Edición N° 8482
Opinión

Nuestro Octubre

En el mismo mes del nacimiento de Juan Domingo Perón, el asesinato de Ernesto “Che” Guevara y la Revolución Rusa, el 17 de octubre es un hito en la larga y sufrida historia de luchas populares en nuestro país: una jornada crucial para entender el trascendental proceso que a partir de ella se llevaría adelante, y cuyas huellas llegan cada vez más vivas a nuestro presente.

Por Carlos Matías Sánchez
mati_13_01@hotmail.com

Un recordado disco de una de las bandas más grandes de nuestro rock nacional, Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, fue bautizado Oktubre, allá por 1986. El arte de tapa, caracterizado por la mezcla entre apenas tres colores, blanco (para los rostros), y sugestivamente rojo y negro, trae a la mente automáticamente aquel hecho crucial para la historia mundial que fue la Revolución Rusa de 1917.
Sin embargo, un cuarto de siglo después, la revalorización de la militancia y la integración de los sectores juveniles a la política generaron el clima para que aquella tapa, aquella imagen tan impactante, y ese nombre, se resignifiquen con un contenido nacional y popular. Oktubre pasó a ser, en banderas y redes sociales, un símbolo de la revolución criolla, aquella que comenzó a gestarse en 1945 y que se desarrolló en base a un proyecto político igualitario e independentista, vaciado de contenido por sus pretendidos herederos en la frívola década del ’90.

Y es que, en la última década, el pueblo volvió de a poco a las calles, ya no para reclamar, para quejarse o para pedir al menos un bolsón de alimentos (siendo reprimido por las fuerzas de seguridad), sino para manifestarse a favor de un proyecto político. Volvió la movilización de masas que Yrigoyen hace un siglo supo convocar, y que un 17 de octubre se hizo definitivamente visible en la escena política nacional, haciendo temblar a quienes hasta ese entonces detentaban el monopolio de las decisiones acerca del rumbo del país.

Habían cobrado gran dimensión las políticas sociales de aquel coronel que inteligentemente, a través de la concreción de numerosas y fundamentales reivindicaciones obreras (aguinaldo, salario mínimo, estatuto del peón, jubilaciones), había pasado de manejar el poco prestigioso Departamento de Trabajo a ocupar la Secretaría de Trabajo y Previsión, el Ministerio de Guerra y la Vicepresidencia.
Esas políticas irritaron al sector más conservador de las fuerzas armadas, que valiéndose de un conflicto relacionado con el empleo de Juan Duarte, hermano de Evita, decidieron frenar el ascenso político del joven coronel, obligándolo a renunciar a sus múltiples cargos y deteniéndolo en la isla Martín García, la misma por la que había pasado Yrigoyen décadas antes. Parecía estar evitándose así una nueva “tiranía”, cortando por lo sano. La prensa lo celebraba.
Sin embargo, las cosas no resultaron tan fáciles para aquellos sectores militares, que expresaban intereses oligárquicos. Los cambios que había generado Juan Domingo Perón habían sido lo suficientemente profundos como para que los obreros, principales beneficiados por sus medidas, contemplaran cruzados de brazos el desplazamiento de aquel que un dirigente ferroviario llamó “el primer trabajador”. Contrariamente a la visión oligárquica, las medidas sociales llevadas adelante por Perón iban más allá de la mera demagogia o lo que (hasta hoy) suele llamarse despectivamente “populismo”.

Perón había creado la conciencia en los trabajadores de que se podía estar mejor, de que salarios, condiciones de trabajo y vivienda digna eran posibles, y además había procurado la organización del hasta entonces disperso movimiento obrero.
Por ello duró poco la tranquilidad en el gobierno militar y la movilización no se hizo esperar. Demasiado había sufrido ese pueblo, demasiada sangre había corrido, demasiados años de miseria y explotación pesaban sobre las espaldas de aquellos obreros, muchos de los cuales habían escapado de la crisis en la que el ámbito rural estaba sumido para buscar un futuro mejor en las nacientes industrias de los grandes centros urbanos.

A través de una inteligente estrategia, Perón fue trasladado al Hospital Militar, mientras el artífice de la maniobra, su fiel coronel y amigo Domingo Mercante (futuro gobernador bonaerense) tendía lazos con los dirigentes de la CGT, en especial Luis Gay (del sindicato de los telefónicos) y Cipriano Reyes (del sindicato de la carne), mientras Evita también aportaba su granito de arena para convocar a los obreros a defender las conquistas logradas y a su artífice.

Mientras los dirigentes sindicales se reunían con el presidente Farrell y el coronel Avalos (impulsor del desplazamiento de Perón), los obreros se agolpaban en la Plaza de Mayo llegando desde diferentes puntos del área metropolitana. El subsuelo de la Patria sublevada, los cabecitas negras, herederos de la “chusma” de Yrigoyen y las montoneras federales.

La huelga convocada para el 18 no llegó a realizarse. El 17 la multitud clamó por el coronel desplazado y aquel gobierno militar se vio obligado no sólo a liberarlo, sino a solicitarle que dirija unas palabras al pueblo allí presente para calmar los ánimos:
“Dejo el honroso y sagrado uniforme que me entregó la Patria, para vestir la casaca de civil y mezclarme en esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la Patria, e invito a todos los argentinos a sumarse para lograr la ansiada unidad.”

Ese 17 de octubre, cuando muchos de sus enemigos, e incluso él mismo, daban por abortadas sus proyecciones políticas, se convirtió en la catapulta a su candidatura presidencial y en el hecho disparador de un proceso histórico cuyas huellas pueden reconocerse aún hoy.
Para los sectores populares vendría una serie de cambios inéditos: derechos sociales asegurados, bienestar obrero, desarrollo del mercado interno, nacionalización de sectores estratégicos de la economía, todo ello corporizado en la Constitución de 1949, con las premisas de bienestar común y propiedad privada con función social como base, y con tres objetivos: independencia económica, soberanía política y justicia social.

Para los sectores dominantes aquel 17 fue, inicialmente, la llamativa y polémica señal de los humildes “lavando sus patas” en la fuente de la Plaza. Tristemente para ellos, ese presagio de una nueva Argentina gobernada en función de las mayorías olvidadas se concretó, y hoy que se ha retomado aquella senda, vuelve a tener sentido reivindicar aquel octubre; nuestro Octubre.

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