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La inteligencia artificial y su costo oculto: ¿cuánta agua se necesita para crear una imagen digital?

IA. La inteligencia artificial y su costo oculto.
IA. La inteligencia artificial y su costo oculto.

La expansión de la IA generativa abrió un mundo creativo sin límites, pero también instaló un debate urgente: su impacto ambiental. El consumo de agua y energía de los centros de datos encendió alarmas sobre la sostenibilidad de este modelo tecnológico.

Por Florencia Belén Mogno

La creación de imágenes y textos mediante inteligencia artificial generativa se presentó como una revolución cultural y tecnológica. Con apenas un comando escrito, era posible obtener retratos, escenas fantásticas o diseños gráficos en cuestión de segundos. Sin embargo, detrás de esa aparente instantaneidad se ocultó un costo material nada menor: la enorme cantidad de recursos que demandaron los servidores para funcionar.

Distintos estudios señalaron que la generación de una sola imagen requirió una cantidad de agua similar a medio litro. Ese volumen, multiplicado por miles de consultas diarias en todo el mundo, abrió un interrogante sobre la sostenibilidad de estas herramientas en el tiempo. El problema no se redujo a la anécdota de un meme o una ilustración: cada clic acumuló un gasto invisible que impactó en el ambiente.

Este debate puso sobre la mesa una paradoja moderna. Mientras se celebró la democratización del acceso creativo, también se cuestionó si el costo ambiental era compatible con los desafíos que el planeta enfrentó en materia de escasez de recursos. La inteligencia artificial, que se pensó como símbolo de progreso, pasó a estar en la mira por su huella hídrica y energética.

Agua, electricidad y servidores en tensión

Según la investigación realizada por especialistas de la Universidad de California en Riverside, y consultada por Diario NCO entre 10 y 50 consultas a sistemas de IA consumieron el equivalente a una botella de agua. Esto se explicó por la necesidad de enfriar los servidores, cuyo funcionamiento generó altas temperaturas que solo pudieron ser controladas mediante sistemas de refrigeración con agua.

La situación no se limitó al recurso hídrico. Un cálculo adicional estimó que una respuesta producida por modelos avanzados, como GPT-4, consumió cerca de 0,14 kilovatios-hora, lo que equivale a mantener encendidas catorce lámparas LED durante una hora. En un escenario de millones de usuarios conectados simultáneamente, ese gasto energético se volvió exponencial.

Frente a estas cifras, la pregunta que emergió fue inevitable: ¿es posible mantener el crecimiento de la inteligencia artificial sin comprometer la sustentabilidad? Varias empresas prometieron soluciones a futuro, como el compromiso de alcanzar un uso “agua-positivo” hacia 2030, pero hasta el momento esas metas se mantuvieron en el terreno de los anuncios.

Derechos de autor y dilemas éticos

La polémica sobre la IA no solo giró en torno a la cuestión ambiental. Cuando plataformas populares incorporaron la posibilidad de generar imágenes, el entusiasmo inicial se mezcló con críticas por la apropiación de estilos artísticos sin consentimiento. Solicitar retratos “al estilo de Studio Ghibli” o basados en trazos de artistas reconocidos abrió un debate ético y legal.

Las compañías defendieron su postura con el argumento de que no se imitaban obras concretas ni se violaban derechos de autor. Sin embargo, el límite entre inspiración y copia resultó difuso para gran parte de los usuarios, quienes muchas veces desconocieron qué usos estaban permitidos.

En este punto, especialistas en tecnología y derecho coincidieron en que la educación digital debía acompañar el crecimiento de estas herramientas. La falta de claridad sobre los marcos regulatorios y la ausencia de normativas específicas en muchos países dejó un vacío que generó conflictos entre creadores y plataformas.

Un problema que no nació con la IA

El consumo intensivo de recursos no fue una novedad exclusiva de la inteligencia artificial. Años atrás, fenómenos como el streaming de video, los videojuegos en línea y el minado de criptomonedas ya habían enfrentado cuestionamientos similares por el uso de agua y energía en los centros de datos. La diferencia fue que, en este caso, el debate llegó acompañado de un componente lúdico y creativo que lo hizo más visible.

Las críticas surgieron cuando se evidenció que recursos vitales se destinaban a la producción de memes o ilustraciones de entretenimiento. Ese contraste entre la magnitud del gasto y la trivialidad de muchos de los usos encendió una reacción social que obligó a revisar el tema con mayor seriedad.

En paralelo, la discusión sirvió para recordar que lo digital no era etéreo ni inmaterial. Cada archivo, cada imagen y cada video implicaron un proceso físico de almacenamiento y procesamiento, con costos ambientales concretos.

Mirar más allá del clic creativo

La discusión sobre la inteligencia artificial y su impacto ambiental se convirtió en una invitación a reflexionar sobre la relación entre innovación y sostenibilidad. No se trató de rechazar la tecnología, sino de entender que su desarrollo debía acompañarse de políticas claras, transparencia en los datos y regulaciones efectivas.

Expertos advirtieron que, de no mediar cambios estructurales, el crecimiento acelerado de la IA podría profundizar la crisis de recursos hídricos y energéticos a nivel global. La clave estaría en diseñar modelos más eficientes y en fomentar un uso responsable por parte de la sociedad.

Fuente fotografías: redes sociales.

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