Textiles. La producción en ambas áreas cayó 18% y operó a la mitad de su capacidad; la apertura comercial y la pérdida de mercado interno aceleraron despidos y paradas de plantas, y el ajuste recayó sobre salarios y horas trabajadas.
Por Florencia Belén Mogno
La escena industrial mostró un cuadro de apagones productivos y plantas con turnos recortados. La demanda interna se debilitó de manera sostenida y las ventas no alcanzaron para sostener stocks y costos, lo que obligó a empresas y proveedores a ajustar niveles de ocupación y a postergar inversiones.
En ese marco, la transformación de la estructura del mercado se manifestó con mayor claridad: productos que antes se fabricaban localmente comenzaron a entrar masivamente desde el exterior y las fábricas nacionales perdieron ritmo y escala.
El deterioro se evidenció en múltiples eslabones de la cadena: la agricultura vinculada al textil sufrió caídas en la producción de algodón, los molinos y las hilanderías reportaron actividad menor y las pymes del sector enfrentaron graves problemas de financiamiento.
En este contexto —según el documento al que accedió Diario NCO— la Federación de Industrias Textiles Argentinas (FITA) confirmó una caída interanual de la producción textil de 18,1% en agosto y reportó una capacidad instalada del 41,5%.
Además, el informe consignó que la producción de algodón cayó 15% y que, en el ramo de la línea blanca, firmas como Electrolux, Mabe y Longvie operaron por debajo del 50% de su potencial, con suspensiones y cierres parciales que afectaron a miles de trabajadores. Los datos oficiales de INDEC indicaron además una caída de la producción industrial del 4% en lo que iba del año, con el textil y el calzado liderando la retracción.
Textil: el mercado interno se desarticuló
El sector textil funcionó como barómetro del consumo. Cuando la demanda cayó, las máquinas quedaron paradas y las plantas registraron jornadas más cortas. FITA señaló la pérdida de cerca de 5.000 empleos formales en el último año.
A su vez. las empresas enfrentaron precios de venta rezagados —los productos textiles aumentaron 19,7% interanual frente a una inflación general del 31,8%— y costos que crecieron por encima de los aumentos permitidos por el mercado. El desbalance entre costos y precios obligó a muchas fábricas a acumular stock, reducir producción y postergar órdenes.
La caída en la producción de algodón fue otro elemento que complicó la cadena de valor: con una baja del 15% en el eslabón primario y precios al productor que subieron apenas 10%, la diferencia con la inflación erosiónó la rentabilidad.
Ante el encarecimiento de insumos y la falta de financiamiento adecuado, numerosas pymes no lograron actualizar maquinarias ni sostener ritmos de producción competitivos frente a la oferta importada.
Las micro y pequeñas empresas textiles, con planteles reducidos y márgenes estrechos, quedaron particularmente expuestas. Muchas reconocieron que, sin políticas de sostén específicas —crédito accesible, incentivos a la compra local o protección arancelaria temporal— resultaba inviable competir con la escala y precios de proveedores internacionales.
Línea blanca: deflación por sobreoferta y pérdida de mercado
La industria de electrodomésticos atravesó un proceso de fuerte presión competitiva. Los fabricantes locales vieron caer sus ventas internas casi un 10% y varias plantas operaron a media capacidad.
Mientras tanto, Electrolux implementó suspensiones que afectaron a 400 trabajadores en su planta de Rosario; Mabe transformó su fábrica de Córdoba en un centro de distribución; Longvie redujo turnos en San Luis. Ese encadenamiento generó una ola de reclamos sindicales y anunció despidos indirectos en proveedores.
Las cifras de importación resultaron demoledoras: la entrada de lavarropas importados creció en términos anuales más de 5.000% (el dato de la serie oficial apuntó a un alza de 5.146% en el último período señalado) y la importación de heladeras registró un incremento de 1.190%.
Por primera vez en la historia reciente, la cantidad de electrodomésticos comprada al exterior superó la producida localmente: en febrero se importaron 68.000 heladeras frente a 57.000 fabricadas en el país.
La eliminación del Impuesto PAIS y la baja de aranceles en rubros de línea blanca y electrónica favorecieron precios bajos de importación, pero no estimularon la demanda doméstica con fuerza suficiente para compensar la caída de empleo y capacidad. Además, la proliferación de microimportaciones —compras directas por plataformas y viajes al exterior— redujo aún más el margen de recuperación para las empresas nacionales.
Conclusiones: sin mercado interno no hay reconstrucción
El cuadro que dejó el cierre del período analizado mostró a la industria consumiendo sus márgenes y reservas. La combinación de caída de demanda, salto de importaciones y falta de crédito provocó paradas de líneas, suspensiones laborales y cierres parciales.
En ese sentido, el reconstruir el consumo se presentó no como una consigna retórica, sino como condición necesaria para que la producción pudiera volver a funcionar: sin compradores, la inversión no retornó, y sin inversión no hubo empleo que sostuviera el consumo.
Las plantas que permanecieron operativas enfrentaron la disyuntiva de bajar costos vía reducción de horas o cerrar, mientras que las empresas que cedieron participación de mercado a proveedores extranjeros perdieron escala.
Si el país pretendió relanzar una estrategia industrial, quedó claro que esa hoja de ruta debería incluir medidas directas sobre demanda, financiamiento y regulación comercial, junto con una estrategia de diálogo social que evitara que el ajuste recayera exclusivamente sobre salarios y condiciones laborales.
Fuente fotografías: redes sociales.
Te Puede Interesar:
https://www.instagram.com/diarioncomatanza
https://facebook.com/diarionco
