Hugo Lopez Carribero
Abogado penalista
Sostengo que todos, me incluyo, debemos invertir una hora de nuestras vidas consultando con nuestro abogado de confianza. Pero esa consulta debe ser cuando el abogado está dispuesto a atender correctamente al cliente.
Es decir no se debe llamar al abogado a las tres de la tarde del día domingo.
Yo abogado penalista, no bombero.
La consulta oportuna es, nada menos que evitar amarguras, horas sin dormir y riesgos que no resultan necesarios. Solo los abogados conocemos los derechos de los ciudadanos de manera muy particular. Evite engaños, consulte, y luego consulte otra vez.
Es fácil advertirlo, los abogados de buena fe no tienen códigos, sino principios y valores de decencia.
Pero el mejor de los abogados es el que a menudo duda de algunas obviedades. Desconfíe del que todo lo sabe, y únicamente cuenta las ganadas. Desconfíe en aquellos que afirman nunca haber perdido un juicio, salvo que usted esté viendo una película de ficción tribunalicia, pues entonces deje de leer estas líneas, apague la luz y disfrute del film.
El buen abogado nunca discute, solo simula discutir. Pero el más torpe es el abogado que discute con su propio cliente.
Es muy común que el cliente quiera discutir con el abogado. Muchas veces el cliente se siente frustrado, con impotencia al enfrentar un juicio, y encima tiene que abonar los honorarios del abogado para que lo defienda.
Ese cliente está enojado con la vida. Se pelea con la esposa y trata mal a sus hijos. Son los mismos que se bajan del auto a pelear en la calle con el tipo que los encerró con la moto.
Esto es un cóctel de emociones negativas que a veces explota en el temperamento del cliente, y a menudo esto sucede dentro del despacho del abogado. Es el instante en que el cliente del abogado debe convertirse en el paciente del psiquiatra, antes que el paciente del psiquiatra sea el abogado.
Pero el abogado tiene que saber que esto es como en el boxeo, cuando uno no quiere, dos no pelean.
Pero cuidado, y mucho cuidado. Un abogado soberbio es más peligroso que un edificio en ruinas. Al edificio se lo puede apuntalar.
Aunque también son muy difíciles de tratar los que quieren, pero no pueden. La imposibilidad los hace y los convierte en seres agresivos, furiosos y enojados con los demás y consigo mismo. El orgullo vanidoso de algunos abogados, es como el veneno que corre por sus propias venas. El abogado que se enfada por las sanas críticas reconoce, aunque no quiera, que las tenía bien merecidas. Puede esto observarse en el ámbito de la administración de justicia, y con mucha facilidad.
En la mayoría de las veces, cuando se advierte una injusticia que afecta a un cliente, ó incluso a nosotros mismos en el ejercicio de la profesión, allí es el miedo el que paraliza las iniciativas, que tienden a subsanar las injusticias. El miedo es alimentado por pensamientos ficticios. Es por eso que el buen abogado debe despojarse de su enemigo mas temible; el miedo.
El miedo a sanciones disciplinarias que no están establecidas e la ley. El miedo a pasar por ridículo. A menudo, en el ejercicio de la abogacía, y en especial del joven abogado, el miedo va acompañado de un sentimiento de culpa. El miedo y la culpa se alimentan mutuamente, se cuidan recíprocamente, y se contempla con buen ánimo. Son amigos, compañeros de andanzas, compinches y confidentes.
Con miedo y con culpa, el abogado no logra conectarse con su cliente, ni con el juicio. Se convierte en autista y cae dentro de los laberintos más oscuros de sus propios pensamientos.El miedo siempre esta dispuesto a ver las cosas peor de lo que son. Tito Livio.
Esto es una forma de falta de acción por parte del abogado. El tiempo que pasa es la verdad que huye, y en los tribunales la morosidad judicial es la mejor amiga de la impunidad.
Todos hemos escuchado hablar del asunto de la prescripción de las causas
judiciales.
Los abogados defensores que carecen de argumentos verosímiles, apuestan al paso del tiempo de manera grosera y desproporcionada para que la causa prescriba. Es una forma de mentir a la sociedad sobre la inocencia de su cliente. El abogado recurre a la verdad cuando anda escaso de mentiras. En este plano, al mentiroso se lo advierte por la abundancia de sus explicaciones.
También se advierte al envidioso. El envidioso cambia de tema de manera brusca cuando se habla de logros ajenos, y se le observa una incomodidad en su rostro y en su mirada que no la puede disimular. Con respecto a la mentira, es por eso que sostengo que en el Código penal, el delito de falsa denuncia no se encuentra sancionado con la severidad que debiera estarlo. Ninguna sociedad debe tolerar la judicialización de la mentira.
Denunciar falsamente a una persona, por un delito que no cometió, es desde todo punto de vista una conducta desdichada, desgraciada y miserable.