Rubén Darío en la Argentina, poeta nicaragüense (1867 – 1916)

Rubén Darío en Buenos Aires. El 13 de agosto de 1893, a los veintiséis años de edad, llega Rubén Darío a Buenos Aires dando principio a una de las etapas más fecundas y definitorias de su vida literaria que se extendió hasta 1898.
Por Oscar González
Para NCO
“Y heme aquí, por fin —escribe en su Autobiografía—, en la ansiada ciudad de Buenos Aires, adonde tanto había soñado llegar desde mi permanencia en Chile”.
Darío comienza a publicar sus semblanzas de los poetas parnasianos y simbolistas franceses. Cada semblanza es una campanada que suena a grata convocatoria para unos, y a escándalo para otros. En esas páginas quedan los testimonios de sus copiosas lecturas y de su capacidad crítica, y si su entusiasmo va a veces más allá de los merecimientos del sujeto mencionado.
Una vez instalado en los ámbitos literarios periodísticos porteños, Darío selecciona la Revista Nacional, que dirige Carlos Vega Belgrano, para publicar, con un tono “enteramente nuevo en nuestro idioma”, el poema que sintetiza su credo literario, sus afanes de renovación lírica: “Era un aire suave…”
De este poema el propio Darío dirá: “Era un aire suave…”, fue escrita en edad de ilusiones y de sueños y evocada en esta ciudad práctica y activa”. Y en su Historia de mis libros, agrega: “En Era un aire suave…, que es un aire suave, sigo el precepto del Arte poético de Verlaine: De la músique avant toute chose”.
Para entonces, ya había publicado Epístolas y poemas – Primeras notas (1885), Abrojos (1887), Canto épico a las glorias de Chile (1887), Otoñales (Rimas) (1887), y, particularmente, Azul… , (1888), hasta entonces su obra más conocida.
Durante el lustro que vivió en Buenos Aires, Darío se incorporó activamente a la vida cultural de la ciudad; frecuenta El Ateneo, por entonces la más importante institución cultural de la ciudad; colabora en las más prestigiosas revistas literarias y en los principales diarios; dicta conferencias y edita la Revista de América, en compañía de su amigo el poeta boliviano Ricardo Jaimes Freyre.
Del discurrir vital y artístico de Rubén en la gran Cosmópolis, se podría sintetizar: a) Su relación con el periodismo; b) La publicación de la Revista de América ; c) Sus amistades literarias en Buenos Aires; y d) La importancia de las composiciones, escritos y libros que vieron la luz pública durante su permanencia en la capital argentina y la publicación de Los Raros (1896) y Prosas Profanas (1896-97), que fueron sus dos mayores aportes al Movimiento Modernista.
Rubén Darío consideró a la Argentina como su segunda patria, por eso no dudó en expresar: “Sí, es verdad y afirmo aquí entre paisanos, mi segunda patria es la Argentina, es decir, mi patria espiritual”.
En la plaza Rubén Darío, ubicada en Av. Gral. Las Heras y Austria, se erige el monumento “Canto a la Argentina”, basado en un poema homónimo del gran poeta nicaragüense escrito en 1910. Obra del escultor argentino José Fioravanti, fue emplazado en 1967 como homenaje de la República Argentina al poeta, en el centenario de su nacimiento.
RUBEN DARÍO EN BUENOS AIRES
¡Argentina tu día ha llegado!
¡Buenos Aires, amada ciudad,
El Pegaso de estrellas errado
Sobre ti vuela en vuelo inspirado!
Oíd, mortales, el grito sagrado:
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
En vísperas del nuevo siglo,
problemático y febril,
Rubén Darío y Buenos Aires
se buscaron .
La ciudad hervía de criollos
e inmigrantes.
escuelas y talleres,
tramways y volantas,
telégrafos y ferrocarriles,
bohemios y mercaderes,
palacios y conventillos.
Pomposas fanfarrias y conjuros proletarios.
Barrios que ganaban la llanura.
Torres que fisuraban el celeste.
Plazas que florecían entre adoquines.
El fútbol instalando sus gambetas.
El tango firuleteando sus agallas.
Darío desembarcó mixturando
el nicaragüense sol
de encendidos oros, con futuros
cantos de vida y esperanza.
La cosmópolis
del Plata,
fue su traje a medida.
II
Y recorrió su tiempo
desafiando límites,
demorándose en los ojos
de las porteñas,
en ese río que parece mar,
en mesas de cafés,
en redacciones,
en la espuma de la Aue’s Keller,
en los sueños alquilados
de efímeras garçonnières.
Y lo más trascendente:
en la orfebrería de un libro
inaugural.
Prosas profanas forzó
el dique. Cedieron
las compuertas
y los retoños celebraron
el desmadre.
Un lustro le alcanzó
para dar vuelta, como una media,
la poesía de estos lares,
para prolongarse en el Tango
por venir.
III
Una madrugada mintió
que se tomaba el buque, y fijó
residencia
cerca del puerto.
Buenos Aires, que lo conoce
de memoria, lo recuerda
donde le hubiera gustado:
frente a la Biblioteca Nacional,
a pocas cuadras del Palais de Glace.
Allí persiste, acompañado
por palos borrachos,
ninfas y cisnes.
Inmune a heladas y granizos,
cobijado por las alas de un Pegaso
de estrellas herrado,
de cara al sur posible,
escribiendo
su penúltimo poema.
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