Número de edición 8481
Espectáculos

Entrevista a Raquel Jaduszliwer, segunda parte

Entrevista a Raquel Jaduszliwer, segunda parte

Entrevista a Raquel Jaduszliwer. En la continuidad de la charla con la destacada escritora se conocerán otras facetas de su prolífica carrera, sus gustos literarios y otros temas.

Por Rolando Revagliatti

Adolfo Bioy Casares sostenía que los mejores escritores son los que hacen que te den ganas de escribir. ¿Qué escritores te dan ganas de escribir?

RJ — No tengo una lista armada; la más de las veces es azaroso lo que crea el estado de necesidad de escribir, ese deseo fuerte, decidido. Lo que sí tengo clarísimo es que, si tuviera que llevarme algo, sólo algo único a una isla desierta, no sería un libro, sería la música de Leonard Cohen y su voz, por supuesto. Y que, si supiera que su voz y su música siguen resonando después de la vida, no le tendría tanto miedo a la muerte.

¿Lemas, chascarrillos, refranes que más veces te hayas escuchado divulgar?

RJ — Uy, qué pregunta, lateral, pero de tanta puntería en este caso; nunca fui de apelar a ellos, y, sin embargo, sin embargo… qué curioso, en el último tiempo me encuentro diciendo en diferentes contextos y situaciones: “En el camión los melones se acomodan andando”. ¿Será que algo se está moviendo de verdad en mí? Porque en ese caso el apelar a la sabiduría cristalizada del dicho, sería una manera de reafirmar la confianza en la sobrevivencia de los melones y de todos los frutos que la vida nos da en guarda.

Confidencias de salón: ¿Qué faltas o defectos te promueven la mayor indulgencia?

RJ — Empiezo por la otra punta. No soporto la soberbia, el sin fisura del “se la cree”. Cuando es así, todos los defectos se potencian, la falta se vuelve exceso. Soy consciente de que hay algo desde mí que suele tender a descompletar a los que demuestran considerarse completos. En una época era casi una misión en la vida; ahora no, pero bajo determinadas circunstancias algo de eso sigue operando de manera sutil. Hecha esta salvedad, creo que las faltas y los defectos son entendibles y merecedores de ser relativizados.

Va de un colega tuyo (y mío), psicoanalista, Antonio Godino Cabas, este silogismo (“Uno”, Helguero Editores, 1977): “Si lo esencial es invisible a los ojos / y si los ojos son invisibles a los ojos / entonces, lo esencial son los ojos”.

RJ — Acuerdo con la idea, sí. No sé si en los términos; no sé si hablaría de “esencia” ni de “lo” esencial. Pero que la mirada es un agujero negro que se lo engulle todo, sí.

Por lapsos, ¿qué géneros literarios y qué autores te han ido entusiasmando? Y, ¿cuáles, ¿quiénes han quedado relegados en tu consideración?

RJ — Novela, siempre. Poesía, siempre. Relato, a veces. Desde chiquita fui acompañada por sagas familiares que crecieron conmigo a lo largo de extensísimas páginas y también por la fidelidad a la obra de autores diversos: Por orden de aparición “Las aventuras de Monteiro Lobato”, en primer término. Y Julio Verne y Jack London, y las aventuras del Príncipe Valiente, y Salgari…; pero aún antes de despegar del todo de la niñez o ni bien alboreando la adolescencia ya tuve acceso a “El alma encantada” de Romain Rolland, a “Los Thibault” de Roger Martín du Gard, a “Juan Cristóbal”, también de Romain Rolland, a “Guerra y paz” de León Tolstói, incursiones fuertísimas, formadoras.

De alguna manera volví a sentir ese acompañamiento de adulta, al leer a Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”, o ahora, terminando de leer en este momento a Roberto Bolaño, “2666”, después de leer de él “Los detectives salvajes”. Esa cosa intensa y mágica de la novela río que se termina infiltrando en la vida del lector.

Bueno, volviendo a la pregunta, la adolescencia estuvo acompañada por todo Howard Fast, y por Oscar Wilde y por los autores rusos, y por Jorge Amado y después llegó José María Arguedas…; pero sería muy difícil hacer un seguimiento o una reconstrucción de las lecturas a lo largo de la vida, y más aún de lo relegado, por el hecho justamente de haber sido relegado.

Así que voy a hacer un golpe de introspección que me lleve a títulos significativos, de esos que quedaron incorporados como experiencia de vida: “Todos nuestros ayeres” de Natalia Ginzburg, “El gran Meaulnes” de Alain-Fournier, “El rey de los alisos” de Michel Tournier.

