Número de edición 8481
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La técnica argentina que salvó miles de vacas

CONICET. Gracias a su precisión, evitaron muertes por sobredosis.
CONICET. Gracias a su precisión, evitaron muertes por sobredosis.

Una científica del CONICET desarrolló un método clave junto a un laboratorio internacional. Gracias a su precisión, evitaron muertes por sobredosis de un antibiótico presente en el alimento animal.

Por Maira Palavecino
maipalinfo@gmail.com

Con cromatografía de alta complejidad, el INTEC logró medir con exactitud los niveles de Monensina, un antibiótico sensible en la alimentación bovina. El trabajo conjunto con RockRiver Laboratory permitió reducir los tiempos de análisis y brindar resultados confiables en solo tres días.

En ese sentido, cuando una vaca muere por sobredosis de antibióticos, no solo se perdía un animal, sino que también se derrumbaba una inversión, se alteraban los tiempos de producción y se ponía en jaque la salud del rodeo.

En Argentina, donde la ganadería constituye una pieza esencial del aparato productivo, garantizar la calidad del alimento balanceado resulta prioritario. Fue en ese escenario donde un avance desarrollado por el Instituto de Desarrollo Tecnológico para la Industria Química (INTEC), dependiente del CONICET y la UNL, marcó un antes y un después.

El punto de partida fue una demanda insatisfecha en el sector agropecuario. Las muestras de alimento balanceado que requerían análisis sobre el contenido de Monensina eran enviadas a un único laboratorio que demoraba, como mínimo, treinta días en entregar resultados.

Para una industria que exige tiempos acotados y respuestas precisas, esa espera representaba una amenaza. Leandro Mohamad, referente en Argentina del laboratorio internacional RockRiver, detectó el problema y recurrió al INTEC en busca de una solución.

Allí, encontró a Lorena Rossini, integrante de la Carrera del Personal de Apoyo (CPA) del CONICET, especializada en cromatografía. Juntos iniciaron un proceso que combinó conocimientos técnicos, necesidades del mercado y voluntad de cooperación entre ciencia e industria.

El objetivo era determinar con exactitud y en corto plazo la presencia de Monensina en las muestras de alimento. Ese antibiótico, usado para evitar la acidosis, el empaste y mejorar la performance de vacas lecheras o de engorde, posee un margen de seguridad muy reducido. Un leve error en la dosis podía causar la muerte de cientos de animales.

“Lo que nosotros hacemos es un poco detectivesco. Buscamos que la dosis de Monensina sea la correcta. Que haya ausencia cuando sea necesario y que no haya sobredosificación en las muestras de alimento balanceado que nos llegan, para que no se muera ningún animal”, explicó Rossini.

Su equipo ideó un procedimiento que, lejos de ser improvisado, se basó en años de experiencia del INTEC en análisis ambientales, detección de contaminantes y control de calidad mediante técnicas de separación química.
La clave residió en adaptar el uso del cromatógrafo de alta performance líquida (HPLC, por sus siglas en inglés) a las particularidades del alimento balanceado sólido.

En ese mismo escenario, Rossini y su grupo llevaron adelante un protocolo que incluyó la extracción con solventes, centrifugación, filtrado y posterior inyección de la muestra al equipo. En quince minutos, el sistema permitía separar los componentes, identificar la Monensina y cuantificarla con exactitud.

En relación a lo mencionado anteriormente, la técnica no solo se validó internamente, sino que fue institucionalizada como un Servicio Tecnológico de Alta Complejidad (STAN), disponible para empresas de todo el país.

Sin embargo, hasta ese momento, la industria ganadera carecía de alternativas ágiles. “Yo estoy fascinado con la posibilidad que me dio INTEC de escucharme, entender lo que necesita el productor agropecuario y la industria. Estoy eufórico con lo que pudimos lograr”, expresó Mohamad.

La respuesta del INTEC no solo permitió acortar los tiempos de espera a uno o tres días, sino que ofreció garantías sobre la calidad de los resultados, un factor indispensable para tomar decisiones urgentes.

