Número de edición 8481
Opinión

Compartiendo diálogos conmigo mismo: conocerse y reconocerse en Jesús

Compartiendo diálogos conmigo mismo: conocerse y reconocerse en Jesús
Compartiendo diálogos conmigo mismo: conocerse y reconocerse en Jesús

(Con el Redentor todo se robustece, abandonándose en las manos inequívocas del Padre y a la fibra del Espíritu. Él es el níveo aire de un mundo viciado, dispuesto a redimirnos con su hacer y a deshacerse de aquellas túnicas que nos ensombrecen. Nos merecemos, gracias a la providencia celeste, el parpadeo resplandeciente de la alborada). 

 

Por Víctor Corcoba Herrero 

 

I.- NO PECAR DE IGNORANCIA 

 

La luz de Cristo nos bañó de entusiasmo, 

nos puso en camino de una gran estrella, 

y así nos hizo un porvenir lleno de vida, 

concentrado en mil corrientes expresivas,

que nos transfiere a ir unidos a los demás. 

 

Su lozanía nos llama al cultivo del amor, 

al encuentro fértil y a la misión del ser, 

al servicio fecundo y a la cesión del yo, 

a soltar caprichos y a tomar conciencia, 

de estar en asistencia para no ausentarse.

 

Somos el hoy de Dios, el momento justo, 

el instante preciso y precioso de vernos, 

de observarnos y así lograr reconocernos, 

para poder acercarnos al lenguaje divino, 

uniendo pausas y pulsos que concuerden. 

 

II.- CON NOSOTROS SIEMPRE 

 

El que nos sana y nos consuela nos ama, 

cohabita en todo tiempo y lugar el Señor, 

vive y permanece en nosotros cada ciclo; 

recubierto de perpetua luz nos revitaliza, 

y se hace itinerario en nuestra existencia.

 

Cada aurora nos estimula a levantarnos, 

a marchar hacia un horizonte naciente,

a contraer una orientación de rectitud, 

a digerir el abecedario de la esperanza, 

acogiendo la paz y recogiendo lo bueno.

 

El Unigénito del Padre nos dio la savia, 

la esencia de fundirse y de experimentar, 

su plan de apego para cada ser humano, 

lo que nos alaba y eleva como hermanos, 

y nos transfigura en eterno cauce de sol.

 

III.- Y AL FINAL… UN DESEO 

 

Cautivados por ese rostro tan venerado,

que adoramos en la Sagrada Eucaristía, 

y reconocemos en la carne del doliente, 

con la pujanza fiel del bendito espíritu;

perdiendo el miedo, afrontándolo todo. 

 

Forma parte de la viva transformación, 

el deseo de ser aliviado de las tristezas; 

sólo hay que impulsar el ánimo orante, 

invocar el gozo supremo del encuentro, 

a quien es mediador de la nueva unión.

 

Permanecer en el camino de su pasión, 

respirar y vivir bajo ese soplo curativo, 

nos limpia y repara de todos los males, 

pues Él con su cruz volteó el combate; 

tumbó las guerras, haciendo las paces.

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