Número de edición 8481
Cultura

Jorge Monteleone: “Girondo siempre fue un adelantado”

El investigador, traductor y crítico literario Jorge Monteleone, autor de la antología “200 años de poesía argentina”, escribió para Télam la semblanza sobre el poeta Oliverio Girondo, que se transcribe continuación, y en la que remarca la vigencia del autor de “En la masmédula” y la innovación imperecedera de su producción:

Como una censura estética Enrique Anderson Imbert escribió que Oliverio Girondo era el “Peter Pan del ultraísmo argentino” y que “mientras los chicos (ultraístas) crecieron, él quedó siendo un niño”. Esa lectura que quiere ser irónica menciona, mediante una serie de errores (que el vanguardismo es un estado infantil e inmaduro que se supera, que Girondo repite en el tiempo una estética idéntica, que la vanguardia argentina de los años veinte puede ser catalogada de “ultraísmo”, que la minoridad es un estadio inferior de la sensibilidad artística, etcétera) uno de los rasgos más extraordinarios del poeta: su continua potencia para situarse en la vanguardia, es decir, para producir en la poesía un imaginario que explora lo que está más allá de lo esperable, de lo habitual, de lo previsible. No se trata de que sea un niño, como Peter Pan, sino de que nunca envejece: Girondo siempre fue un adelantado.

Esos cuerpos a los cuales, durante los años tempranos de la vanguardia con los “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía” (1922) le entraban por las pupilas los objetos urbanos, los quioscos, los faroles, los transeúntes y los hacían estallar en una dispersión del yo, se vuelven el cuerpo de los signos que estallan en miríadas de sentido, en una rítmica pluralidad vocal, en palabras astilladas bajo el poder del “puro no” en dos de los libros más radicales de la poesía argentina contemporánea: “Persuasión de los días”, de 1942, y “En la masmédula”, de 1956.

A diferencia del giro conservador que algunos poetas sostienen en sus libros de madurez, Girondo nunca fue más innovador que después de los sesenta años, aunque lo fuera durante toda su vida. Llevó la poesía argentina a un alto grado de experimentación, autoconciencia y creatividad. Y puso en cuestión en todos sus libros la figura del yo, liberándola de todos los lastres sentimentales y anecdóticos de la poesía confesional y de las ilusiones de la representación realista.

Girondo produjo la irrisión del yo lírico en toda su poesía, llevado hasta el sarcasmo. En consecuencia, nunca sostuvo la dimensión rítmica del poema en una subjetividad trascendente sino en su disolución y, al mismo tiempo, exploró el plano espacial, gráfico, de la lengua, su lado material. Así por ejemplo en “Yolleo”, esa voz sin voz le habla a su doble que a la vez se multiplica en una serie que lo disminuye en una acción verbal imposible, el yollar: “soy yo sin vos / sin voz / aquí yollando / con mi yo sólo solo que yolla y yolla y yolla”. Y sin embargo esa voz que atraviesa su poesía siempre resuena en una organicidad desgarrada, en el barro de una identidad espúrea y de una desesperada lucidez.

De un modo recurrente Girondo está allí para los poetas, alguien a quien recurrir: su poesía enseña un gesto irreductible y tenaz. Los poetas de los años cincuenta vieron en él la posibilidad de un lenguaje inventivo, mutable y proliferante, que proyectaba mundos; los de los ochenta, que escribían bajo la dictadura argentina entre 1976-1983, vieron en él la encarnación de un signo para poder enfrentar con lo ilegible (como los poetas de la revista XUL), con la materialidad del lenguaje, aquella discursividad punitiva que naturalizaba el exterminio.

La poesía de Girondo, como la de Vallejo, siempre parece contemporánea porque a menudo pone en cuestión alguna tendencia de la poesía presente o se transforma en su vivo anticipo. Su creativa radicalidad es única y por ello, jamás claudica.

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