
Mauro Cejas, padre de Lautaro Villaverde, reconstruyó el crimen ocurrido en 2019 y cuestionó duramente el accionar judicial en La Matanza. Denunció fallas graves en la calificación del homicidio y reclamó cambios de fondo para que las víctimas no sigan desprotegidas.
Por Giuliana Salmonte Siciliano
Gmail: giulianasalmontesiciliano@gmail.com
El relato de Mauro Cejas no deja lugar a dudas, su hijo, Lautaro Villaverde, fue asesinado en 2019 luego de una discusión de tránsito que, según remarcó, podría haber terminado ahí. Lautaro cruzaba un semáforo cuando un conductor pasó en rojo, se produjo un cruce, hubo golpes y la situación se disipó. Pero, lejos de cerrarse, el
episodio se transformó en una emboscada mortal.
El entrevistado explicó que el agresor, Luis Ledesma, entendió que Lautaro supo defenderse. Por eso, se retiró del lugar, fue a buscar a un cómplice y regresó armado. Mientras Lautaro realizaba su trabajo de cobranza y esperaba que una vecina saliera a pagarle, los atacantes aparecieron por detrás. Uno llevaba un cuchillo, el otro piedras.
Primero lo apedrearon para dejarlo indefenso; luego, cuando intentó irse, lo apuñalaron por la espalda. Ya desmayado en el suelo, lo volvieron a atacar hasta matarlo.
Para Mauro Cejas, no se trató de un arrebato ni de un exceso, sino de un asesinato planificado. Sin embargo, la causa fue calificada como homicidio simple. El fiscal interviniente, Juan Pablo Tatajeán, descartó los agravantes pese a que —según el padre de la víctima— existían elementos claros de alevosía y premeditación.
El fallo dejó una herida abierta: Luis Ledesma fue condenado a 17 años de prisión y su cómplice, Néstor Ledesma, a 15. Para la familia, la sentencia no reflejó la gravedad del crimen ni el daño irreversible causado. Lautaro dejó dos hijas pequeñas, una de dos años y otra de apenas cuatro meses, en ese momento: “Nosotros no buscamos
venganza, buscamos justicia. Lo que corresponde”.
A partir de esa experiencia, la familia decidió ir más allá del expediente judicial.
Presentaron en el Congreso un proyecto conocido como Ley Lautaro Villaverde, con el objetivo de modificar el artículo 80 del Código Penal y ampliar la figura de la premeditación, para que no dependa de la cantidad de personas involucradas sino del hecho concreto de planificar un asesinato.
Para Mauro, el dolor no se suspende con una condena. Es cotidiano, permanente, y convive con la angustia de saber que, algún día, los asesinos podrían recuperar la libertad. “Yo voy a llevar flores toda mi vida, después mis hijos, después mis nietas. Y es posible que ellos ya estén caminando en la calle”, remarcó. Desde ese lugar, el
reclamo es colectivo, y apunta a una Justicia que sigue llegando tarde a todo.
La contradicción de la Justicia
Uno de los puntos que más indigna a Mauro Cejas es lo que define como una contradicción permanente del sistema judicial. Por un lado, la causa fue caratulada como homicidio simple, descartando agravantes evidentes; por otro, los condenados han solicitado en reiteradas oportunidades beneficios penitenciarios que les fueron
negados sistemáticamente.
Según relató, incluso se presentaron pedidos basados en información falsa, como supuestas enfermedades graves. Para el entrevistado, ese doble estándar deja en evidencia que “algo estuvo mal desde el principio”. Si el delito no fue considerado grave, ¿por qué la Justicia se resiste a otorgar beneficios? Y si fue grave, ¿por qué no
se juzgó como tal desde el inicio?.
El padre de Lautaro advirtió que no puede quedar librado al criterio individual de un juez la posibilidad de liberar a personas condenadas por hechos de extrema violencia.
“La ley tiene que ser más justa y más clara”, sostuvo, y remarcó que el exceso de discrecionalidad judicial genera incertidumbre y revictimiza a las familias.
Un monumento para las víctimas en La Matanza
Del dolor también surgió una iniciativa colectiva: la creación de un monumento a las víctimas de delitos. La experiencia ya tuvo un antecedente en Pilar y ahora los familiares quieren replicarla en La Matanza. No se trata de un gesto simbólico, sino de un espacio de memoria, encuentro y reflexión.
Mauro Cejas explicó que el proyecto busca darles a las familias un lugar donde llevar una flor, recordar a quienes ya no están y visibilizar una problemática que suele diluirse con el paso del tiempo. “Somos muchos los familiares, necesitamos un espacio”, afirmó, y aseguró que ya cuentan con una ubicación pensada para el monumento.
Lejos del romanticismo, el planteo tiene un tono crudo: “A nosotros ya nos mataron. A mí me mataron un hijo. ¿A qué le vamos a tener miedo?”. El monumento, entonces, aparece como una forma de transformar el dolor en acción colectiva y de exigir que la memoria de las víctimas no quede bajo la indiferencia.
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