Número de edición 8481
Espectáculos

Segunda parte de la entrevista al prolífico escritor sureño Tomás Watkins

Segunda parte de la entrevista al prolífico escritor sureño Tomás Watkins

En la continuidad de la charla con el autor de notables obras con varios reconocimientos, se profundiza en otros aspectos de su vida, su estilo y demás temáticas.

Por ROLANDO REVAGLIATTI

Has sido incluido con criterio antológico también en publicaciones que no eran exactamente libros.

TW — Sí, he recibido varias invitaciones a participar de muestras colectivas. Yo me crié leyendo antologías de todo tipo. De poesía latinoamericana, de narrativa, hechas por los mismos autores, selecciones a veces afortunadas y otras no tanto. Pero lo cierto es que leí con entusiasmo las que cayeron en mis manos. Y cuando me llegó el turno de sumarme a varias propuestas colectivas, no lo dudé ni un instante. Bueno, los premios de los dos concursos que gané en Neuquén consistieron en mi inclusión en antologías.

Hay una plaqueta cuyo título es “16 Poéticas” (2004), que integré junto a poetas de la Editorial Limón, dirigida por Andrés Kurfirst, y quienes estábamos en “Celebriedades”, entre otras y otros poetas. Están las antologías del Taller “Ananga Ranga” de Corrientes, convocadas por Tony Zalazar; “Confluencia”, que editara Cristian Carrasco con poetas de Neuquén y Río Negro; “Desorbitados.

Novísimos poetas del sur de la Argentina”, con selección a cargo de Cristian Aliaga, para el Fondo Nacional de las Artes; “Antología federal de poesía” (región Patagonia) del CFI (Consejo Federal de Inversiones); el maravilloso “Álbum de poesía Brasil 2014”, que se repartió por miles en los estadios de fútbol brasileños durante el campeonato mundial en ese país, y seguro que me olvido de varias.

Otros casos han sido los de las muestras antológicas que aparecieron con revistas literarias, como las mexicanas “Blanco Móvil” y “Círculo de Poesía”, la pampeana “Museo Salvaje” de Sergio De Matteo, la sanjuanina “Champa”, comandada por Damián López, y “Chirlo”, la muy buena revista cultural federal que organizan poetas de Tierra del Fuego residentes en tu ciudad. Algunas de ellas también vieron la luz en formato impreso, y la mayoría aprovecha las bondades de las comunicaciones actuales para su difusión.

Considero que las antologías, en tanto muestrario, recorte, selección, deben motivar la aparición de más antologías, con lo aparentemente excluido. Esto lo digo como lector, pensando en el beneficio de descubrir más y más autores con la esperanza de dar con algunos de nuestro agrado.

Así comienza un párrafo del relato “El maestro de escuela de pueblo” de Franz Kafka: “La mayoría de los viejos se conducen con respecto a los jóvenes de una manera algo confusa, un tanto engañosa.” ¿Cómo te resuena…?

TW — Lo primero que se me viene a la mente es algo que leí hace poco, “El héroe de las mil caras” de Joseph Campbell. En el prefacio, Campbell introduce una cita de Freud que establece que hay toda una tradición en decirle la verdad a los niños, pero camuflada de símbolos. Al desconocer qué significa ese andamiaje simbólico, el niño tiende a desconfiar de los mayores; que ahí radica el inicio de una desconfianza y hasta una hostilidad hacia el mundo adulto.

Por otra parte, estimo que la vejez puede tornarse un lugar común: la etapa donde ocurre el olvido de que alguna vez se fue joven. No creo que sea algo que pueda generalizarse, no acepto que ninguna edad presente trabas para las comunicaciones.

Me queda una tercera resonancia, una que va por el lado del parricidio literario. Como autoficción, no me parece que se justifique; sí creo que es fundamental en casos donde el supuesto padre funciona como punto de fuga; tuve la fortuna de aprender mucho de los mayores “escritores del barrio”, como sugirió Ernest Hemingway.

