Número de edición 8481
La Matanza

Miserias Carcelarias: Lazos Familiares

Por Hugo López Carribero
Abogado penalista

Elías Miranda tenía 40 años de edad y un hijo de 18. El joven se llamaba Ariel.
La madre de Ariel los había abandonado cuando el niño tenía 6 meses de vida.
Desde entonces, Elías alimentaba a su hijo sobre la base de lo generado a través del delito.
Los rubros eran variados. Robos agravados con arma de fuego, venta de estupefacientes, comercialización de armas ilegales, participaciones en secuestros extorsivos (algunos de ellos seguidos de muerte).

Durante todos estos años, Elías no había formado pareja. Sólo relaciones fugaces, pero nunca había convivido con ninguna otra mujer.
Elías, joven pero maduro, comenzó a experimentar la dulce hipótesis de
sentirse o estar enamorado; de auto-imponerse un horario para llegar a
cenar a su casa, por saber que una caricia femenina lo esperaba. No tenía
interés por ninguna mujer en especial que hubiera conocido hasta el momento,
y eso era lo grave. Estaba expuesto a que el bichito del amor lo picara sorpresivamente, cuando menos lo esperaba. Es esto es cierto que quién busca poco, muchas veces encuentra bastante.

Elías sabía cómo era la dulzura de la vida. Tenía todavía las mismas
costumbres, llevaba muy adentro su viejo arrabal, sin el farolito tristón
que lo alumbraba de adolescente en la esquina de su cueva. En la mejilla,
una roja huella de una larga cicatriz, no podía ser ocultada totalmente
por su barba, tal sólo la disimulaba.

Con las defensas sentimentales bajas, conoció a Verónica Barraza, una
mujer 10 años menor que él. De inmediato formaron una pareja.
Así, Elías, su hijo Ariel y Verónica convivían en la casa de la calle
Canadá de Isidro Casanova. Calle de tierra y polvorienta los días
soleados, y de barro intransitable los días de lluvia.

Un barrio distinguido por la ausencia del Estado, sin patrulleros, sin
ambulancias ni bomberos. Cada tanto una casilla de cartón y madera se
prendía fuego, producto de los chispazos generados por la desastrosa
instalación eléctrica o por la explosión de alguna garrafa. Ante esta
situación, con los moradores de la casilla dentro de la misma, la conducta
de los vecinos siempre era la misma, mirar y esperar a que los gritos
cesaran y el fuego se apagara solo. Únicamente después podían ingresar a
retirar los cuerpos calcinados.

Pero volviendo al protagonista de esta historia. Elías continuaba con sus
actividades delictivas, era su modo de vida. Verónica lo sabía, y lo
apoyaba. Era dinero fresco todos los días, son impuestos claro.
Verónica, por su naturaleza quería ser madre, no tardó mucho es quedar
embarazada, y para la familia, felizmente nació Mataya.
Ahora Elías Miranda tenía una hija y una concubina. Mientras que Ariel una
hermana nueva (ó medio hermana).

Pero en la vida, siempre hay un percance, y el que tuvo Elías Miranda fue
grave. La policía lo detuvo, un fiscal lo acusó de robo agravado y de
intento de homicidio. La Justicia lo condenó a 10 años de prisión.
El sufrimiento de Elías fue demoledor, justo ahora que debía alimentar a
su concubina y a su hijita de 8 meses. Justo cuando planeada el robo de un
camión blindado, con grupo de secuaces, para luego colgar los guantes.
Dolor, angustia, bronca, indignación pensamientos suicidas. Todo aquello
que un psicópata delictivo padece cuando pierde la libertad. Mucho
sufrimiento, pero sin culpa.

Mientras tanto Ariel y Verónica comenzaron a compartir el mate todas las
mañanas. Se empezaron a mirar con cariño, picardía y complicidad. Llegaron
a la cama, y así comenzaron una nueva relación. El poco tiempo Verónica,
fue madre nuevamente, y Ariel padre por primera vez, el niño se llamó
Ezequiel.

Los años pasaron, los niños crecieron. Y un día Elías recuperó la
libertad. Indignado, pero también curioso volvió silencioso a su casa. Se
preguntaba el motivo por el cual su mujer y su hijo no lo habían visitado
más en la cárcel.

Cuando ingresó, de sorpresa, no tardó en comprender la situación. Corrió
hasta la cocina y tomó dos cuchillos tramontina. No sabía por donde
empezar, pero estaba seguro que nada, ni nadie se escaparía.
Los derrames de sangre de las todas las víctimas se juntaban en los
charcos que se fueron haciendo a medida que los cuchillos penetraban los
cuerpos. Nadie sobrevivió la matanza. Elías sintió que no actuaba por
venganza, para él todo era justicia.

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