Número de edición 8481
Espectáculos

Segunda parte de la entrevista a Laura Forchetti

Segunda parte de la entrevista a Laura Forchetti

En esta entrega se seguirá profundizando en la vida y obra de esta escritora.

Por Rolando Revagliatti

Hablemos de “Libro de horas”.

LF — Es un poemario que juega con la vieja idea de los Libros de Horas Medievales, que disponían las oraciones, los rezos para cada momento del día. En mi “Libro de horas”, los poemas agrupados en Laudes y Lucernarias son como oraciones a la naturaleza, a su luz y sombra.

La tercera parte se titula Salir de Casa; son casi notas de un diario íntimo, ordenado según los meses del año. Y cierra el libro un poema dedicado a Guillermo Enrique Hudson [1841-1922]: Reloj de la Pasión. En realidad, todo él está atravesado por la presencia de Hudson: citas de sus libros van abriendo cada apartado.

Nombres de escritoras a las cuales citás en tus libros: Alfonsina, Katherine, Sylvia, Marguerite, Idea, Clarice, Gabriela, Emily…

LF — Esos nombres forman un mapa de lectura. Leer sus libros ha sido una experiencia fundamental para mí, no sólo como poeta, como mujer. Leerlas me ha ayudado a encontrarme conmigo misma y con mis hermanas. Las admiro, las amo. Me gusta nombrarlas, que estén presentes en mis poemas.

Difundir la obra de escritoras se ha convertido, en los últimos años, en un objetivo central para mí. Incluso en los talleres que doy, siempre trato de llevar sus textos, porque todavía hay una gran desigualdad entre la difusión y valorización de la obra de las mujeres y la de los varones.

Por ejemplo, en las universidades o estudios superiores, el porcentaje de obras de escritoras mujeres sigue siendo muy minoritario, vergonzosamente minoritario.

En tu “Cartas a la mosca”: escarabajo, serpiente, erizo verde, paloma, armadillo, saltamontes, gallo, vaquita de San Antonio, gorrión, araña, murciélago mariposa, chicharra, abeja, colibrí, polilla…

LF — El mundo que me rodea, lo que veo todas las mañanas, los seres que me acompañan mientras escribo mis poemas. Aprendo de ellos. Pura belleza también, ese pequeño mundo que teje,dibuja, vuela, canta, alumbra, se esconde a nuestro alrededor.

Y también, de alguien que identifica a pocas flores por su nombre (yo), a quien probablemente identifica a muchas, según se trasluce en su poética (vos), estas flores que sustraigo de ella: girasol, azucena, malvón, tulipán, amapola, cala, violeta, hortensia, camelia, magnolia…

LF — Lo mismo que dije en la respuesta anterior. Las flores también son seres de comunicación, nos acompañan, mejoran nuestra vida en la Tierra. Sin las flores, sin las plantas, no habría vida humana, por supuesto. Y sus nombres son increíbles, una quiere poner esos nombres, todos, esas palabras en el poema.

Oigamos a estos tres escritores: Baldomero Fernández Moreno (1886-1950): “Todo es anécdota: anécdota intelectual, aérea, creacionista, o anécdota de pan y queso. La poesía viene o no viene, después.” Roland Barthes (1915-1980): “Es escritor aquel para quien el lenguaje crea un problema, que siente su profundidad, no su instrumentalidad o su belleza.” Luis Luchi (1921-2000): “Cuando un poeta lee está determinando una cantidad de emociones con la inflexión de la voz. A mí escuchar me da claves para sentir los poemas.” ¿De cuáles afirmaciones te sentís más próxima?

LF — De las tres: no son opuestas, son complementarias.

Como Baldomero, creo que el poema se alimenta de la anécdota, lo más pequeño de nuestra vida, lo insignificante. El poema ayuda a mirar, a descubrir de qué habla esa anécdota, qué nos dice, qué destello nos deja. La poesía caza esos instantes y los vuelve —si tenemos suerte— verdad y belleza. Pero, como también dice Baldomero, la poesía viene o no viene. El poema se hace o no.

No sé si esto es importante, lo necesario es percibir el destello del instante, ese otro lado de lo que vemos, escuchamos, vivimos. El misterio. Si se hace poema, lo celebramos. Pero la mayoría de la gente siente ese destello, aunque no lo escriba.

Y esto conecta con la cita de Barthes; quienes queremos llevar esos instantes al poema, tenemos la inquietud de la escritura, somos esos que andamos forzando el lenguaje, haciendo trampas al diccionario y a la gramática, sentimos la profundidad de las palabras, ese otro mundo que encierran, no instrumental, poético, inútil.

La cita de Luchi nos deriva a otro lugar: la lectura en voz alta del poema, la voz del poeta que lee. Escuchar el poema —especialmente en la voz de quien lo ha escrito— es otro tipo de experiencia poética. El poema entra por el oído, nos atrapa su música, su tono, la dicción, el arrastre de esa voz, el eco dentro de nuestro cuerpo.

