
En esta entrega se seguirá profundizando en la vida y obra de esta escritora.
Por Rolando Revagliatti
Hablemos de “Libro de horas”.
LF — Es un poemario que juega con la vieja idea de los Libros de Horas Medievales, que disponían las oraciones, los rezos para cada momento del día. En mi “Libro de horas”, los poemas agrupados en Laudes y Lucernarias son como oraciones a la naturaleza, a su luz y sombra.
La tercera parte se titula Salir de Casa; son casi notas de un diario íntimo, ordenado según los meses del año. Y cierra el libro un poema dedicado a Guillermo Enrique Hudson [1841-1922]: Reloj de la Pasión. En realidad, todo él está atravesado por la presencia de Hudson: citas de sus libros van abriendo cada apartado.
Nombres de escritoras a las cuales citás en tus libros: Alfonsina, Katherine, Sylvia, Marguerite, Idea, Clarice, Gabriela, Emily…
LF — Esos nombres forman un mapa de lectura. Leer sus libros ha sido una experiencia fundamental para mí, no sólo como poeta, como mujer. Leerlas me ha ayudado a encontrarme conmigo misma y con mis hermanas. Las admiro, las amo. Me gusta nombrarlas, que estén presentes en mis poemas.
Difundir la obra de escritoras se ha convertido, en los últimos años, en un objetivo central para mí. Incluso en los talleres que doy, siempre trato de llevar sus textos, porque todavía hay una gran desigualdad entre la difusión y valorización de la obra de las mujeres y la de los varones.
Por ejemplo, en las universidades o estudios superiores, el porcentaje de obras de escritoras mujeres sigue siendo muy minoritario, vergonzosamente minoritario.
En tu “Cartas a la mosca”: escarabajo, serpiente, erizo verde, paloma, armadillo, saltamontes, gallo, vaquita de San Antonio, gorrión, araña, murciélago mariposa, chicharra, abeja, colibrí, polilla…
LF — El mundo que me rodea, lo que veo todas las mañanas, los seres que me acompañan mientras escribo mis poemas. Aprendo de ellos. Pura belleza también, ese pequeño mundo que teje,dibuja, vuela, canta, alumbra, se esconde a nuestro alrededor.
Y también, de alguien que identifica a pocas flores por su nombre (yo), a quien probablemente identifica a muchas, según se trasluce en su poética (vos), estas flores que sustraigo de ella: girasol, azucena, malvón, tulipán, amapola, cala, violeta, hortensia, camelia, magnolia…
LF — Lo mismo que dije en la respuesta anterior. Las flores también son seres de comunicación, nos acompañan, mejoran nuestra vida en la Tierra. Sin las flores, sin las plantas, no habría vida humana, por supuesto. Y sus nombres son increíbles, una quiere poner esos nombres, todos, esas palabras en el poema.
Oigamos a estos tres escritores: Baldomero Fernández Moreno (1886-1950): “Todo es anécdota: anécdota intelectual, aérea, creacionista, o anécdota de pan y queso. La poesía viene o no viene, después.” Roland Barthes (1915-1980): “Es escritor aquel para quien el lenguaje crea un problema, que siente su profundidad, no su instrumentalidad o su belleza.” Luis Luchi (1921-2000): “Cuando un poeta lee está determinando una cantidad de emociones con la inflexión de la voz. A mí escuchar me da claves para sentir los poemas.” ¿De cuáles afirmaciones te sentís más próxima?
LF — De las tres: no son opuestas, son complementarias.
Como Baldomero, creo que el poema se alimenta de la anécdota, lo más pequeño de nuestra vida, lo insignificante. El poema ayuda a mirar, a descubrir de qué habla esa anécdota, qué nos dice, qué destello nos deja. La poesía caza esos instantes y los vuelve —si tenemos suerte— verdad y belleza. Pero, como también dice Baldomero, la poesía viene o no viene. El poema se hace o no.
No sé si esto es importante, lo necesario es percibir el destello del instante, ese otro lado de lo que vemos, escuchamos, vivimos. El misterio. Si se hace poema, lo celebramos. Pero la mayoría de la gente siente ese destello, aunque no lo escriba.
Y esto conecta con la cita de Barthes; quienes queremos llevar esos instantes al poema, tenemos la inquietud de la escritura, somos esos que andamos forzando el lenguaje, haciendo trampas al diccionario y a la gramática, sentimos la profundidad de las palabras, ese otro mundo que encierran, no instrumental, poético, inútil.
La cita de Luchi nos deriva a otro lugar: la lectura en voz alta del poema, la voz del poeta que lee. Escuchar el poema —especialmente en la voz de quien lo ha escrito— es otro tipo de experiencia poética. El poema entra por el oído, nos atrapa su música, su tono, la dicción, el arrastre de esa voz, el eco dentro de nuestro cuerpo.