En su momento fue importante “Rayuela” de Julio Cortázar, y también sus cuentos; ¿y qué más?: J. D. Salinger, Raymond Carver, las maravillas de Carson Mc Cullers, “Las memorias de Adriano” de Margarite Yourcenar, pero también “El largo adiós” de Raymond Chandler, y “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, y “Las mil y una noches”; “Las hormigas” y “El vestido rosa”, del primer César Aira. Y “Vida y destino” de Vasili Grossman. Ah, y “Vidas imaginarias” de Marcel Schwob, y Kafka, por supuesto, todas sus pesadillas, y todo Lovecraft y Poe y Haruki Murakami…; y podría seguir y seguir, pero una enumeración-río no tiene el encanto de una novela-río. Y siempre, por siempre, la trilogía de Primo Levi: “Si esto es un hombre”.

Respecto a la poesía, ya conté cómo se abrieron los surcos en mi infancia. También tuve mis encuentros propiciatorios en la adultez: Paul Celan, Georg Trakl, Héctor Viel Temperley, Dylan Thomas; fueron revelaciones. Las lecturas que hago ahora son abiertas, no digo aleatorias, pero sí abiertas y determinadas por lo que me va sucediendo y por lo que sucede en torno mío, fluctuantes, acompasadas con la vida. Quizá deberían ser más sistemáticas, bueno, todo fluye, se verá.

Además de las lecturas de los consagrados me gusta escuchar a los poetas que voy conociendo (incluyo a los jóvenes y a los muy jóvenes), interactuar con ellos, descubrir y ser descubierta, considero que nos damos lo que podemos darnos y recibimos los unos de los otros lo que podemos recibir, que puede llegar a ser mucho.

Creo que en ese sentido me juega a favor, por los años que tengo, haber entrado tarde a la sociedad de los poetas vivos; soy de ningún lugar, no reporto a la tradición de ninguna generación porque no tengo trayectoria hecha; si bien por un lado implica un gran déficit con el que tuve que hacer las paces, también me permite tener la cabeza muy, muy abierta a todo.

Legendarios o mitológicos: ¿Apis, Uróboros, Sátiro o Aracne?

RJ — Uróboros me parece el más abarcativo de los cuatro, posibilita un mayor nivel de abstracción, se presta más al pensamiento, al despegue de la imagen y su sensorialidad, que en todos los casos citados me resulta inquietante y me genera algo parecido al pavor.

Un párrafo de la novela “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera, se inicia con esta frase: “Ser cirujano significa hender la superficie de las cosas y mirar lo que se oculta dentro.” Ser novelista o cuentista o poeta o ensayista o dramaturgo… ¿qué significa?

RJ — Respecto a la definición que da Kundera, me parece sintomáticamente insuficiente. Coloca al cirujano en posición voyerista, y se olvida de lo principal, el cirujano opera con eso además de mirar lo que se oculta adentro. Opera y transforma a fondo. Transforma y puede intervenir en el destino de manera dramática.

Es un mediador ante la vida o la muerte. Por otro lado, en lo que hace a ser poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, tiendo a pensar más bien en el hacer específico en cada una de estas áreas. Respecto a los géneros literarios, en principio podría decirse que se juegan diferentes cuestiones. En términos generales, en narrativa se crean mundos que de alguna manera recrean en versiones inagotables el mundo.

Algo así también se da en la dramaturgia, con otros recursos. En poesía se produce el efecto de pérdida de mundo, y en esa creación de vacío algo pasa con el lenguaje que hace que se desprenda de su función predominantemente comunicacional y dé lugar a algo muy diferente que producirá sus consecuencias específicas: golpe al corazón, golpe, flecha, aire; tambor del llano —como diría Lorca—, orientación a lo real…; pero está claro que efectos poéticos pueden acontecer en cualquiera de los géneros, nunca se sabe.

Y ahora acabo de darme cuenta de que no dije nada del ensayista. Pondría su actividad un poco más apartada del conglomerado creativo. Más cerca del trabajo del investigador, que también crea en cierta medida, trae algo al mundo en relación al saber que antes no estaba a la vista, pero lo hace bajo reglas de juego bastante inamovibles.

Y volviendo a la comparación con el cirujano…, en los casos a los que aludimos el cuerpo carnal se ausenta, deja lugar al cuerpo del lenguaje, pero a su vez en la poesía se hará el camino de regreso al cuerpo vivo por el rodeo del lenguaje: de vuelta a la carne viva, esa que late y respira, goza y sufre y que por esta vía resulta hendida de formas varias en su emocionalidad.

¿Cuál es tu primer recuerdo de un cine? ¿Y de un teatro, de una función teatral?

