Número de edición 8481
Cultura

Maestro de funcionarios en la evocación

El origen del término ZANATA

Maestro . Un queridísimo actor de la comedia nacional, en radio, cine y tv, es indudablemente el inolvidable Fidel Pintos y uno de sus personajes favoritos era aquel, que haciendo gala de una supuesta erudición,  ejercitaba una suerte de vagos comentarios, de carácter absolutamente incomprensibles y que pretendían  ser acotaciones inteligentemente expresadas. Es lo que se llama la ZANATA, y que toda semejanza con el ejercicio que de esto hacen personajes públicos a diario seguramente tienen su origen en esta interpretación que ha hecho escuela.

Por Prof. Carlos Alberto Scavuzzo

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La Zanata, una historia de leyenda

Zanata es un vocablo que sacó de la manga Enrique Santos Discépolo. Nace en la tertulia que tenían en la calle Rioja entre Inclán y Salcedo, cuando vivía con su hermano Armando (11 años mayor) y señora, allí, a la muerte de su madre. Se reunían en su casa o enfrente, en la del escultor Abraham Vigo, varios intelectuales como Agustín Riganelli y Facio Hébecquer (escultor-pintor), José González Castillo, Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto, González Pacheco y otros, bajo el signo de Kropotkin o Bakunin.

Enriquito tenía 14 años entonces y asistía emocionado a esa fuente cultural. Y también iba un personaje apellidado Zanata, vendedor de tienda, grandote, de manazas enormes que se quedaba embobado en esa bohemia donde se hablaba de arte, de pintura, de música, de poesía… nunca faltaba. Y siempre apoyaba todas las iniciativas. Era un buenazo, según Enrique, que por miedo a equivocarse decía a todo que sí y, a veces, chapurreaba frases sin puntada final, difuminándolas por falta de argumentación.

 

De allí sacaría Discepolín «lo zanateado», en aquellas reuniones donde tanto aprendió. Algunas veces, acudía una mujer a las mismas, apodada La Circasiana. El caso es que Zanata la conoció en el atelier de Facio Hébecquer, como los demás, y se enamoró perdidamente de ella que era algo excéntrica. Y Discépolo contó en Radio Belgrano en 1947 esta historia y este final del drama amoroso: «Lo cierto es que una noche, Zanata faltó a nuestra tertulia. La verdad la trajo la madrugada, inesperadamente, cuando ninguno pensaba ya en Zanata… ¡Pobrecito!… ¡El trabajo que le habrá costado meter semejante dedo en el gatillo!…»

 

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