Número de edición : 8920

La Matanza

“El arte me salvó y por eso abrí Caña de Bambú, un espacio para sanar”

Arte. “El arte me salvó y por eso abrí Caña de Bambú".
Arte. “El arte me salvó y por eso abrí Caña de Bambú”.

Ramona Beatriz Benítez es artista, maestra de Bellas Artes, docente de adultos mayores y laborterapista, y relató cómo su vida entera estuvo marcada por el arte. Nacida en la misma casa donde hoy funciona su centro cultural y terapéutico, Caña de Bambú, reconstruye un recorrido personal atravesado por la creatividad, la docencia y la búsqueda de contención para niños, jóvenes y adultos.

Por Giuliana Salmonte Siciliano
Gmail: giulianasalmontesiciliano@gmail.com

Desde que era niña, el dibujo fue su manera de comunicarse con el mundo. Beatriz recordó que en la primaria casi no hablaba: “Lo único que hacía era dibujar y pintar”. Sus maestros lo advirtieron rápidamente y sugirieron que estudiara arte, aunque los primeros intentos no la convencieron. “Me hacían copiar y a mí siempre me gustó crear”, contó. Criada en una casa sin televisión, pero repleta de libros, su imaginación se fortaleció gracias a la lectura y el deseo de ser ilustradora.

El descubrimiento de su vocación tomó forma definitiva en la adolescencia, cuando una profesora del colegio Monseñor Solari la impulsó a ingresar a un colegio de Bellas Artes. A pesar de que su familia —inmigrantes paraguayos que soñaban con profesiones “seguras”— no entendía del todo su camino, logró convencerlos. En ese nuevo entorno, se sintió “como pez en el agua”. Allí estudió escultura, pintura, grabado, historia del arte y composición, atravesando jornadas de doce horas de formación artística.

Aunque abandonó el colegio ocho meses antes de recibirse —“todos me decían que me iba a morir de hambre”, recordó— nunca dejó de pintar. La presión familiar y social sobre la idea de que el arte no era un modo de vida la llevó a trabajar como secretaria, promotora y recepcionista, pero la creatividad siempre volvía: primero a través de los actos escolares de su hijo y luego en talleres de artesanías que retomaron su deseo de expresarse.

La maternidad le abrió nuevamente la puerta al arte. Con su hija Jazmín en la panza, regresó al colegio de Bellas Artes a recuperar sus notas y títulos, esta vez decidida. Más tarde completó el tramo pedagógico para poder enseñar y comenzó a trabajar con adultos mayores. La docencia, combinada con el enfoque terapéutico, se convirtió en un pilar de su vida: “El arte me salvó de un montón de cosas. Siempre me costó poner en palabras lo que sentía, entonces dibujaba o pintaba”.

Luego, estudió laborterapia y en 2005 presentó un proyecto para brindar herramientas laborales desde el arte a estudiantes adultos. El Ministerio de Educación lo aprobó y durante años enseñó oficios vinculados a materiales, decoración y creatividad. Paralelamente, trabajó 18 años en PAMI dando talleres que ayudaban a los adultos mayores a recuperar recuerdos y emociones. “La gente piensa que no sabe, que no puede, pero cuando agarran un lápiz empiezan a hablar de su infancia”, afirmó.

Esta larga trayectoria, le mostró realidades duras. A través de los dibujos de los niños en barrios vulnerables, detectaba situaciones de abuso y dolor emocional. Eso la impulsó a seguir formándose y a buscar un espacio propio donde acompañar procesos creativos y afectivos.

El nacimiento de Caña de Bambú y una comunidad en expansión

El sueño del taller propio parecía lejano hasta que llegó la pandemia. Mientras muchos espacios cerraban, Beatriz tomó una decisión arriesgada: reformó una parte de la antigua casa familiar y abrió ahí su primer espacio. “Puse dos mesas separadas y trabajé con cinco alumnos por turno. No quería que los niños usarán barbijo para que pudieran mirarse al espejo, sonreír, reconocerse”, sostuvo. Lo que comenzó como un taller para chicos creció rápidamente.

Los padres empezaron a pedir música, guitarra, piano; luego danza urbana, cerámica, macramé. Convocó profesores y el lugar se transformó en un centro cultural intergeneracional ya que iba el abuelo que llevaba al nieto a canto y también quería aprender guitarra. Así que tomó la decisión de incorporar actividades para adultos.

El crecimiento también trajo nuevas necesidades: decidió sumar profesionales de salud mental para un abordaje integral: psicólogos, psicopedagogos y, hace dos meses, foniatra ya que notó que muchos chicos no saben con quién hablar y en Caña de Bambú encuentran un lugar donde expresarse.

Este 22 de noviembre, celebraron por tercer año consecutivo la Fiesta de la Música, un evento autogestionado cuya recaudación permite ampliar aulas y preparar nuevas propuestas. Entre ellas, clases de informática para adultos mayores y la posibilidad de implementar el programa FinEs para que más vecinos terminen el secundario.

Por último, el centro cultural y terapéutico, tiene abiertas sus redes sociales para cualquier consulta o informarse acerca de las actividades. En Instagram, lo encuentran como @tallercbambu_, en TikTok como @cbambu_ y en Facebook Caña de Bambú, sino, están ubicados en Buchardo 6107, esquina Emilio Zola, Villa Luzuriaga, donde funciona el taller y las distintas actividades artísticas para niños, jóvenes y adultos.

“Siempre soñé con tener mi propio espacio, hasta que finalmente pude lograrlo”

El recorrido de Beatriz Benítez dentro del arte y la docencia estuvo marcado por experiencias intensas y vínculos profundamente humanos. A lo largo de su carrera trabajó con alumnos de todas las edades, incluso con personas mayores de más de cien años, y también atravesó momentos de agotamiento que la llevaron a tomar distancia.

La exposición constante a realidades duras, como los casos de abuso infantil que detectaba a través de los dibujos de sus alumnos, la hizo repensar su rol y evaluar hasta dónde podía acompañar desde el arte y desde donde lo podía hacer.

Sin embargo, esa pausa nunca apagó su impulso creativo. Mientras continuaba enseñando, buscó nuevas formas de unir música, pintura y expresión emocional. Ese deseo de construir un espacio propio volvió a crecer con fuerza y se mantuvo vivo incluso hasta la pandemia, momento en el que finalmente pudo cumplir su sueño: abrir un lugar que combinara contención, arte y comunidad.

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