¿Habrás leído alguna novela una segunda vez inmediatamente después de haber concluido su lectura? ¿Tenés o tuviste algún tipo de práctica de lectura que pudiésemos denominar “peculiar”?

TW — Me pasó con una sola, “El perfume”, de Patrick Süskind. La leí varias veces, incluso dos en un par de semanas. Me atraparon las descripciones e imágenes olfativas. Me enganché mucho con esa obra, a pesar de que no con el autor. Ésa es la novela que más leí, junto con “Los infortunios de la virtud” del Marqués de Sade. Pero, en general, soy del tipo de lector salteado, como categorizó Macedonio Fernández. Hay algunos libros siempre en curso, una pila sobre la mesa de luz: vamos picoteando.

¿Qué aspectos humanos te parece que están sobrevalorados?

TW — Si entendemos como aspectos aquellos atributos o talentos que podrían resultar naturales o inherentes a la especie, pienso que hay varios que merecen una revisión. La libertad, por ejemplo, la fe o la bondad. Porque hemos tejido la historia muchas veces con hilos falsos, es decir, con hilos impuestos. Todo aspecto condicionado por dogmas, como el religioso, está sobrevalorado.

¿Cuál fue el disparador de tu “Perfil de usuario” en “Bien de consumo”?

TW — “Perfil de usuario” es el extenso primer texto de “Bien de consumo”, libro que apareció de manera inesperada ya que no responde a un proyecto escriturario como los otros, sino que es una antología no tan prematura (no es un repaso sobre mi obra; no me atrevería a cometer tamaña trampa del ego). Tuvo un fin específico: compendiar los textos que formaban parte de las puestas en escena de “WATMAN”, una propuesta bastante delirante que pergeñé con Raúl Mansilla luego de “Celebriedades”.

El poema es una especie de burla al modo en que una mayoría de hacedores de versos se paran ante su creación. Lo digo al comienzo: que aún no estamos cansados de los textos en primera persona que son un canto a la primera persona…; mi ego intentó burlarse del ego, del que nadie escapa. Fue escrito con el fin preciso de ser dicho —mayoritariamente leído— en público, de sacarle una sonrisa a la gente.

“El vértigo es algo diferente del miedo a la caída”, establece Milan Kundera en su novela “La insoportable levedad del ser”. ¿Algo tuyo querrías transmitirnos respecto de tus vértigos o percepción de ellos, y de tus eventuales miedos a la caída?

TW — El vértigo puede resultar placentero, como el mareo y la embriaguez. No se me ocurre ahora una sola circunstancia en la que el miedo pueda tener signo positivo, salvo brindando alarma. Pero no genera bienestar en tanto goce. El vértigo de la lectura, de la escritura, el vértigo de los sentidos alterados, la vida y la obra en vértigo. El vértigo de posar los pies en el aire, como dice el poema de Jorge Spíndola. He sabido darle el suficiente vértigo a mi vida. No me arrepiento.

Puesto a elegir: ¿en qué cuatro poemas se expresa nítidamente la naturaleza de tu poética?

TW — Me cuesta discernirlo dentro de ese margen. Desde los primeros ejercicios, o tal vez sobre todo en ellos, mantengo una recurrencia sobre un par de asuntos que considero esenciales. Esenciales no sólo porque dominan la dimensión de las reflexiones, sino porque también encarnan en texto. El tema más frecuente es un repensar hasta el hartazgo, hasta la incomunicación, hasta la producción de textos que sería difícil su ofrecimiento a la lectura, en qué es escribir, qué es la palabra y sus poderes o atributos casi mágicos e invocatorios.

Ya en la adolescencia escribí bastante sobre la metaescritura, sobre la metapoesía, impulsado por una convicción casi mística sobre la posibilidad de escribir. Aún la conservo, a pesar de la diferencia de intensidades que un pensamiento puede ejercer en el tiempo.Un poema inédito finaliza de la siguiente manera: “No entiendas, escuchá:/ el sentido aparece al oído.” Intento conducirme por ese sendero para interpretar la poesía: hay que oír y otorgar sentido prescindiendo de la comunicación.