El impacto fue tangible desde el comienzo. Empresas de distintas regiones comenzaron a enviar sus muestras al INTEC con una regularidad creciente. “Todas las semanas estamos recibiendo al menos tres muestras de plantas de alimento balanceado”, detalló Rossini. La demanda consolidó al nuevo servicio como una herramienta indispensable para el sector agropecuario. A su vez, el trabajo despertó el interés de otras firmas, como una empresa que solicitó realizar ensayos de estabilidad a largo plazo de salinomicina, otra droga antibiótica utilizada en veterinaria.

La experiencia evidenció lo que puede surgir cuando el sistema científico se conecta de manera directa con necesidades concretas del sector productivo. Desde su laboratorio en Santa Fe, Rossini y su equipo demostraron que la ciencia pública argentina cuenta con herramientas de vanguardia, capacidad operativa y compromiso con el desarrollo nacional. No se trató solo de responder a una consulta puntual, sino de construir un canal permanente entre la investigación y la industria.

“Pudimos resolver esta necesidad que ellos tenían y darle seguridad a la industria. La dinámica se dio super bien y fue enriquecedora para todos, científicos y empresarios”, señaló la especialista del CONICET.
Las declaraciones de ambos actores muestran una articulación efectiva, donde el saber técnico no queda encerrado en papers ni congresos, sino que se traduce en soluciones concretas.

El caso de los dos caballos de carrera fallecidos en Misiones por sospecha de intoxicación alimentaria fue un ejemplo claro, ya que, gracias a la técnica desarrollada, se determinó que el alimento no fue el causante del deceso.

La Monensina, como tantos otros antibióticos utilizados en veterinaria, requiere un monitoreo estricto. La posibilidad de disponer de una técnica confiable en el país no solo redujo los tiempos de análisis, sino que evitó pérdidas millonarias y mejoró la prevención de muertes de animales por errores de dosificación.

El desarrollo del INTEC implicó una transferencia tecnológica eficaz, un fortalecimiento del entramado productivo y una revalorización del rol que la ciencia pública puede desempeñar en momentos críticos.

Además de su impacto directo en la industria ganadera, la técnica desarrollada también posicionó al INTEC como un referente regional en el análisis de aditivos veterinarios. La capacidad de respuesta rápida, combinada con la precisión del método, atrajo la atención de otros actores del rubro agroindustrial, interesados en evaluar no solo alimentos balanceados, sino también suplementos, premezclas y materias primas.

En esta misma dirección, esta ampliación de la demanda podría derivar en la necesidad de nuevos desarrollos, más personal capacitado y alianzas estratégicas con instituciones similares de la región. Así, el trabajo iniciado por una consulta puntual terminó por dinamizar un campo de trabajo con enorme potencial científico, económico y productivo.

En paralelo, la experiencia abrió puertas para futuros trabajos de investigación aplicada. La evaluación de estabilidad de drogas como la salinomicina podría derivar en nuevos servicios o productos que beneficien tanto al sector veterinario como al sistema científico nacional. Esa perspectiva de trabajo a largo plazo consolidó una sinergia que trasciende lo coyuntural.

En un país donde las políticas de ajuste afectan con fuerza a la investigación, donde los laboratorios enfrentan recortes presupuestarios y los investigadores lidian con salarios congelados, el trabajo de Rossini y su equipo se volvió un símbolo.

Además de ser un recordatorio del valor de sostener la ciencia pública, de invertir en tecnología nacional, de confiar en quienes, desde sus lugares, tejen redes invisibles que terminan teniendo consecuencias muy visibles. Como evitar la muerte de un rodeo entero, o la ruina de una explotación ganadera.

Cada paso del proceso desarrollado en el INTEC desde el diseño del protocolo hasta la entrega de resultados funcionó como un engranaje en un sistema que, a pesar de las dificultades, demostró estar a la altura. La ciencia argentina, con recursos limitados, pero con una tradición de excelencia, respondió una vez más con eficacia.

Mientras el país debate qué modelo de desarrollo seguir, y qué lugar le asigna a la investigación dentro de ese proyecto, historias como la de Rossini permiten imaginar un futuro distinto. Uno donde las científicas y científicos no tengan que emigrar, donde las empresas encuentren respuestas en el sistema público y donde las alianzas estratégicas generen beneficios mutuos. Porque, como demostró este caso, cuando la ciencia se involucra, los resultados no tardan en llegar.

Fuente: CONICET
Foto: World Animal Protection

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