
La pérdida del poder adquisitivo, la suba sostenida de precios y el deterioro del empleo anticiparon un cierre de año difícil para el comercio minorista. Supermercados y almacenes advirtieron sobre la retracción de ventas y la imposibilidad de sostener la rentabilidad.
Por Florencia Belén Mogno
Diciembre siempre ocupó un lugar simbólico en la economía argentina: el mes en que el consumo se reactivaba y las ventas de fin de año compensaban los meses de menor movimiento.
Sin embargo, el panorama actual mostró un quiebre respecto de esa tradición. Con salarios rezagados, pérdida de empleo y una inflación persistente, la economía doméstica atravesó una de sus etapas más complejas, marcada por el deterioro del poder adquisitivo y la contracción de la demanda interna.
El impacto del encarecimiento de los servicios esenciales agravó la pérdida de capacidad de compra. Las familias priorizaron los gastos básicos y recortaron en bienes no esenciales, lo que redujo el volumen total de consumo. A su vez, el comercio minorista experimentó una caída sostenida en las ventas, especialmente en los rubros de alimentos, bebidas y artículos de limpieza, donde los precios aumentaron por encima de los ingresos.
A pesar de los esfuerzos del sector privado por sostener promociones o absorber parte de los aumentos, el desequilibrio entre ingresos y precios se volvió insostenible. El consumo dejó de ser una herramienta de impulso económico para convertirse en el reflejo de una economía debilitada. Los especialistas coincidieron en que, si no se recuperaba el salario real, diciembre se perfilaba como un mes sin alivio y con un fuerte impacto social.
En ese marco y según el informe brindado a Diario NCO, representantes del sector comercial y supermercadista bonaerense manifestaron su preocupación ante la posibilidad de que las ventas de fin de año cayeran nuevamente.
El testimonio del sector comercial
“Diciembre, que siempre salvó el año, llega sin margen ni previsibilidad”, expresaron, y advirtieron en el informe y plantearon que los aumentos semanales y la falta de promociones profundizaron la retracción del consumo.
Los comerciantes señalaron que las listas de precios cambiaban cada semana, con incrementos de entre 3 y 8 por ciento en productos básicos como aceites, galletitas o yerba. “La gente compra menos, más seguido y en cercanía; es un cambio de patrón que refleja el ajuste en la base de la pirámide”, explicaron desde una cadena de autoservicios.
En ese sentido, las promociones y descuentos, habituales en años anteriores, prácticamente desaparecieron del mercado, lo que en la práctica implicó un aumento encubierto de los precios finales.
De acuerdo con estudios privados, el ingreso disponible promedio de las familias se ubicó 7% por debajo de 2023, mientras que en los sectores populares la caída alcanzó el 10%. Esto se tradujo en changuitos más vacíos y tickets más pequeños.
El supermercado dejó de ser el espacio de compra por volumen que había caracterizado los años de inflación acelerada; en su lugar, los consumidores optaron por los comercios de barrio, donde las compras diarias resultaron más manejables.
Cambios de hábitos y proyecciones para fin de año
“El almacén volvió a ser refugio”, sintetizaron los comerciantes consultados en el relevamiento quienes explicaron que, aunque el ticket promedio disminuyó, aumentó la cantidad de clientes que compraban de manera fraccionada.
En paralelo, las cadenas de supermercados reconocieron que, por temor a perder clientela, absorbían parte de los incrementos a costa de reducir su rentabilidad. “La competencia se da por resistencia, no por ganancia”, resumió un empresario del sector.
El panorama se agravó por la incertidumbre política y económica que acompañaba los últimos meses del año. A medida que se acercaba diciembre, los comercios enfrentaban dificultades para planificar sus compras mayoristas, mientras que los proveedores adelantaban aumentos en previsión de una posible devaluación.
En ese contexto, las fábricas ajustaban precios, los mayoristas trasladaban costos y los consumidores resignaban productos, conformando un círculo de ajuste que afectó a toda la cadena de valor.
El resultado fue claro: sin salarios que acompañaran los precios, no había repunte del consumo posible. Y sin consumo, la economía no encontraba salida. Así, el cierre de 2025 se presentó como un espejo del deterioro social: un país donde el bolsillo definía los límites de la mesa familiar.
En ese sentido, diciembre, históricamente símbolo de celebración y abundancia, se transformó en el mes de la supervivencia cotidiana, donde cada compra se volvió una decisión de equilibrio entre necesidad y resignación.
Fuente fotografías: redes sociales.
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