Una experiencia muy diferente a leer el poema sobre el papel, que es una experiencia visual e intelectual. El poema leído es un río en el que nos dejamos llevar, transportar a otra orilla, una orilla desconocida, recién creada.
En la práctica, Laura, nos ha costado sintonizar. Produjimos, no obstante, nuestro diálogo asimétrico. Declarado esto a nuestros lectores, dejo para el final, casi como palabras tuyas, el texto de nuestra admirada Clarice Lispector (“Descubrimiento de un mundo”) que últimamente me transcribiste en un mail:
LF — “Al linotipista:
Disculpe que me equivoque tanto en la máquina.
Primero porque mi mano derecha resultó quemada.
Segundo, no sé por qué.
Ahora un pedido: no me corrija. La puntuación es la respiración de la frase, y mi frase respira así.
Y si a usted le parezco rara, respéteme también.
Incluso yo me vi obligada a respetarme. Escribir es una maldición.”
Laura Forchetti selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
tierra de iapinilke
cuando el silencio
es un globo
dentro de las nubes
y viene del mar
el cielo negro
nos gusta salir de casa
liebres de olfato brillante
buscando
un hueco entre los arbustos
cuevas abandonadas en la tierra
ese regocijo
de orejas largas
no queremos cobijo
si fuéramos sal
si fuéramos un puñado
puesto en agua hirviendo
si fuéramos azúcar
nos derretiríamos
dice una canción antigua
huimos
en el mareo
del cielo
la instantánea de colores
el arrebato
ya no hay aventura
que no sea ficción
el corazón
única reserva
de misterio
sus travesías
por el amor
o la violencia
ahora
cae granizo
regalo del domingo
interminable
los niños corren en lo blanco
no escuchan sus nombres
es la alegría
recién descubierta
la repentina primavera
del hielo
su gorjeo de pájaros
su deshacerse
que nos esperen
bajo los aleros nevados
chorreando agua el pelo
la risa de liebre
el abrazo
helado
violeta
(de “Pájaros o reinas”)
ritmo
mi ojo izquierdo ve
más azul
parece más oscuro
nocturno
tal vez
anduvo bajo el agua
o perdido
entre las luciérnagas
mi ojo derecho es más terrestre
más inocente
lo descubrí recién
sin ningún
miedo
(de “Pájaros o reinas”)
epifanía
me regalaron
un repasador
con almanaque
no sé dónde ponerlo
—dije un almanaque en un repasador
ustedes también tienen uno
hermanas—
puedo colgarlo
como un cuadro kitsch
en la cocina
o comprar
lápices indelebles
uno rojo
y uno negro
hacer círculos
entorno a los días
con el lápiz rojo
los días felices
pero es más fácil
aceptar
la condición utilitaria
de los objetos
entonces
seco los platos
como si creyera
que hoy es domingo
seis de enero
(de “Pájaros o reinas”)
devoción
la rosa rosa
gemela
de aquella que trajo
semana santa
florecida en la arena
desplegada
para la bienvenida
cuando no sabíamos nada
de los milagros del patio
la promesa de su capullo
amaneció
mordida por los caracoles
lamparitas de carnaval
andarán
iluminado de rosa
el cuerpo transparente
pero si espero
cuatro días
veré:
abierta
espléndida su mitad sana
ofrecida a mayo
como una virgencita
de los abandonados
el romero
a sus pies
por ejemplo
que suceda algo
con la tristeza
pide
(de “Libro de horas”)
soplo
giraba sobre el yuyal
posarse parecía
en un don diego cerrado
naranja
bajó
perdido en el mar
de puntas erizadas
de enero
algo fue a buscar
en la tierra
si el viento quería
mostraba
su antifaz de pícaro
sabelotodo
benteveo
había visto descender
justo ahíí justo ahíí
algo oscuro
un abejorro
mariposa negra
o el salto de un grillo
¿quién sabe?
sabe el benteveo
que bajó a comer
ojo aguja
su puntada en el agua
seca
olivillos grises
gramilla
ortigas
de tallos quemados
un jazmín
no me olvides
que cayó de mi patio
después el vuelo
y adiós
todo
fueron segundos
ahora
pierdo la mañana
por el rayo negro y amarillo
¿cómo puede deshacerse
el tiempo
en una sombra
iluminada?
¿qué quiero saber
que mi perra
despreocupada
entiende
y se echa a dormir
después de la visita
desatenta?
los versos rozan
la orilla del silencio
un contorno
de restos gastados
algas huesos pinzas caracoles
el secreto permanece
bajo la línea
de flotación
benteveo
dibujado minucioso
regalado de la belleza
cada trazo
en picada sobre el día
levantás tu alimento
y te vas
anunciando el instante
tu reino
(de “Libro de horas”)
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