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En estos últimos cuarenta años, posteriores a la dictadura militar, hemos sufrido la continuación de un proceso de colonización que nunca se detuvo, con fuertes resistencias, que no han sido evidentemente suficientes para lograr una distribución justa de la riqueza y la producción.
No hemos podido debatir el modelo de producción a fondo ni la posesión de la tierra, así como también nos debemos un debate histórico, acerca del proceso de organización asamblearia, que nos despertó hacia el cuestionamiento de la democracia burguesa.
Por Anahí Cao
Hemos sufrido grandes represiones, en muchas de las cuales, pudimos observar cómo el régimen ha conseguido la renovación tecnológica de armas represivas, compradas al Estado de Israel, por ejemplo.
En el plano educativo, tanto como en el sanitario, se ha recuperado el concepto de derecho, aunque en la práctica la privatización es abrumante, y la instalación de plataformas virtuales no hace más que reforzar, no sólo la privatización sino la mediatización educativa.
Quiero detenerme en el plano cultural: el cuestionamientos al régimen político cultural, se encuentra claramente en la necesidad de asumir discursos críticos, que no legitimen la alienación, ni legitimen estructuras conservadoras que nos oprimen, silencian o confunden, mediatizadas por la dictadura del mercado o la dominación del Estado, con sus fluctuaciones políticas que se apropian del gobierno, pero que no enfrentan el orden económico desigual, más allá de políticas sociales de contención, que sólo pretenden legitimar su gobernabilidad.
Soberanía ideológica
El hecho simbólico de crear organizaciones culturales independientes del mercado, y los gobiernos, que hagan circular obras críticas y profundas, señala nuestra firme voluntad de adquirir soberanía ideológica, es decir, libertad de expresión; una libertad de expresión verdadera, que sólo se logra con la gestación de condiciones concretas y materiales de producción de una cultura critica, sostenida por miembros, que lo entiendan, como una necesidad vital.
Estas organizaciones culturales cumplen una doble función, por un lado, su acción viva nos permite iniciar un proceso crítico hacia el ejercicio de vínculos comunitarios con participación real en nuestras tradiciones culturales, artísticas, filosóficas, lingüísticas, en esa dinámica compleja que se presenta entre la ruptura y la conservación de la trama social.
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Pensemos un instante por qué es tan difícil desarrollar en los barrios espacios abiertos de escucha mutua, que permanezcan en el tiempo, espacios que instalen un debate real, quiero decir, territorial, con acciones concretas que modifiquen la realidad y la enriquezcan.
Carecemos de estructuras independientes cooperativas, solidarias, que pongan en debate y abran paso a la participación real, concreta, en la toma de decisiones, espíritu propio de una democracia verdadera, aquella que permite la conciencia y entiende la dimensión de la opresión, para no seguir creyendo que los mismos que provocan o desatienden los conflictos, serán los que podrán solucionarlos, eso es ingenuidad, manipulación o ignorancia; la libertad de expresión sólo será posible, si asumimos que somos capaces de hacernos cargo de esta realidad, consecuencia de manipulaciones históricas, en las cuales las grandes mayorías hemos estado ausentes.
Las estructuras que impone el mercado, no son comunitarias. Movistar no crea comunidad ni cultura igualitaria.
La invasión de las políticas del mercado, no es nueva en absoluto, pensemos en aquel compañero del movimiento peronista de los 90, el innombrable, que gobernó con voluntad popular durante varios mandatos, que modificó la constitución, y que quería ir a la estratósfera. Esa política de “las relaciones carnales” pretendió eliminar toda forma de producción nacional, privatizando y dejando en la indigencia a una parte muy importante de aquellos que estamos sometidos al estado argentino, es decir, nos obligó a la identidad de “excluidos”, expulsándonos del trabajo y toda forma de “protección” social, para decirlo de alguna forma.
La recuperación del trabajo en condiciones dignas es central, en todos los campos, pero quiero concentrarme ahora en la recuperación de la palabra o de la voz, nacida de un proceso de resistencia al formateo del capital.
