Las discapacidades físicas y mentales no se eligen, se padecen, se sobrellevan y en muchos casos, hasta se superan, aunque con mucho esfuerzo y coraje, no sólo del propio discapacitado, sino también de su grupo familiar.
Por Francisco J.Martínez Pería. Abogado.
fjmartinez peria@gmail,com
En las sociedades humanamente más avanzadas la solidaridad con los discapacitados incumbe, no sólo a sus allegados, sino a todos los miembros de la comunidad y por supuesto, al Estado. No hace falta aclarar que no es el caso de nuestro país en los tiempos que corren, sin perjuicio de que la proverbial solidaridad de los argentinos intente generosamente tapar los agujeros sociales que va dejando tras de sí el Estado ausente o lo que es peor, ocupado en perseguir la horda de discapacitados que se abusaban del erario público, mientras nuestro primer mandatario se condona a sí mismo la descomunal deuda que su empresa mantiene con el pueblo argentino.
La discapacidad moral, a diferencia de las demás, se elige de manera consciente y voluntaria y supone un individualismo feroz, exclusivamente orientado a la acumulación de riquezas y de poder, que sólo contempla a los semejantes para usarlos y explotarlos, cuando son más débiles, y adularlos y servirlos cuando son más poderosos. La discapacidad moral es, en definitiva, una canallesca elección de vida que consiste en ponerse siempre del lado de los poderosos y jamás a favor de los débiles, no vaya a ser cosa que nos contagien su vulnerabilidad, su pobreza o su enfermedad o, lo que es peor, que la gente “decente” nos confunda con ellos y nos expulse de sus círculos exclusivos.
Hay otra manera, sin embargo, de contraer la discapacidad moral y es adoptando como propia, aunque no entendamos bien porqué, una ideología perversa, como el neoliberalismo, más allá de que en nuestra vida cotidiana nos comportemos con nuestros semejantes de una manera mucho más humana que la que es dable esperar de un ferviente cultor del egoísmo. La gran pregunta es porque lo hacemos, porque no advertimos la tremenda contradicción que implica tratar de ser una persona de bien por un lado y adoptar, por el otro, una ideología política, económica y social que es moralmente “inviable”, para usar uno de los adjetivos favoritos de los economistas ”serios”, que en su anterior momento de esplendor no dudaron en descalificar así a provincias enteras, como ahora lo hacen con la “grasa militante” o con la supina ingenuidad de los “empleados medios”. Este curioso fenómeno se advierte con más claridad en muchos católicos devotos, los que, mientras abrazan fervorosamente una fe y una doctrina claramente opuesta a la teoría económica neoliberal, terminan votando partidos que la aplican salvajemente.
Como la discapacidad moral, a diferencia de las otras, no presenta anomalías notables a simple vista, es conveniente analizar unos pocos ejemplos, de los muchos que se han producido desde la asunción de éste gobierno, en los cuales se evidencian algunos de los rasgos característicos de esa deplorable patología.
Por ejemplo, si a Ud., que es un jurista de nota, que se supone que algo sabe de la Constitución Nacional, le ofrecen nombrarlo juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación por decreto y acepta, tenga por seguro que se ha discapacitado moralmente en ese preciso instante, si no es que lo estaba desde mucho antes, Ni que hablar del primer mandatario que le ofreció ser cómplice de una violación constitucional nada menos que a un futuro juez del más alto tribunal de la Nación, cuando se presentaba asimismo como el Restaurador de la República. Y que decir de los distraídos senadores que pasaron por alto, so pretexto de ejercer una oposición responsable, tamaño antecedente cuando debieron prestar su acuerdo, ya dentro del procedimiento constitucional, a los candidatos que se habían discapacitado moralmente, como mínimo, cuando aceptaron ser nombrados miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación por decreto de necesidad y urgencia, a la vista perpleja de toda la ciudadanía.
Otro claro ejemplo de discapacidad moral evidente son las denunciadoras seriales y los periodistas de nota que ven delitos y graves afrentas a la institucionalidad republicana en un solo bando político y guardan el más estruendoso silencio cuando actos semejantes, o de mayor gravedad aún, son cometidos por los de su propio bando o sus aliados y ni que decir si además encabezan, sin tener el título habilitante, el organismo encargado de evitar la corrupción gubernamental.
Que el Sr. Jefe de Gabinete haya sostenido recientemente en el Congreso que se estaban batiendo records de creación de empleo en los últimos meses y que luego el INDEC informe que en ese mismo período aumentó la desocupación, es uno de los más desopilantes ejemplos de la epidemia de discapacidad moral que afecta a numerosos integrantes del gobierno, aunque no debería sorprendernos, porque precisamente llegaron a serlo, prometiendo descaradamente lo que sabían muy bien que no iban a cumplir.
Y así podríamos llenar muchas páginas más con ejemplos similares, pero en honor a la brevedad, me limito a sugerir que nuestros gobernantes, supuestamente preocupados por el déficit fiscal, dejen de abusar de la ultra liviana herencia del desendeudamiento que le legó el gobierno anterior y de generar intereses mucho más onerosos que las míseras pensiones por discapacidad que tanto los obsesionan y se ocupen de cobrarle a la empresa presidencial la descomunal deuda que mantiene con el Estado argentino, en lugar de condonársela, como pretendieron hacerlo.
Ya no queda ninguna duda que en las últimas elecciones la mayoría del pueblo, estafado electoralmente por el PRO, votó contra sus propios intereses, incluidos, seguramente, muchos de los trabajadores que han perdido sus empleos, de los empresarios PYMES que han debido cerrar sus empresas porque ya no pueden pagar las exorbitantes tarifas de los servicios públicos, ni competir con los productos importados y de los discapacitados a los que les han arrebatados sus míseras pensiones. La “Revolución de la Alegría” ha resultado ser, finalmente, una patraña más de la discapacidad moral que nos aflige.