Animales legendarios: ¿Centauro, grifo, hipogrifo, basilisco o dragón?

TW — Centauros, sin dudas. Poderosos centauros capaces de las más altas proezas físicas e intelectuales y de las más bajas aberraciones como la violación y el saqueo. Son un claro ejemplo de que el poder implica una responsabilidad no siempre presente. Dicha carencia puede conducir a la desmesura, con sus consabidas consecuencias. En “Mitología” les dedico un poema.

¿Te sería posible trazar un mapa de lo que podríamos llamar campo cultural en tu provincia durante las últimas décadas?

TW — Neuquén tuvo una importante afluencia de artistas hacia fines de la última dictadura cívico-militar. En general, toda la Patagonia se había convertido en receptora de gente que elegía escapar (o debía hacerlo) de sus ciudades. Gracias a esos arribos hubo un auge del teatro, la plástica y la literatura. Había una vida cultural tremenda en los ‘80.

Sé que muchos se dirigieron a Neuquén dado que el obispo, Jaime de Nevares, no compartía la posición pro-dictadura de la iglesia católica, sino todo lo contrario: acompañaba a los que necesitaran contención. Por eso también vinieron artistas exiliados chilenos y uruguayos, varios de los cuales tuvieron incidencia directa en la gestación de asociaciones culturales y gremios de artistas. Podría decir que no hubo parricidio dado que todo estaba fundándose y maestros y alumnos trabajaban juntos.

Había grupos antinómicos, por supuesto: estaba la Sociedad Argentina de Escritores y el Centro Sanmartiniano, vinculados a la iglesia y a la derecha y, por otro lado, el Centro de Escritores Patagónicos, el Teatro del Bajo, organizaciones que apuntalaron el teatro, los títeres, la pintura y la literatura incluso en el interior de Neuquén.

En la ciudad de Zapala, por ejemplo, se constituye el embrión de la recurrente revista “Coirón 2.0” en medio de procesos dificultosos, de condiciones precarias, ya que no había editoriales y todavía se publicaba en otras provincias. El CEP fue importante no sólo para Neuquén sino también para el desarrollo e intercambio cultural de toda la Patagonia.

Tomás Watkins selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

comenzó a llover a tiros

el barro disuelve la tarde

calle abajo

la ciudad

humillada en los charcos

su cuerpo mudo sangra

bajo las ráfagas

(de “26”)

*el cielo se encapota y todo truena

bebo del vaso negro

hasta las últimas consecuencias

hasta que se cansan las ventanas

en la otra orilla

de esta cabeza doliente

yo vi a Li Po bajar por el Limay

con su sonrisa implacablemente ebria

con su viejo morral

de poeta gastado

esperaba una muestra de cariño

Li Po

nunca lo sabremos

el crepúsculo nos sorprende así

despacio

y para siempre

(de “26”)

Kadmos

Alfabeto entre los dientes

del dragón que nos condena

al futuro de los actos

Sueñan griegos y tebanos

en las fauces que devoran

la palabra empeñada

(de “Mitología”)

Ícaro

Quiero para mí

la voluntad de la gota

que cae sin lastimarse

ni hacer daño

(de “Mitología”)

Sade

Pocos hombres

al reverso

del espejo

son lo mismo

(de “Mitología”)

Celebriedades

Llevamos el vino a la práctica.

No fuimos tan jóvenes y daban

las 12 al sol de aquel diciembre.

Un auto con los ejes averiados,

nuestro techo alegre y todo

suelto ahí en el aire, cien colores

del río carnaval, y fue tanto

que florecen huellas crueles

cuando arrecia el apetito

del amor emocionante

(de “Hora blanca”)

*

Fluidifica

Gris y terca la ciudad incendia

cada noche; sosténganse, almas sedientas,

el agua dejará correr la vida por sus muertes.

(de “Bien de consumo”)

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