RJ — Del cine, recuerdo de nena los dibujitos animados, pero lo más nítido y vibrante que me queda de todo aquello es el entusiasmo de mis padres para hacer su transmisión de mundo a nosotros, sus hijos. Ya en esa primera experiencia perdura la huella de ir llevada de la mano de descubrimiento en descubrimiento.

Pienso en las primeras películas pero siempre aparecen mis padres como figura-fondo, y la figura son ellos; el entusiasmo de mi papá con “Fantasía”, de Walt Disney, porque había música visualizada para darnos a conocer: “El aprendiz de brujo”, las escobas y los baldes bailando.

Claro que para esa época no podía faltar el cine soviético, la comparación de los dibujitos en uno y otro campo del mundo, y por supuesto, era indiscutible la ventaja del campo socialista sobre las miserias del capitalismo…; bueno, pero más allá de la caída estrepitosa del gran relato y de su duelo imposible, recuerdo la maravilla de una película rusa de 1946 que se llamaba “La flor de piedra”.

La vi de muy chica, pero aún tengo la imagen de una flor enorme esculpida en piedra, la sensación de ingravidez que surge de lo más pesado, la insoportable levedad del ser adviniendo de aquella paradoja ante mis ojos por entonces recientes. Eso queda.

Respecto al teatro, no puedo hablar del primer recuerdo sino del más fuerte, porque es el que se impuso hacia atrás y hacia adelante sobre el resto: fue en 1984, con la visita del realizador teatral polaco Tadeuz Kantor a Buenos Aires, para poner en escena “Wielopole-Wielopole”, enmarcado dentro de los postulados de su Manifiesto sobre el Teatro de la Muerte, propuesta escénica exorcizante de su historia personal y la de su pueblo; cruce de expresionismo desesperado, arte visionario, música, plástica, cinética, todo mezclado, todo cruzado como en los sueños.

Y él siempre presente, subido al escenario en un costado de la escena como un demiurgo. Pienso que daría cualquier cosa por volver a ese momento de revelación. En el ‘87 estuvo de nuevo, con otra puesta, “Que revienten los artistas” y reviví la liturgia. Es lo más poderoso que vi en un escenario, el efecto perdura hasta hoy.

Mencionaste a los escritores Lucina Álvarez y Oscar Barros, quienes el 7 de mayo de 1976 fueron secuestrados por un grupo de tareas y desde entonces permanecen desaparecidos. ¿Qué esbozo de cada uno improvisarías para nosotros?

RJ — Lucina era una presencia mágica, aún su sombra iluminaba el alrededor. Rememoro su hermosa voz, su armoniosa dramaticidad, sus claroscuros, su determinación. De Oscar tengo un último recuerdo, terrible. En el ‘76; ya hacía mucho que no nos veíamos; una vez lo encontré, me parece, cerca de la estación de Once y con un bolso al hombro.

Me acerqué a saludarlo, pero mediante algo en su actitud y en el gesto supo advertirme de que no siguiera avanzando hacia él. La imagen quedó ahí. Congelada en el tiempo. Fue la última vez que lo vi, así quedó en mi memoria, con ese cuidado y protección que tuvo para conmigo en ese momento, enorme, quizás definitorio, nunca lo sabré.

Me quedo con la evocación de todo lo compartido en el taller, las juntadas a la salida en “La Cubana”, el bar de la esquina, horas felicísimas, ricas. Oscar tenía una personalidad poderosa, era una onda expansiva, irresistible. Varios de los integrantes del taller quedamos hermanados por esa experiencia. Y Lucina y Oscar eran algo así como la fuerza magnética dentro de la fratría.

¿Qué de lo siguiente que voy a encomillar, Raquel, sintoniza mejor con vos?: Jorge Luis Borges: “Sospecho que la poesía está esencialmente en la entonación, en cierta respiración de la frase.” Graciela Repún: “¿Cuál es el colmo de un poeta?: Ser juzgado por malversación.” Lucas Soares: “…cuando el poeta se halla en estado de cordura humana, solo engendra poemas mediocres y perecederos.” Martín Micharvegas: “En poesía / el orden de los factores / altera el producto.”

RJ — Me quedo con la última afirmación, por varias razones. Por su precisión. Por adoptar el símil-exactitud que hace al lenguaje de la ciencia, en este caso de manera legítima. Porque alude al orden y a la alteración, eje crucial en mi modo de subjetivación. Y porque funciona: eso que enuncia, eso es. Sí, sin dudar, la elijo, y mil gracias por aportarla.

Raquel Jaduszliwer selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

Imaginar la ausencia

Así como al vampiro no le es dado reflejarse en los espejos

tampoco nos está permitido imaginar la ausencia

esto se debe a que no le ha sido concedida el acceso a la mirada

ni el don de los sonidos

ni una tonalidad propia, aunque más no sea para virar hacia lo transparente

para poder imaginar la ausencia

pienso en el río inmóvil, pienso en lo que se oculta bajo la superficie

pienso ¿cuánto será todo lo que no emerge?

