Pablo E. Chacón
“La mala vida en Buenos Aires”, del jurista rosarino Eusebio Gómez, un clásico de la criminología positivista de principios del siglo XX, acaba de ser reeditado con el prólogo original de José Ingenieros, y otro, flamante, del juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Eugenio Raúl Zaffaroni.
El texto, publicado por la Biblioteca Nacional en su colección Los Raros, recupera una pieza de 1908; diagrama de una época, y manual de instrucciones “policial”, es deudor, entre otros, de la teoría de la degeneración promovida (y teorizada) por el italiano Cesare Lombroso.
Gómez nació en 1883 y falleció en 1954. Escribió, entre otros libros y artículos, “Criminología Argentina, reseña bibliográfica precedida de un estudio sobre el problema penal argentino” en 1912, cuatro años después de “La mala vida…”.
Además, “Pasión y delito”, en 1917; “Delincuencia político-social”, en 1933; en 1937, junto con Jorge Eduardo Coll, su “Proyecto de Código Penal”; y en 1939, un voluminoso “Tratado de derecho penal”.
El hombre ejerció como juez de Instrucción en la Capital Federal y en 1923, estaba al frente de la Penitenciaría Nacional de la avenida Las Heras; también ocupó diversos cargos en los institutos penales de la provincia de Buenos Aires.
Prologuista original de “La mala vida…”, José Ingenieros, positivista de fuste, compartía con Gómez una ideología que creían científica, fundada en una desviación teórica del darwinismo, una novedad para la época.
Los “desviados” o “degenerados” se apartaban de los imperativos de la especie: solidaridad, matrimonio, trabajo, heterosexualismo; el desvío, objetivamente, suponía un peligro para la reproducción de la especie, por displicencia moral antes que biológica.
Escribe Zaffaroni: “¿Cuál fue la génesis del paradigma positivista? ¿A qué respondían las `anteojeras` que impedían a estos hombres superar sus limitadas visiones?”.
“Sin estas preguntas no podemos valorar la importancia actual del libro, pues lo arrojaríamos a un rincón como la suma expresión de un conjunto de prejuicios, algunos no del todo superados”.
“El positivismo fue precedido por discursos médicos, pero estos no habían llegado en el momento adecuado: los fisiognomistas y los frenólogos ensayaron sus teorías con demasiada anticipación”, continúa el juez.
Y agrega que “la hegemonía llegó cuando su discurso fue asumido por la corporación judicial, y esa fue la gran oportunidad de Lombroso e incluso de su contradictor francés, Lacassagne, que si bien rechazaba la tesis del criminal nato, se movía en el mismo paradigma”.
Zaffaroni critica a Ingenieros: “Dejando de lado el estilo insufriblemente ampuloso y plagado de metáforas médicas, lo que en definitiva parece decir es que la `mala vida` es un capítulo de la `degeneración`”.
“Su determinación proviene de la ética y no de la biología, es decir, termina en un planteo ético de modelo spenceriano (por Herbert Spencer), o sea, victoriano”.
Y critica a fondo: “Un hombre de pensamiento socialista (por Ingenieros) pasa por alto el poder de criminalización como ejercicio de hegemonía social, dejando la sensación de que es el `progreso` el que decide qué parte de la ética media convierte lo inmoral en delito”.
Darwinismo “social” se nombra en la actualidad esa estrategia.
Los ladrones, estafadores, delincuentes profesionales, pungas, falsificadores, y las prostitutas, tratantes de blancas, usureros, reducidores, prestamistas, rufianes, canfinfleros, y mendigos, vagabundos y e invertidos, practicantes de la inmissio membri in anum, son catalogados como por un entomólogo fascinado.
Si ahora todo esto suena cavernario, no hay dudas, pero como bien dice el prologuista de la reedición, cantidad de lugares comunes, cristalizados en el tiempo por la inercia intelectual, operan, sin embargo, todavía en el chiste fácil, la brutalidad policial y el prejuicio de un machismo notoriamente impotente.