Para que la palabra se fortalezca necesita circular en beneficio de todos aquellos que somos engañados sistemáticamente con promesas de progreso y bienestar, un bienestar pasajero, ya que se basa en la limosna que recibimos por permitir el saqueo de la naturaleza, colocándonos como consumidores de mercancías y símbolos del poder.
La palabra debe estar en nuestras manos, en las manos de aquellos que la necesitan, debe ser su pan y el sur de sus días. Qué otra cosa nos daría el sentido para el rumbo correcto. De ahí el valor fundamental de conservar la posibilidad de generar una cultura igualitaria de escucha recíproca y producción, con conciencia real, territorial.
No debemos dejar que la obra de nuestros referentes, de aquellos que se han sumergido en las aguas más profundas de la conciencia, sin vanidades sino en beneficio del conjunto, se invisibilice. De ahí el profundo respeto y cariño que se han ganado, por haber alcanzado por mérito y corazón el reconocimiento sincero, y no la hinchazón de la propaganda vulgar
El fundamento de una cultura pacífica
El fundamento de una cultura pacífica es la satisfacción completa de las verdaderas necesidades del conjunto, el reconocimiento pleno de los miembros que constituyen su humanidad, miembros cada uno de ellos necesarios, pensantes y activos, con voluntad propia y deseo, sin negaciones ni prejuicios, pero con clara distinción entre las obligaciones y los derechos. Primero las obligaciones, claro.
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Conquistar una cultura pacifica será el fruto consecuente de la decisión de actuar de acuerdo a esto. Una cultura que no niegue la existencia de nadie ni la lengua de nadie y que establezca las condiciones materiales para que se respete la palabra de todos sus miembros. El abuso en los vínculos, señala la reproducción de conductas que no practican el valor ni el cuidado.
Nacemos en la indefensión y morimos en la indefensión. Esa carencia inicial, es la misma que, mediante el trabajo de una crianza sana,- crianza que involucra más que el entorno inmediato- nos posibilita madurar y llegar a nuestro momento de plenitud para comenzar el proceso de reciprocidad del que venimos dialogando. Si no nos cuidan al nacer, morimos de hambre y pena, si nos hablan, morimos en el aislamiento.
Finalmente, coincidimos con el poeta Carlos Dariel cuando señala en su artículo “Metáfora del silencio” que ” si el hombre habla es porque alguien, anteriormente, le habló, si nombra es porque fue nombrado”. Yo le agregaría que si el ser humano escribe es porque hubo alguien que le enseñó a escribir, porque hubo alguien que lo escuchó y reconoció sus palabras como nuestras.
Una imprenta o varias imprentas comunitarias, con criterios claros, sería una medida que nos permitiría comprender el libro como un objeto cultural y no como una mera mercancía que permite el crecimiento del mercado interno. El libro es ante todo un compromiso con la lengua y con la humanidad.
Imprentas comunitarias. No mercancías.
Comprendo que uno de los elementos que aporta a la restitución de los lazos comunitarios es la creación de objetos culturales con la función fundamental de crear significaciones profundas que pongan en crisis la falsa conciencia que impone la hegemonía del régimen, y que provoquen en los miembros el reconocimiento de su propia alienación. Este ejercicio de reconocimiento y escucha atenta, consolidará vínculos reales de conciencia y empatía, alrededor de los cuales la cultura de la igualdad se fortalece.
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El mercado no crea lazos de igualdad, sólo saquea, se coloca como intermediario, interfiere, imponiendo sus estructuras parásitas. En el mercado, la reciprocidad no existe, sólo existe la explotación. Esa, es su verdadera naturaleza.
Queda en nuestra conciencia como miembros únicos e irrepetibles con decisión propia condenados a estas condiciones de vida, y de muerte, defender las posibilidades que aún nos quedan, para lograr una cultura pacifica de reconocimiento y escucha real, vincular, y mutua que no someta la conciencia a la corrupción y el engaño.
No habrá oportunidad de crear vínculos igualitarios si nos sometemos a los valores que impone el mercado; la jerarquización y la competencia, sólo dividen, con la única finalidad de tener el control sobre los actos de habla y escritura, otorgando prestigio a quienes le son básicamente funcionales. Dejando al resto, en el más absoluto desprecio.
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