¿dónde estará guardado lo que no se da a ver?

pero esa no es la ausencia

tan sólo son preguntas

fugan hacia adelante, porque quién de nosotros querría en verdad enterarse

de lo que pertenece a los fondos del agua

para poder imaginar la ausencia

pienso en largos caminos

en distancia

pero esa no es la ausencia

es tan sólo tristeza

memoria

camposanto

para poder imaginar la ausencia

pienso en mi madre que contaba con cuarenta y dos años el día en que murió

ya no se corresponde con nada para ver o tocar

entonces

cómo poder imaginar la ausencia de un desvanecimiento

para poder imaginar la ausencia

me quiebro estas muñecas, esta frente

caigo sobre las piedras

siento el dolor y lloro.

(Inédito, 2017)

*Armonía del mundo

Los movimientos planetarios no son, así, más que una misma polifonía

continua que progresa a través de tensiones disonantes hasta ciertos

puntos de consumación.

Johannes Kepler: “La armonía del mundo” (1619)

Armonía del mundo

ya es hora

se abre un párpado

es el día que avanza, se hace descifrar

las cosas se disuelven y todo aguarda y tiembla

arroja su pregunta como un hilo de agua

¿quién volvió de la noche con su lámpara?

¿hay alguien que responde? ¿por qué el sueño retiene

a la presa que somos en su carcasa inmóvil?

¿y quién en esta hora pregunta por sus muertos?

¿por qué ninguno de ellos regresa todavía?

armonía del mundo

dónde estará ese arco perfecto en que creíamos

a ciegas en la luz comienza el día

la armonía del mundo se pliega y se despliega

en su limbo de luz, en su crisálida.

(de “La noche con su lámpara”)

Ocurre en el medio de la noche

Mi padre quedó atrás

tan pequeña la veo a mi madre en la distancia

que en todo caso soy yo quien debería alzarla

volver por ella a sus brazos infantes

consolarla de algo si pudiera

pero hace tanto que he partido hoy

los días suceden

se suceden

y cuanto más me acerco al medio de la noche

la noche sale al paso

me sorprende cada vez en una ciudad extraña

en cada una de esas ciudades

nunca he tenido padre

nunca he tenido madre

nunca he tenido hermanas ni hermanos

justo en el medio de la noche

vienen a saludarme pobladores de los suburbios

abren los ojos en la tierra

llevan y traen de lo desconocido

con recelo murmuran

dicen

otra huérfana

preguntan

no se entiende qué escribe la memoria

entonces ponen los ojos en el cielo

y me dedican un silencio póstumo.

(de “Los panes y los peces”)

Las Tablas de la Ley

Estaba colgando ropa en la terraza

el cielo era del Greco en su versión sombría

o quién sabe

quizás era el mismísimo Señor de la Biblia quien cargaba las tintas

cavaba sus tinieblas por fuera de la tierra

una hondura violeta

un pozo de otro mundo incrustado en la altura

la oscuridad creciente por encima de todo

hacía que las cosas parecieran pequeñas

y que el viento sonara como una admonición

y volaban las toallas

los manteles

las sábanas

todo el ropaje de los escasos días

tenía que estrellarse y morir contra la cúpula de la eternidad

esa jaula del Ser

ese silencio.

(de “Persistencia de lo imposible”)

Visiones

¿Las ves?

¿las ves las ramas?

¿las ves? ¿de allá se ven?

las vueltas que da el viento en cada rama

¿de allá se ven?

no

no mires hacia el tronco

ni a la raíz perdida y sus terrones

ni a la rotunda piedra

que las cubra de olvido

el blando olvido

y para vos las ramas

las más altas de todas

las más altas

ay mi difícil

mi amor difícil de días más extensos

¿lo ves

¿lo ves allá?

¿lo ves al ángel torvo

blandiendo sus espadas?

(de “Persistencia de lo imposible”)

Fugaz

Cuerpo presente aparecido de las cosas

todo lo quieto detenido por donde pasa lo fugaz

esa flor con las alas abiertas en suspenso

y ese aire

y el agua que la envuelve como un aire más grave

y la taza y la fuente en equilibrio

sin respirar

todo lo quieto detenido por donde pasa lo fugaz

cómo duran los restos de la noche en la mañana

cómo brillan y ensombrecen todavía con algo de árbol y de antorcha

mientras tanto

las voces que vinieron de la calle trajeron otra música dentro del pensamiento

y todo

todo se pierde bajo el aura inolvidable de la luz

que no se deja

asir.

(de “Persistencia de lo imposible”)

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