Estimados lectores: Gracias por acompañarnos nuevamente con su lectura a través de NCO desde un sector de Los Palabristas de hoy y de siempre. Revista literaria que funde y dirijo desde el año 2001.
Por: Mónica Caruso. Tapiales
E-mail: monicaacaruso@hotmail.com
La reseña biográfica de la semana es sobre Henry James 1843/04/15 – 1916/02/28) Escritor estadounidense, nació el 15 de abril de 1843 en el seno de una acomodada familia de origen irlandés en la ciudad de Nueva York (Estados Unidos).
Hermano menor del filósofo William James. Cursó estudios en Nueva York, Londres, París y Ginebra. Conoció a autores como Zola, Maupassant o Iván Turguenev. Inició la carrera de derecho en la Universidad de Harvard, al tiempo que empezaba a publicar relatos en distintas revistas estadounidenses.
En 1875 se radica en Inglaterra. Cuando cumplió veinte años comenzó a publicar cuentos y artículos en revistas de Estados Unidos. Su trabajo se caracteriza por su ritmo lento y la descripción sutil de los personajes. En sus primeras obras manifiesta el impacto que la cultura europea causó en los americanos que viajaban o vivían en el viejo continente. Entre sus escritos destacan: Roderick Hudson (1876), El americano (1877), Daisy Miller (1879) y Retrato de una dama (1881). Después exploró los tipos y costumbres del carácter inglés, como en La musa trágica (1890), Los despojos de Poynton (1897) y La edad ingrata (1899). En sus últimas tres grandes novelas, Las alas de la paloma (1902), Los embajadores (1903) y La copa dorada (1904), vuelve al esquema del contraste entre las sociedades europea y americana.
Alguna de sus obras se han adaptado al cine, William Wyler realizó La heredera, adaptación de la novela Washington Square, Jack Clayton dirigió Suspense, y James Ivory Las bostonianas y La copa dorada.
Adquirió la nacionalidad británica un año antes de su muerte. Henry James falleció el 28 de febrero de 1916, en su casa de campo de Rye, Sussex.
Obras
A tragedy of Error
Historia de una obra maestra
Gabrielle de Bergerac
Compañeros de viaje
Guarda y tutela
Confianza
La confesión de Gues
Roderick Hudson
El americano
Daisy Miller
Un episodio internacional
Los europeos
Retrato de una dama
Washington Square
El punto de vista
Portraits of Places
A Little tour in France
Las bostonianas
La princesa Casamassima
El mentiroso
Los papeles de Aspern
La muerte del león
The Reverberator
Una vida en Londres y otros relatos
La musa trágica
El fondo Coxon
La figura de la alfombra
Guy Domville
El expolio de Poynton
Lo que Maisie sabía
Otra vuelta de tuerca
En la jaula
La edad ingrata
La tercera persona
La fontana sagrada
Las alas de la paloma
Los embajadores
La bestia en la jungla
Los periódicos
Chiquillo
The Ivory Tower
Lady Barberina
Eugene Pickering
La copa dorada
English Hours
The American Scene
Horas venecianas
Cuadernos de notas
La protesta
Crónica de una amistad
Cartas desde Venecia
FRAGMENTO
(Henry James)
La otra vuelta de tuerca
…” En la ocasión de que ahora hablo, la señora Grose se reunió conmigo, a petición mía, en la terraza, donde gracias al cambio de estación, el sol de la tarde era ahora muy agradable. Nos sentamos juntas mientras, ante nosotras y a cierta distancia, pero al alcance de la voz, los niños corrían de un lado a otro con la magnífica compostura que los caracterizaba. Se movían lentamente, caminando en pareja, por el césped; el niño leía en voz alta un libro de cuentos y llevaba a su hermana cogida por la cintura. La señora Grose los observaba con visible placidez, mas luego capté su ahogado gruñido al volverse hacia mí para que le mostrara el reverso de la medalla. Yo la había convertido en un receptáculo de cosas espeluznantes, pero en su paciencia había un extraño reconocimiento de mi superioridad, mis conocimientos y mi función. Ofrecía su mente a mis revelaciones de la misma manera que, si yo hubiera deseado preparar un brebaje de brujas y se lo hubiera planteado con aplomo, ella habría ido a buscar un caldero limpio. En eso se había convertido su actitud cuando, en mi relato de los acontecimientos de la noche anterior, llegué al momento en que, después de ver a Miles, a una hora tan intempestiva, casi en el mismo lugar en que ahora precisamente se hallaba, salí a buscarlo. Había decidido ir a su encuentro personalmente, con preferencia a cualquier otro recurso, a fin de no despertar a los sirvientes. Tan pronto como aparecí en la terraza, a la luz de la luna, él se dirigió a mí directamente.
Le cogí de la mano sin decir una palabra y lo llevé, a través de espacios oscuros, hasta la escalera, donde Quint lo había buscado con tanta insistencia, a lo largo del pasillo donde yo había escuchado y temblado, hasta llegar a su propia habitación.
Durante el trayecto, ni un sonido había pasado entre nosotros, y yo me preguntaba —¡oh, cómo me lo preguntaba!— si su pequeño cerebro estaría rumiando algo plausible y no demasiado grotesco. Aquel asunto pondría a prueba su inventiva, ciertamente, y yo sentía esa vez, a cuenta de sus dificultades, una extraña sensación de triunfo. Había caído en una especie de trampa y en adelante no podría fingir inocencia con tanto éxito.
Fuente: *buscabiografias.com
Queridos lectores espero que les haya gustado este pequeño vuelo literario.
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Que tengan un excelente inicio de semana. Hasta el próximo lunes.