Una experiencia muy diferente a leer el poema sobre el papel, que es una experiencia visual e intelectual. El poema leído es un río en el que nos dejamos llevar, transportar a otra orilla, una orilla desconocida, recién creada.

En la práctica, Laura, nos ha costado sintonizar. Produjimos, no obstante, nuestro diálogo asimétrico. Declarado esto a nuestros lectores, dejo para el final, casi como palabras tuyas, el texto de nuestra admirada Clarice Lispector (“Descubrimiento de un mundo”) que últimamente me transcribiste en un mail:

LF — “Al linotipista:

Disculpe que me equivoque tanto en la máquina.

Primero porque mi mano derecha resultó quemada.

Segundo, no sé por qué.

Ahora un pedido: no me corrija. La puntuación es la respiración de la frase, y mi frase respira así.

Y si a usted le parezco rara, respéteme también.

Incluso yo me vi obligada a respetarme. Escribir es una maldición.”

Laura Forchetti selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

tierra de iapinilke

cuando el silencio

es un globo

dentro de las nubes

y viene del mar

el cielo negro

nos gusta salir de casa

liebres de olfato brillante

buscando

un hueco entre los arbustos

cuevas abandonadas en la tierra

ese regocijo

de orejas largas

no queremos cobijo

si fuéramos sal

si fuéramos un puñado

puesto en agua hirviendo

si fuéramos azúcar

nos derretiríamos

dice una canción antigua

huimos

en el mareo

del cielo

la instantánea de colores

el arrebato

ya no hay aventura

que no sea ficción

el corazón

única reserva

de misterio

sus travesías

por el amor

o la violencia

ahora

cae granizo

regalo del domingo

interminable

los niños corren en lo blanco

no escuchan sus nombres

es la alegría

recién descubierta

la repentina primavera

del hielo

su gorjeo de pájaros

su deshacerse

que nos esperen

bajo los aleros nevados

chorreando agua el pelo

la risa de liebre

el abrazo

helado

violeta

(de “Pájaros o reinas”)

ritmo

mi ojo izquierdo ve

más azul

parece más oscuro

nocturno

tal vez

anduvo bajo el agua

o perdido

entre las luciérnagas

mi ojo derecho es más terrestre

más inocente

lo descubrí recién

sin ningún

miedo

(de “Pájaros o reinas”)

epifanía

me regalaron

un repasador

con almanaque

no sé dónde ponerlo

—dije un almanaque en un repasador

ustedes también tienen uno

hermanas—

puedo colgarlo

como un cuadro kitsch

en la cocina

o comprar

lápices indelebles

uno rojo

y uno negro

hacer círculos

entorno a los días

con el lápiz rojo

los días felices

pero es más fácil

aceptar

la condición utilitaria

de los objetos

entonces

seco los platos

como si creyera

que hoy es domingo

seis de enero

(de “Pájaros o reinas”)

devoción

la rosa rosa

gemela

de aquella que trajo

semana santa

florecida en la arena

desplegada

para la bienvenida

cuando no sabíamos nada

de los milagros del patio

la promesa de su capullo

amaneció

mordida por los caracoles

lamparitas de carnaval

andarán

iluminado de rosa

el cuerpo transparente

pero si espero

cuatro días

veré:

abierta

espléndida su mitad sana

ofrecida a mayo

como una virgencita

de los abandonados

el romero

a sus pies

por ejemplo

que suceda algo

con la tristeza

pide

(de “Libro de horas”)

soplo

giraba sobre el yuyal

posarse parecía

en un don diego cerrado

naranja

bajó

perdido en el mar

de puntas erizadas

de enero

algo fue a buscar

en la tierra

si el viento quería

mostraba

su antifaz de pícaro

sabelotodo

benteveo

había visto descender

justo ahíí justo ahíí

algo oscuro

un abejorro

mariposa negra

o el salto de un grillo

¿quién sabe?

sabe el benteveo

que bajó a comer

ojo aguja

su puntada en el agua

seca

olivillos grises

gramilla

ortigas

de tallos quemados

un jazmín

no me olvides

que cayó de mi patio

después el vuelo

y adiós

todo

fueron segundos

ahora

pierdo la mañana

por el rayo negro y amarillo

¿cómo puede deshacerse

el tiempo

en una sombra

iluminada?

¿qué quiero saber

que mi perra

despreocupada

entiende

y se echa a dormir

después de la visita

desatenta?

los versos rozan

la orilla del silencio

un contorno

de restos gastados

algas huesos pinzas caracoles

el secreto permanece

bajo la línea

de flotación

benteveo

dibujado minucioso

regalado de la belleza

cada trazo

en picada sobre el día

levantás tu alimento

y te vas

anunciando el instante

tu reino

(de “Libro de horas”)

 

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