
Dos hechos periodísticos han llamado la atención de la población durante la última semana.
Por un lado, Diego Leuco manifestó una especie de festejo mientras anunciaba la posibilidad de que en nuestro país se alcance un contagio diario de diez mil infectados de Covid-19; por otro lado, Viviana Canosa se mostró bebiendo el controversial dióxido de cloro al aire. Frente a estos hechos, ¿qué reflexiones podemos hacer sobre la labor periodística actual?
Diego Leuco, frente al evidente gesto de festejo, se defendió a las críticas masivas aduciendo que realmente estaba contento porque su programa periodístico lideraba el rating televisivo.
Lo que nos permite pensar que verdaderamente no estaba dándole importancia a la noticia nefasta que él mismo estaba comentando con aparente preocupación. Por otro lado, otros comunicadores avalaron este gesto como algo propio de su profesión y la preocupación por el rating.
No es una formulación ingenua plantear entonces que un número indeterminado de comunicadores que aparentan indignación o enojo frente a las noticias que transmiten, solo están preocupados por entretener al público, y por servir de divertimento y atención.
Es que, desde hace un tiempo, el público y los medios de comunicación se hallan en el medio de un problema grave. Una dislocación de ciertas profesiones. Un deslizamiento de una profesión hacia otra.
Es decir, hay un número indeterminado de periodistas que olvidan su oficio para convertirse en una especie de “showman”. Esto plantea otra pregunta ¿se puede ser un comunicador fiel a la verdad si se trabaja como “showman”?
En este punto, podemos ubicar a Viviana Canosa que, frente a la controversia generada por el dióxido de cloro, sustancia que está en discusión al respecto de sus beneficios y perjuicios, dedica parte de su programa a su promoción, bebiéndola y afirmando que de ese modo ha ganado buena salud.
Luego, respondió a la multitud de críticas y cuestionamientos afirmando que es una mujer “adulta” y que vive en un” país libre”. No es la primera vez que se ha escuchado o tolerado la transgresión de algunos comunicadores bajo el aval de no sé qué tipo de libertad de expresión.
¿Cuáles son los límites de la libertad de expresión?
Frente a esto, surge cierto problema discursivo ¿Cuáles son los límites de la libertad de expresión? ¿Cuánto puede ser tolerable bajo la libertad de expresión? Pareciera que, en nombre de la libertad, el pueblo argentino debiera tolerar el goce de la transgresión de sus comunicadores, de sus políticos y de sus “famosos”.
Hay cierta paradoja en esta cuestión. Porque en función de sostener el paradigma de la tolerancia y la libertad se ha dado carta de ciudadanía a la perversión en los medios. Entendiendo a la perversión como el utilitarismo de las noticias nefastas y dolorosas con fines individuales, ¿para puro divertimento del público? ¿será que cierto periodismo se dedica a entretener a la población con noticias ajenas y dolorosas para ganar reconocimiento y popularidad?
La libertad de ser malvado
La libertad y la tolerancia dejan un vacío absurdo, un gris con matices que podrían avalar actos nefastos. Entendiendo lo absurdo, como un punto inconciliable en esta lógica.Porque cada vez que detectamos una creciente incitación a la agresividad y a la violencia por parte de nuestros comunicadores, referentes políticos y figuras populares, cedemos terreno a la impunidad y a la transgresión de las leyes.
El público evidentemente está sediento de verdades, y en su lugar se les devuelve saberes y discursos transgresores. Esto genera que se tensionen las normas al límite, para terminar mostrando la esquelética consistencia de nuestras leyes. El caso de Viviana Canosa que, como conductora aspira a ser una especie de “diva del periodismo político”, con sus actos invita a su publico a ponerse en riesgo, escudándose bajo el nombre de la libertad, restando importancia a la veracidad de la situación y a su responsabilidad social.
¿La libertad de expresión puede implicar el juego de la doble moral?
Al parecer la libertad de expresión, en su paradoja, no registra cierto aval de la doble moral en ciertos comunicadores. Doble moral entendida como doble función del sujeto que, por un lado, goza de los hechos que comunica (ya sean noticias de muerte, enfermedad o inseguridad) por que le generan popularidad, mientras que muestra disgusto por la noticia transmitida, como es el caso de Diego Leuco. Esta estructura de la comunicación, degradada por la necesidad de permanecer, de entretener, divertir, complacer, es un rasgo de decadencia que envuelve a todo aquel que no pueda detenerse a pensar críticamente que los contenidos ofrecidos tienen intereses individuales y, en algunos casos, inevitablemente perversos.
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