadounidense (la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia), que ofreció ayuda y reunió a una delegación de siete científicos de distintas disciplinas forenses para que viajara a Buenos Aires.
Clyde Snow fue uno de ellos. Snow colaboró el armado de un equipo interdisciplinario formado por estudiantes de medicina, antropología y arqueología y también participó en la conformación de un banco de datos genéticos, que aún hoy funciona en el Hospital Durán. Sobre la base de aquellos alumnos, se creó el Equipo Argentino de Antropología Forense. Corría 1986.
El EAAF se autodefine como una organización científica, no gubernamental y sin fines de lucro que aplica las ciencias forenses —principalmente la antropología y arqueología forenses— a la investigación de violaciones a los derechos humanos. Pero además, en sus 25 años de vida, el EAAF pasó de ser un grupo aplicado a resolver una problemática local a convertirse en una organización que ha realizado trabajos en América Latina, África, Asia y Europa.
El nuevo camino. La palabra “método” proviene del griego y significa “camino”. Por eso, el desarrollo de un nuevo campo de conocimiento siempre está atado a un camino predefinido para sostener su carácter de práctica científica.
La teoría básica de las ciencias forenses sostiene la necesidad de trabajar desde lo general a lo particular. ¿Por qué? Porque si no se entiende la totalidad de la situación y su contexto, nunca se logra comprender los hechos particulares. En otras palabras, para el EAAF no se estudia “un” caso puntual de desaparición forzada. Se trabaja con “los” desaparecidos.
El método aplicado por el EAAF a partir de su experiencia en la Argentina tiene tres etapas. La primera es la de análisis de la documentación, registros y fuentes periodísticas. Apunta a intentar establecer dónde pudieran encontrarse los restos buscados. Aquí las principales fuentes son las causas judiciales, las denuncias de los familiares en los organismos de derechos humanos; los registros de los cementerios, los registros civiles donde se radicaron las partidas de defunción y los archivos periodísticos. Con esas bases, el EAAF construye una hipótesis inicial para intentar deducir los posibles lugares de enterramiento
La segunda etapa implica la recopilación de fuentes escritas y orales referidas al desaparecido o desaparecida. Parte de esta investigación preliminar es la búsqueda de lo que se llama datos físicos o “datos pre-mortem”. Se les pide a los familiares, a los dentistas, a los médicos, toda la información física sobre la persona buscada. Desde los más generales, como sexo, edad, estatura, hasta los más específicos, como dentadura, lesiones o enfermedades que pudieran haber dejado alguna secuela en ellos. Esto implica entrevistas con familiares de la víctima, testigos, sobrevivientes y hasta con los trabajadores de los cementerios.
Finalmente, llega una tercera etapa que tiene un fuerte contenido de “arqueología clásica”, pero ahora en un contexto médico-legal. Aquí, los arqueólogos excavan con pequeñas herramientas, pinceles, espátulas, para no dañar nada; y se extraen los restos para su posterior análisis. También es habitual la utilización de las técnicas de investigación genética a través de la decodificación de los patrones de ADN. De esa manera, se recupera —además del esqueleto completo— toda otra evidencia asociada, como pueden ser proyectiles de armas de fuego, restos de ropa y, quizás, algunos efectos personales.
Sobre la base de los resultados obtenidos, se intenta la identificación de la persona y se determinan las causas y manera de la muerte. En otras palabras, se confronta lo que se encuentra con lo que ya se tenía de la investigación en las etapas previas.
Con el curso de los años, el EAAF se convirtió en un formador de equipos locales de antropología forense dedicados al trabajo en derechos humanos. A instancias de la experiencia argentina, se formaron equipos forenses en Chile (1989), Guatemala (1991) y Perú (2001). Pero además, desde 1998 se ha trabajado en otros 30 países, entre ellos Bosnia, Angola, Timor Oriental, Polinesia francesa, Croacia, Kurdistán iraquí y Sudáfrica. Hoy, los equipos latinoamericanos intercambian sus miembros para entrenamiento y, ocasionalmente, trabajan juntos en misiones en el exterior.