

Un estudio académico exploró cómo las dimensiones corporales regulan las actividades de los varones jóvenes y moldean sus formas de construir género.
Por Florencia Belén Mogno
En la vida cotidiana, el cuerpo no solo es una realidad biológica sino también un espacio atravesado por sentidos culturales. Las sociedades modernas han depositado en él significados que exceden su dimensión física, configurándolo como un territorio donde se juegan poder, reconocimiento y pertenencia.
Particularmente en los varones jóvenes, las prácticas que involucran el cuerpo se transformaron en un eje central tanto para legitimar identidades como para definir vínculos con los demás.
La cultura occidental, además, ha situado a la corporalidad masculina como parámetro de fortaleza y rendimiento. Ese mandato se tradujo en dinámicas sociales que validan o cuestionan las trayectorias juveniles en función de sus capacidades físicas.
El deporte, las artes marciales o incluso la exposición en espacios grupales funcionan como escenarios donde los cuerpos son puestos a prueba. En este marco, la construcción de la masculinidad no aparece como un proceso lineal sino como una negociación constante frente a expectativas y presiones externas.
En este sentido, el informe titulado “Prácticas culturales y cuerpo en el fragor de la construcción masculina. Análisis de las negociaciones y adaptaciones que realizan jóvenes varones de La Matanza”, elaborado por el investigador Ezequiel M. Pannelli examinó cómo los relatos juveniles permiten vislumbrar mecanismos de poder y procesos de adaptación identitaria vinculados al cuerpo.
Precisiones de la investigación
El estudio al que tuvo la oportunidad de acceder Diario NCO, se focalizó en jóvenes de La Matanza y señaló que las atribuciones que se le otorgan al rendimiento corporal inciden directamente en las actividades de ocio y en la forma en que los varones negocian sus identidades.
A partir de entrevistas con jóvenes del distrito, Pannelli identificó tres ejes de análisis: el tamaño, asociado a experiencias de bullying o reconocimiento; el rendimiento, vinculado al deporte y al rol de los pares mayores como reguladores de la continuidad en esas prácticas; y la masculinización, entendida como el llamado social a “probar” corporalmente la pertenencia al género.
En relación con el primer eje, el reporte mostró “cómo un cuerpo considerado pequeño o débil podía derivar en situaciones de hostigamiento. Frente a ello, algunos jóvenes respondieron a través de disciplinas como el kick-boxing, que les permitieron resignificar su relación con el cuerpo, mientras que otros optaron por refugiarse en ámbitos virtuales, alejados de la exposición física”.
El segundo eje, referido al rendimiento, destacó “cómo las evaluaciones de varones de mayor edad influyeron en las trayectorias deportivas. La aprobación o el rechazo en contextos de entrenamiento se convirtieron en factores decisivos para sostener o abandonar las actividades. El cuerpo, en este sentido, se configuró como un pasaporte de permanencia o exclusión”.
Por último, la masculinización se presentó como una exigencia social que demandó respuestas corporales específicas. No obstante, algunos jóvenes lograron encontrar espacios alternativos para expresar sus identidades sin someterse a la lógica del “aguante” físico. Estos casos revelaron que la construcción de la masculinidad podía orientarse hacia prácticas menos centradas en la exposición y más en el desarrollo de intereses personales.
Ampliación de los resultados
El informe también recuperó la noción de “plusvalía simbólica” trabajada por el antropólogo José Garriga Zucal en sus investigaciones sobre las hinchadas de fútbol. Según esta mirada, la resistencia corporal frente a la violencia no solo aseguraba la sobrevivencia física, sino que otorgaba reconocimiento dentro del grupo.
Esa lógica, advirtió Pannelli en su estudio, “también operaba en las experiencias juveniles de La Matanza, donde la presión por sostener un determinado estándar corporal se manifestó como condición para acceder a legitimidad entre los pares”.
En conclusión, el trabajo planteó que los cuerpos juveniles son escenarios donde se cruzan presiones, resistencias y reconfiguraciones. Las decisiones que los jóvenes toman respecto de sus prácticas culturales no solo marcan su vida cotidiana, sino que también inciden en la manera en que construyen y expresan sus masculinidades.
Fuente fotografías: Facebook.com
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